Fugitivos

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La luz del día se filtraba a través de las cortinas de la habitación, pero era un brillo que no me resultaba familiar. Abrí los ojos lentamente, sintiendo una pesadez en mi cabeza que apenas podía soportar. Recordé el estruendo, el grito ahogado de mi propio ser cuando el disparo resonó en el aire, y luego, la oscuridad.

Me incorporé con dificultad, las sábanas arrugadas a mi alrededor y una sensación extraña de confusión nublando mis pensamientos. Miré a mi alrededor y no había signos de vida, solo la tranquilidad del campo que se extendía más allá de la ventana, así que supuse que Sebastián no estaba.
El aire olía a tierra húmeda y hierba fresca.

Me levanté con intriga para mirar como estaba la herida.
Con cada paso hacia el espejo, sentí el dolor punzante en mi pecho. Al llegar ante el cristal, me observé con cautela. Me quité la blusa con manos temblorosas y allí estaban las vendas que cubrían mi herida. Con un movimiento decidido, las retiré para revelar las suturas que marcaban mi piel.

- Altagracia.... - abrió los ojos como platos y yo de la impresión agarré cualquier cosa que estaba por ahí para cubrirme.
- Discúlpame - dijo dando un paso hacia atrás tratando de cerrar la puerta rápidamente.

Al salir Sebastián de la habitación, me eché a reír, la situación había sido tan inesperada.
Me puse de nuevo las vendas y la blusa y salí.

- Hola - dije apenada.

- Hola - respondió con una sonrisa tímida, acercándose una taza de café a los labios.

Al sentarme observé que en una de las sillas había un periódico con mi rostro en el.

Lo agarré y llevé una de mis manos a mi boca de la sorpresa

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Lo agarré y llevé una de mis manos a mi boca de la sorpresa.

- No debí meterte en este lío.. - dije entre dientes.

- Olvidé ponerlo donde no lo vieras - añadió.

- "Mujer de Judas" - repetí.
- El periodista que me puso ese apodo me las va a pagar.
¿No pensabas decirme? - dejé caer el peso de mi cuerpo en el espaldar de la silla a lo que el levantándose de la silla dándome la espalda negó con la cabeza.
- ¿No deberías estar en la iglesia? Ya dejaste las terapias - tome un sorbo del café que acababa de servir y poner en la mesa para mí.

- No - dijo sin más.

- ¿Por qué? En tus cartas nunca hablas de eso ya, ¿Pasa algo? - insistí.
El suspiró y decidió hablar.

- Pedí la dispensa antes del 3 de enero y ya la aprobaron. - dijo dejando con delicadeza el desayuno en la mesa y sentándose en frente de mi.

Tragué grueso.

- Y... ¿Y eso por qué? - el me miró como si lo que estuviera preguntando fuese muy obvio.

- Es lo que debo y quiero hacer - dijo sentándose de nuevo.

La Mujer de JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora