A veces, me pregunto cómo sería volver a ver el sol brillar sobre el concreto de Carora, sentir su calor en mi piel y escuchar el bullicio de la ciudad que nunca duerme. Todo esto parece tan distante ahora, como una vida que pertenece a otra persona.
Al pasar nuevamente por las calles de Carora mientras me llevaban a prisión, solo podía pensar en el sentimiento nauseabundo de mil cuchillos traspasando mi corazón, que sentí ese fatídico día del 3 de enero.Al llegar, me dirigían nuevamente a la celda, pero nos detuvieron.
- Llevenla al área de visitas. - dijo la encargada.
La carcel era un lugar penumbroso, lleno de una energía pesada.
El dolor iba consumiendo cada parte de lo que había sido antes, iba acabando con el amor, la fe y la esperanza.
Era un lugar donde no recibías nada más que órdenes, miradas distantes y algunas peleas. Aunque a otras les tocaba peor.La prisión te privaba de soñar, de amar, de reír.
Era una tumba de muertos vivientes.
Todos con sus propios demonios saliendo a flote.Nos dirigíamos por el pasillo que lleva hasta el área de visitas, me llevaban atada de pies y manos, como si fuera una criminal de alto riesgo.
Me detuve de golpe al finalizar el pasillo.
Mi respiración se aceleró, o se disminuyó, la verdad no estoy segura. Todo mi cuerpo temblaba y juro haber sentido que me iba a desplomar ahí mismo.- Eres tu - dije con dificultad. Mis labios temblaban de los nervios.
- Altagracia - dijo mientras los dos guardias que me trajeron se daban la vuelta.
Me acerqué aún procesando lo que mis ojos miraban.
- ¿Puedes quitarle las esposas de las manos? Por favor. - añadió.
El que tenía las llaves se dio la vuelta hacia nosotros de nuevo, quitando así las esposas.
- Cuidado, Altagracia. - dijo el guardia con un tono amenazante.
Nuestros ojos brillaban con una luz tenue, como si estuvieran a punto de derramar lágrimas. Era un brillo que no solo hablaba de tristeza, sino también de amor, de sorpresa. Como si cada parpadeo pudiera liberar el dolor que conteníamos.
De mi boca no salía palabra alguna, estaba atónita ante la situación.
- Disculpa por no haber venido antes - dijo mostrando el brazo que escondía detrás de él, acercando una rosa hacia mi.
La tomé mientras caían algunas lágrimas sobre mis mejillas.
- ¿Te puedo abrazar? - pregunté.
No obtuve respuesta, más que sus brazos extendidos en señal de que sería bienvenida.
Me acerqué a el dejando caer el peso invisible que llevaba en mi.
Sebastián me rodeó con sus cálidos brazos y luego de casi dos meses en una sosobra asfixiante, pude volver a respirar y a sentir que aún podía encontrar algo de felicidad ante tanta tiniebla.Cuando nos separamos del abrazo, lo miré a los ojos, y el me devolvió el contacto visual con una pequeña sonrisa que me otorgaba tanta paz, paz que había anhelado con desesperación.
- Por Dios, Sebastián. Aún no puedo creer que te tengo en frente. No había tenido noticias sobre ti. - dije sentandome.
- Ni yo de ti. Hace unos pocos días supe que estabas en la capital. Intenté contactar a tus amigas pero a duras penas pude hablar con Joaquina. -
- No me quedó muy claro porque me trajeron de nuevo aquí. Todo es tan confuso desde ese día. - comenté agachando la mirada.
Sebastián tomó mi mentón obligandome a mirarlo.
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La Mujer de Judas
Mystery / ThrillerEn un pueblo donde la fe y la traición se entrelazan, una mujer es condenada injustamente por intentar asesinar al hombre que ama, dejando dudas sobre su verdadera implicación en el suceso. Después de cumplir su condena, regresa a un pueblo marcado...