El deseo es más fuerte que el sacerdocio

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Él se acercó a mí, y en un instante, nuestros labios se encontraron. El beso comenzó suavemente, pero pronto se intensificó, como si ambos supiéramos que no había vuelta atrás. Sus manos se deslizaron por mi cintura, atrayéndome hacia él mientras yo respondía a su abrazo con una mezcla de deseo y ternura, escabulliendo mis dedos por debajo de su camisa para finalmente, quitársela.
El ambiente estaba lleno de tensión.

Nos recostamos sobre la cama, y él me miró a los ojos con esa chispa de complicidad. Su mano comenzó a explorar mi cabello, acariciándolo con delicadeza. La forma en que sus dedos se movían me hacía sentir deseada y valorada al mismo tiempo. Con cada toque, me sentía más conectada a él.

Mientras nuestras bocas se buscaban sin descanso, mis piernas rodearon su cadera de forma instintiva. Era como si nos necesitáramos después de tanto tiempo separados, el deseo era palpable, pero había algo más profundo que nos unía. Era un vínculo que trascendía lo físico, una conexión que nos acercaba a lo celestial.

Él tomó mis manos y las guió hacia su cuello mientras comenzaba a deslizar sus dedos por mi muslo. La sensación era electrizante, me estremecía cada vez que sus manos descubrían más de mí. Me dejé llevar por el momento, sintiendo cómo el deseo nos envolvía, escuchando la melodía de la lluvia.

Nos movíamos juntos, cada caricia era un diálogo entre nuestros cuerpos. Sus labios recorrieron mi cuello con besos suaves y cálidos. En ese instante, comprendí que lo que compartíamos era algo más que deseo, era una experiencia tan pura que casi parecía sagrada.

Con cada beso, cada caricia, susurros y risas, nos entregábamos más el uno al otro. Era un momento donde nuestras almas parecían sincronizarse en perfecta armonía, como si estuvieran destinadas a encontrarse nuevamente.

Estaba acostada en su pecho, sintiendo el suave ritmo de su corazón. Él acariciaba mi cabello con ternura, mientras su otra mano se posaba en mi cintura.

- No puedo creer que estemos aquí otra vez - dijo con una sonrisa traviesa.

- Siempre has sido mi debilidad. - dije dándole un empujón divertido.

Él se rió suavemente, mirando hacia el techo.

- Sabía que no podía olvidarte. A veces me pregunto qué tan diferente habría sido todo si no hubiéramos tomado esos caminos.
Te he extrañado más de lo que puedes imaginar. Cada vez que te veía, sentía que faltaba algo. - añadió.

Amaneció lentamente, y la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación con un suave resplandor dorado. Me desperté primero, sintiendo el calor de su cuerpo junto al mío. Miré a mi alrededor, las gotas de lluvia aún resbalaban por la ventana, pero el aire era fresco.

Me giré hacia él, observando cómo dormía con una expresión serena en su rostro. No pude evitar sonreír al acariciar suavemente su cabello.

- Buenos días, soñador - susurré.

Él abrió los ojos lentamente y sonrió.

- ¿Ya me estás despertando? Solo quería dormir un poco más - dijo con una voz somnolienta.

- No puedo evitarlo. Eres demasiado lindo para dejarte dormir - respondí mientras me acercaba un poco más.

Me atrajo hacia él, envolviéndome en sus brazos cálidos. Nuestras miradas se encontraron y, sin pensarlo dos veces, nuestras manos comenzaron a explorar los cuerpos del otro.

- Siempre me haces sentir como si estuviera en casa - murmuré mientras nuestras bocas se encontraban en un beso suave que pronto se tornó más apasionado.

- Y tú eres mi lugar favorito - respondió él sonriendo entre los besos.

Finalmente, después de perder la noción del tiempo entre risas y caricias, la luz del sol se volvió más intensa y nos recordó que el día apenas comenzaba.

- ¿Desayuno? - le pregunté.

- Solo si es contigo - dijo él mientras se levantaba para preparar algo rápido.

Mientras estábamos en la cocina, el aroma del café recién hecho se mezclaba con el sonido de los huevos chisporroteando en la sartén. Me movía con un camisón de Sebastián, que caía holgado sobre mi cuerpo. Era suave y acogedor, pero en mi mente solo había confusión.

Él estaba allí, sonriendo mientras cocinaba, ajeno a la tormenta que se desataba dentro de mí. Cada vez que lo miraba, una parte de mí quería dejarlo todo atrás y disfrutar de este momento. Pero otra parte me gritaba que no podía seguir así.

- ¿Te ayudo en algo? - le pregunté, intentando distraerme de mis pensamientos.

- Solo disfruta del café - respondió él, con esa sonrisa que siempre me hacía sentir especial. Pero su dulzura solo acentuaba mi angustia.

De repente, notó algo en mi expresión. Se detuvo un momento, dejando la espátula a un lado.

- ¿Estás bien? Te veo un poco...
distante. -

Sus palabras me hicieron detenerme. Intenté sonreír, pero sabía que no podía ocultar la tormenta interna que me consumía.

- Solo... estoy pensando en muchas cosas.
- dije

Sebastián se acercó y tomó mis manos entre las suyas, buscando mi mirada con preocupación.

- Si hay algo que te preocupa, quiero que sepas que puedes contármelo. Estoy aquí para ti. - dijo acercándome a él.

Sentí su calidez y su sinceridad, pero también el peso de la realidad que llevaba conmigo. La idea de entregarme a la policía se colaba en mi mente como un eco persistente. Pero si lo hacía, ¿qué pasaría con él? ¿Lo dejaría atrapado en mi caos?

- Sebastián... - comencé a decir, pero me detuve al sentir cómo las lágrimas amenazaban con brotar. No quería arruinar este momento perfecto.

Él me miró intensamente, como si pudiera leer mis pensamientos más oscuros.

- No tienes que cargar con esto sola. Estoy aquí para lo que necesites. - besó mi frente.

Mientras sus palabras resonaban en mi corazón, sabía que tenía que tomar una decisión pronto. ¿Debía quedarme a su lado y arriesgarlo todo? O era hora de enfrentar las consecuencias y entregarme a la policía, dejando atrás este hermoso instante.

*Nota de autor: Buenas noches 💗
Espero que les haya gustado este capítulo.
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La Mujer de JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora