El deseo es más fuerte que el sacerdocio (versión extendida)

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"Amarte así no puede ser pecado, Altagracia."
Mi corazón latía con fuerza y podía sentir su aliento caliente chocando contra mi piel.

Con un movimiento lento, se acercó más a mi, con sus ojos fijos en los míos. Colocó sus manos en mi cintura, atrayéndome hacia él, hasta que la distancia entre nosotros era insignificante, mi piel se erizaba cada vez que nuestras miradas se encontraban.
Con un movimiento decisivo, se inclinó lentamente, sus labios rozaron los míos con delicadeza. El primer beso fue suave, exploratorio, como si ambos estuviéramos familiarizando de nuevo. Me dejé llevar por la calidez de su boca y la suavidad de su toque.

Con cada beso, la intensidad y deseo crecían.
Las manos de Sebastián recorriendo mi espalda desnuda, mientras yo me aferraba a su cuello, deseando acercarlo aún más.

- Te necesito - murmuré entre besos, sintiendo cómo la pasión comenzaba a desbordarse.

Sin previo aviso, me levantó con facilidad y mis piernas se enredaron en su cadera. La sorpresa me hizo reír suavemente. Mientras él dejaba una serie de besos húmedos a lo largo de mi cuello.

Me dejó nuevamente en la cama con cuidado y me colocó debajo de el, la mirada de sus ojos era intensa, podía ver el deseo reflejado en ellos mientras comenzaba a desabrochar los botones de su camisa.

Cuando finalmente su camisa quedó abierta, mis dedos exploraron su piel expuesta, sintiendo con firmeza sus músculos debajo de mis manos.
La quité por completo y Sebastián sonrió con complicidad antes de volver a capturar mis labios con fervor.

Desabroché con prisa la hebilla de su correa mientras hacíamos contacto visual, con una mirada llena de deseo y picardía.

Cuando retiré todas sus prendas, me dí un momento para observar su cuerpo desnudo, brillando junto con algunos rayos de la luna, que traspasaban la cortina, mientras al mismo tiempo, se armaba una sinfonía con las gotas de lluvia que empezaron a caer en el techo.

Sus labios encontraron mi cuello, dejando un rastro de besos cálidos que me hicieron cerrar mis ojos para disfrutar el momento mientras yo mordía levemente el lóbulo de su oreja.

Se alejó un poco de mi para retirar el pantalón que llevaba puesto, dejándome en ropa interior.

La tensión crecía aún más cuando él comenzó a acariciar suavemente el interior de mis muslos, haciéndome suspirar, acercándose lentamente hacia donde más deseaba que estuviera.
Podía sentir como mis instintos tomaban el control.

- ¿Dónde quieres que te lleve esta noche? - preguntó con voz ronca.

Le respondí con una mirada desafiante y un suave tirón hacia mi. La risa estalló entre nosotras mientras nos besábamos aún más.

Sentí un hormigueo por toda mi espalda cuando empezó a besar mis clavículas y hombros, para luego bajar a mis pechos, dejando restos de su saliva caliente en mis pezones, haciéndome gemir deseando que esto jamás terminara. Sus manos exploraban mis curvas con delicadeza, finalmente tomó la iniciativa y me tumbó suavemente en la cama, colocándose encima de mi. La forma en que sus labios se movían contra los míos me hacía perder el sentido del tiempo, todo lo que sabía era que quería más.
De su cuerpo emanaba un olor que me fascinaba, el de su perfume.
No podía parar de mirarlo y el tampoco apartaba su vista de mi.
Mis manos encontraron su cabello, tirando suavemente mientras nuestras respiraciones estaban en un frenesí.

Nuestras pieles chocaban mientras jugábamos con la pasión, haciendo que cada roce fuera aún más electrizante.

Con cuidado, Sebastián deslizó mi ropa interior, para luego colocar mis piernas alrededor de su cintura mientras nuestras miradas se encontraban nuevamente.

La Mujer de JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora