<<Lo que me gusta de la ayuda recíproca y desinteresada entre dos personas es la incertidumbre de no saber, al final, quién tuvo la suerte de conocer a quién.>>
Anónimo.
Violeta Hódar:
Siempre hay un autor que descansa en mi mesa de noche. No importa el devenir del tiempo, porque, aunque el libro sea sustituido, siempre es del mismo escritor.
Era el favorito de mi abuela y, por consiguiente, también llegó a convertirse en el mío. Ni siquiera sé si por su influencia al leérmelo siempre que podía o si realmente me gusta de verdad, lo único que tengo claro es que descansa en mi mesita de noche desde que puedo recordar.
Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico
museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
Al menos así es como lo cuenta Jorge Luis Borges en su poema de Cambridge, el cuál releo cada noche antes de irme a dormir. El mismo autor que me hace añorar recuerdos del pasado cuando los ojos están a punto de cerrarse.
Lo dicen los filósofos y lo dicen otros pensadores e intelectuales: escritores, científicos... Somos memoria; esta construye nuestra identidad. Los recuerdos nos ayudan a comprender el presente y proyectarnos hacia el futuro. Ser capaces de manejarla bien es la clave. Porque, ¿y si tenemos demasiada? ¿Y si es necesario olvidar para poder recordar?
A mi modo ver, y creo que Borges coincidiría conmigo, la memoria también es una metáfora. ¿Por qué? Porque es recuerdo, pero a la vez, también es tiempo... ¿o no se reescribe o borra con el paso del tiempo?
—¡Violeta! —dos dedos producen un chasquido delante de mi cara, y mi visión ahora borrosa, se enfoca de inmediato en la silueta de mi amiga pelirroja. Ruslana parece un tanto exasperada por no haber estado prestando atención a lo que sea que ha estado contando— Siempre igual, tía. Que ya sabemos que vives en tu mundo de la imaginación, pero estaría bien que me escucharas hablar de cómo me he enrollado con el tío más imbécil de todo Londres.
—Si te ignoro es porque cada semana me cuentas que te has liado con la persona más tonta que pueda existir en este país, así que no me culpes por ello. —Me encojo de hombros antes tomar mi copa de vino.
—Ahí no puedes decirle nada porque tiene razón. —Martin lanza un balón a mi favor y yo le sonrío.
—La verdad de todo eso es que sois unos envidiosos —nos señala a los dos—. Bueno, tú no porque te pasas el día como un conejo, maricón. ¿Pero tú? ¡Oh, amiga! Eso que tiene entre las piernas debe tener más telarañas que los libros altos de tu librería.
—¡Ruslana! —me rio con el comentario, abriendo mucho los ojos y negando con la cabeza— No todas podemos ser el albatros de Londres, ¿sabes?
—Otra vez ese apodo... —pone los ojos en blanco, cruzándose de hombros para empezar a quejarse.
Contengo una sonrisa y bajo la mirada, consciente de que es un pequeño juego de palabras que suelo utilizar para referirme a su insistencia en conocer a todo tipo de personas en un ámbito más íntimo, al menos hasta el momento en el que se enamore de alguien... y, aun así, existen muchas dudas en su cabeza de que pueda mantener una relación cerrada, como los albatros.
Los albatros son aves fascinantes, y supongo que el hecho de tener vidas tan longevas viene ligado a la idea de que, aunque se emparejan para toda la vida, no es que practiquen la monogamia.

YOU ARE READING
CON TUS PALABRAS
RomanceQuizás las almas gemelas pueden dejar de ser leyendas, mitos, fábulas... porque pueden haber estado ahí... siempre.