CAPÍTULO 5 (PARTE 2)

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<<Aquello duró sólo un instante

pero hubiera podido eclipsar

la eternidad>>.

Boris Pasternak.

Violeta Hódar:

La carta que sostengo entre mis manos ha sido leída en voz alta, causando una triste sonrisa en los labios de Alfred, que tiene que estar reviviendo todo lo ocurrido como si acabara de suceder ante sus ojos y no hace tantos años que le sea imposible esclarecer del todo la situación. Casi parece que tiene miedo a olvidar, a evolucionar, a dejar atrás todo lo que una vez creó junto a mi abuela, pero que jamás pudo experimentar.

Si lo pienso bien, las personas transitamos casi de forma permanente por umbrales existenciales: espacios intermedios entre un suceso y otro, entre la seguridad y la inestabilidad. Una pérdida, una ruptura afectiva, el quebrantamiento de un sueño o la amenaza de un embargo. Todos son eventos potencialmente generadores de miedos e incertidumbres.

A todos nos encantaría que nuestro ciclo vital fuera una línea recta. Una sucesión de circunstancias de lo más plácidas, sin sobresaltos, sin inseguridades ni dudas. Sin embargo, nuestro día a día está salpicado por las alteraciones, por los giros del guion... Algunos felices y otros adversos. Lo que me lleva a pensar que todo periodo de transición personal define lo que conocemos como espacio liminal.

En el siglo XIX, el antropólogo Arnold Van Gennep, define el concepto del espacio liminal. Lo hace para describir ese estado de confusión y ambigüedad que se desprende de todo proceso de cambio o transformación. Él asoció esta idea a los ritos de paso o iniciación, justo cuando un individuo lograba adquirir otro estatus tras una prueba.

Poco después, un trabajo del doctor Paul Larson introduce esa idea en la psicología, diciendo que nos permite profundizar en los períodos de transición que experimentamos y que estos territorios liminales suelen presentar numerosos desafíos para la salud mental.

Bien, desde un punto de vista psicológico, un espacio liminal es como una escalera. A veces te sientes con fuerzas, motivación y esperanza para subir ese tramo de un piso a otro con total facilidad. En ocasiones, ese tramo hacia otro lugar se puede hacer pesado y dificultoso; nos faltan las fuerzas y nos quedamos atascados. Cuando llega un cambio, es común sentirse incómodo, perdido y tan desafiado que hasta la propia identidad puede entrar en crisis. Sin embargo, los espacios liminales tienen un final y, tarde o temprano, subiremos esos peldaños. Si en ese ascenso no encontramos amarres, ni fuerzas, no hay que dudar en pedir ayuda y soporte. Hasta los héroes se dejan rescatar.

—¿Hoy no viene tu novia? —pregunta mi amigo con una pequeña sonrisa, queriendo quizás apartar cualquier pesar de su corazón.

—No es mi novia, cascarrabias, pero... tampoco puedo decir que no quiero que lo sea.

—Más vale que así sea, porque te hacía mucho más rápida, niña.

—Las cosas de palacio van despacio, Alfred —sonrío, rodeando el mostrador para arrastrar el taburete y quedar frente a él—. No ha podido venir porque tiene un libro que no va a escribirse solo, pero puedo decirle que la has echado de menos.

—¿Por qué le vas a mentir? —su comentario y cara de sorpresa me hace reír. Tan descarado como siempre.

—No seas listo y comienza a hablar, no te vas a librar de continuar con la historia.

Los ojos de Alfred pierden el brillo cuando digo esas palabras, y si no fuera porque suele odiar el contacto físico, tomaría su mano para que continúe hablando. La cuestión es que no puedo darle margen a quedarse en silencio, de lo contrario jamás terminaré por descubrir el final de la historia.

CON TUS PALABRASWhere stories live. Discover now