No puedes deshacerte de un hombre que te ama

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* Al abrir mis ojos y observar la ausencia de Altagracia, sentí mi corazón colgando de un hilo. Enseguida me levanté y empecé a buscarla por cada rincón de la casa, con la esperanza de que mis sospechas fueran erróneas y no hubiese decidido entregarse.

- ¡Altagracia! - exclamé mientras me dedicaba a buscarla en el baño de la habitación.

Al no encontrarla me dirigí a la sala y a la cocina y posteriormente a los potreros.

Caí en cuenta en que ella se había marchado, si lo hubiese sabido no habría cerrado los ojos. No pensé que fuera tan pronto, creí que aún tenía tiempo de convencerla.

Entré de nuevo a la casa y me dejé caer en el sillón, llevé ambas manos a mi cara y por fin me rendí, dejando caer mis lágrimas.

Los pocos días que estuve con Altagracia sentí como algo volvía a mi, quizás la habilidad de poder volver a sentir en el aspecto romántico.

Siempre he sido suyo, sin importar la religión, el tiempo o la distancia.

Altagracia despertaba todo en mi, era más que amarla, era casi como una devoción.
Detrás de su fachada seria y rebelde me dejó descubrir una versión de ella que escondía del mundo, una versión llena de sonrisas, amor y ternura. Altagracia enamorada era como una niña emocionada, sus ojos brillaban con furor y su sonrisa iluminaba cada rincón de mi alma. En lo poco que conocí a su familia por medio de sus historias, me hacía preguntarme ¿Cómo no la valoraban lo suficiente?, era una mujer extraordinaria, tenía todo lo que cualquier persona podría desear. Dentro de ella se esconde una nobleza que sale a flote en los peores momentos, defendiendo a quienes ama como una fiera. Era una de las cosas que más amaba de ella, aunque destestaba el hecho de que nunca se lo agradecieran.
Altagracia tiene un corazón tan especial, que es capaz de sacrificarse por cualquiera, poniendo a todos por encima de ella y de su propia libertad.

Me levanté del sillón, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, atesorando los recuerdos de los últimos días que se escondía entre el aire y los objetos que ahora me rodeaban.

Entré a la habitación, donde habíamos sido del otro, sin reservas.

Observé algo entre las sábanas, algo que no había notado del exalto que recibí al abrir los ojos.
La tomé entre mis dedos, era una carta. Mi corazón latía tan fuerte que podía sentir la sangre siendo bombeada con fuerza:

"Querido Sebastián,

Hoy, mientras miro por la ventana y veo cómo las hojas caen lentamente, no puedo evitar sentir cómo la tristeza se aferra a mí. Al escribirte, me doy cuenta de cuánto nos hemos amado y de lo profundo que ha sido ese amor. Esta carta es mi forma de despedirme, un adiós que se lleva consigo el roce de tu piel con la mía.

Desde el primer instante en que nuestras miradas se cruzaron, supe que había encontrado a alguien especial. En tu amor pude encontrar un refugio donde encontré consuelo y alegría. Pero la vida nos ha llevado por caminos distintos. Agradezco estos últimos días a tu lado, y aunque ya sea pasado, tu decisión de ser cura es algo que me persigue, porque dejó en mi una huella imborrable que demuestra el dolor que me causó.

Cada vez que pienso en nuestra hija, siento un nudo en la garganta. A menudo me despierto pensando en su risa, en su dulzura, y desearía poder abrazarla cada día, recordando que es de ambos.

Te amo profundamente, Sebastián, y eso nunca cambiará. Eres una parte fundamental de mi vida. A veces me encuentro hablando contigo en silencio, preguntándome si puedes escucharme desde donde estés.

Hoy elevo una oración al Dios que tanto amas. Le pido que cuide de nuestra pequeña Gloria con todo su amor y sabiduría. Que la proteja en cada paso que dé y le brinde felicidad. Mi mayor deseo es que crezca rodeada de luz y esperanza, aunque yo no pueda estar a su lado para guiarla. Si lo consigues, agradecería mucho que la conocieras y estuvieras a su lado como el padre amoroso que sé que serías.

La Mujer de JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora