PRÓLOGO

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<<Pensé que sabía exactamente lo que quería, a dónde iba, qué estaba haciendo y por qué iba. Pero, últimamente, las cosas parecen más confusas.>>

Las chicas Gilmore.

Violeta Hódar:

El filósofo y profesor Joan-Carles Mélich dice en su libro, La sabiduría de lo incierto; <<No te preocupes. ¿Andas perdido? Yo te indicaré por donde tienes que ir.>>

En él trata de explicar de manera enrevesada y bastante difícil de comprender que el desasosiego, la incertidumbre y la provisionalidad son realidades que siempre han formado parte de la condición humana. Pero que, sin embargo, nada de esto parece agradarnos. Somos criaturas alérgicas a lo incierto, a lo diferente e incluso a lo extranjero.

La verdad es que no tengo ni la menor idea de si lo que dice tiene algún tipo de sentido porque me quedé dormida sobre el libro a las pocas páginas de empezarlo, y tampoco creo que esté en la facultad de afirmar con tanta rotundidad que alguien pueda convertirse... ¡No! No convertirse. Que alguien pueda ser la brújula de otra persona para que ésta deje de estar perdida. ¿No son eso palabras mayores? Asegurar con determinación que somos capaces de señalar el camino de alguien cuando a veces somos incapaces de encontrar el nuestro propio.

Y en caso de ser así, ¿seríamos una cadena sin fin? Si todo el mundo necesita un apoyo, un mentor, un guía que le indique hacia donde ir, ¿no sería absurdo confiar en nosotros mismo para avanzar por iniciativa propia hacia lo desconocido? Nos cortaría las alas y detendría los sueños.

Solo quien practica el arte de saber perderse, aprende a pensar por sí mismo.

—Violeta —la voz del señor Fletcher despeja mis pensamientos por completo, provocando que sacuda la cabeza y retire la mano de mi mentón. He debido de volver a quedarme ensimismada en el mostrador, a la espera de que alguien entrara en la librería—. ¿Otra vez en tu mundo de sueños, niña?

—Cuando más puedes soñar, más puedes hacer. —Me incorporo, dirigiendo mi sonrisa más dulce al señor Fletcher.

—Michael Korda —también sonríe de manera entrañable, reconociendo la cita—. Como te digo siempre, si tuviera un par de años menos, no escaparías a mis encantos, niña. ¿Qué tiene que hacer un pobre viejo para que un cerebro tan bonito como el tuyo ponga sus ojos en él?

—Mis ojos ya están en usted, señor Fletcher —rodeo el mostrador casi flotando—. El problema es que su mujer me asesinaría si supiera ese detalle.

—Minucias. —Murmura, comportándose como el cascarrabias que ha sido siempre.

El señor Fletcher es mi cliente más fiel. Todos los días acude a la librería a la misma hora de siempre únicamente para intentar ligar conmigo de manera lastimosa, supongo que por la diversión de poder hacerlo. Tampoco es que compre libros en cada una de sus visitas, pero puedo decir con orgullo que es la persona que más dinero ha invertido para que "Ivy's Books" continúe abierta a día de hoy.

Ser la orgullosa heredera de una antigua librería no siempre fue mi sueño, aunque una debe aceptar los regalos que le da la vida. Mi abuela estaba orgullosa de mí, sabiendo que sería la única heredera de su legado después de la muerte de mis padres. Siempre fue su sueño ser la propietaria de una famosa librería, porque a Ivy Hódar ningún deseo se le escapaba de las manos... y así fue, al menos hasta el día que tuvo que dejarme sola, con cientos de libros de los que cuidar.

—¿Alguna recomendación? —pregunta el señor Fletcher, como cada día, así que doy pequeños saltos para seguirlo.

Es un hombre de setenta y dos años de edad. Bajito, regordete y con un gracioso bigote que adorna su labio superior. Otro accesorio indispensable es la boina a la que parece aferrase con uñas y dientes, porque solo recuerdo un día en el que fue capaz de sacarla de su cabeza.

CON TUS PALABRASWhere stories live. Discover now