Habían pasado dos semanas desde el castigo que me había impuesto mi madre por escapar, dos semanas extremadamente aburridas, solo salía de mi habitación para las comidas del día. Esa mañana, los rayos traspasaron la cortina marcando la sombra de los patrones del encaje blanco por toda la habitación. Me sentía como en una prisión dorada, no podía ver a Leticia, no podía cabalgar con Angus, ni siquiera salir a pasear al parque, tuve que releer los mismos libros una vez más. Cada rincón de mi habitación me hacía recordar aquella noche donde mi felicidad duró solo unas tres horas. Además de que en mis tiempos libres a mi madre se le ocurrió la brillante idea de ponerme en clases de etiqueta y moralidad con la señora Penrose, eso hacía de mi vida un mayor infierno, multiplicado quedó.
Mi madre había decidido que yo necesitaba aprender una lección sobre el deber y la decencia según ella. Las reprimendas eran constantes, y cada vez que intentaba expresar mis deseos o anhelos, mi madre respondía con un desdén helado.
—Una dama de verdad jamás actuaría de esa forma tan despectiva y deshonrosa—decía mi madre con voz firme, como si cada palabra fuese una sentencia
Me permitía el lujo de la distracción, a veces en medio de las clases miraba hacia la ventana para ver el jardín, donde las flores florecían en todo su esplendor. El aire fresco y el canto de los pájaros parecían burlarse de mi encierro o de mí en general, recordándome lo que había perdido. En mi mente, revivía cada instante de aquella noche mágica en la fiesta: las risas, la música, la sensación de libertad. Pero ahora todo eso era un sueño lejano.
Me preguntaba qué estaría haciendo Leticia justo ahora, estaría seguramente haciendo lo que yo tengo prohibido, estaba encerrada en la burbuja de cristal que me había creado mi madre.
—¿Cuándo acabará esto? Me estás torturando —me quejé con agonía
La realidad era que no aguantaba más ese maldito encierro, necesitaba sentir el viento en mi rostro, caminar por las empedradas calles del reino, ir al lago, mínimo comprarme libros nuevos, necesitaba volver a mi vida normal, este encierro me estaba deprimiendo.
—Cuando aprendas a comportarte como una dama de sociedad y no como una joven meretriz desobediente —dijo con un tono frío y distante
Las palabras que escuché provenir de su boca chocaron contra mi interior, me sentí muy mal, mis lágrimas amenazaban con salirse pero no, no me permitiría a mí misma llorar delante de mi madre. Le di la espalda y fui corriendo hacia el despacho de mi padre, toqué tres veces la puerta hasta que recibí la señal de que podía entrar
—Hola padre—dije con la voz entrecortada
Al escucharme rápidamente levantó la vista y fijó sus claros ojos en mí con preocupación
—¿Por qué lloras, cielo?—preguntó
—Desde el día que escapé de casa estoy castigada, no he podido salir de mi habitación, no he podido cabalgar, ni leer, ni tampoco dar un paseo, ni siquiera salir a pasear al parque —suspiré—y en mis tiempos libres debo tomar clases de etiqueta y moralidad, me siento frustrada padre
—Es cierto que lo que hiciste estuvo mal, pero tampoco había que pasarse tanto con el castigo, estoy seguro que ya aprendiste la lección —dijo
Yo asentí
—Te ofrezco un trato—propuso luego de pensarlo unos segundos —revocaré tu castigo
Casi salto de la alegría. Eso significaba que podía volver a mi vida cotidiana, no más etiqueta y moralidad. Luego recordé la palabra "trato" y mi felicidad no duró mucho, quería algo a cambio
—¿Qué trato quieres ofrecerme?—pregunté desconfiada
—Revocaré tu castigo y podrás volver a vivir feliz solo si aceptas salir con Ashford
ESTÁS LEYENDO
El encanto de Wisperdale
Teen FictionWisperdale es un reino lejano gobernado sabiamente por sus monarcas. Estaba en el medio de la nada, solamente rodeado por un calmado mar. Los pueblerinos solían decir que era un reino mágico porque en el centro del bosque había un acantilado y una a...