Promiscuo cura

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Víctor se quedó mirando su entorno pensando cómo sería cuidar o proteger a las hermanas de Eurídice y a ella porque al menos Pandora no sabía de ellas

Esta relación poli amorosa era compleja ahora pues debía ser aún  más precavido  con como moverse ahora una mujer se sentó frente a el reconoció esos ojos color miel era quien mandaba  a los súcubos

— No te preocupes por ellas querido Pandora no les pondrá nunca un dedo encima — Víctor lo conocía desde niño  sabía cuando pensaba en como actuar en una situación tensa

—Como siempre  estás presente en los momentos más importantes querida emperadora — como si se tratara de una angel  vigilante ella aparecía cuando estaba   planeando como actuar

— Tu familia se caracteriza mucho porque no permite que nadie sea debil y tu no lo eres  , puede que estés pensativo pero aprendiste a controlar tu cuerpo  , — nunca voy a negar que siempre tengo ganas de jugar con el y saborearlo pero tenía algo que cualquier cabeza necesita y es poder generar empatía pura no manipulada —vamos a visitarla  pero te acompaño hasta cierto punto —

— Este día se está volviendo demasiado interesante — respiro profundo suave para luego pedir otro café antes de salir el caféteria cuando me lo acabe

Víctor salió del café, sintiendo que la conversación con su hermana había dejado un peso en el aire. Sabía que debía despejar su mente, así que decidió caminar hacia un lugar que siempre lo había ayudado a encontrar claridad: una iglesia. En París, los lugares sagrados no eran difíciles de encontrar, pero en esta ocasión, una en particular lo atraía.

La luz del atardecer pintaba la ciudad con tonos cálidos mientras caminaba hacia la Église Saint-Pierre de Chaillot, una iglesia no muy lejos de la Torre Eiffel. Desde el café, tomó la Rue de Monttessuy, una calle tranquila que lo alejaba del bullicio turístico. El eco de sus pasos resonaba contra los muros de los edificios, mientras la Torre Eiffel se mantenía en su campo de visión, como una centinela que lo vigilaba desde la distancia.

A medida que avanzaba, la atmósfera cambiaba. París siempre parecía tener esta dualidad entre lo bullicioso y lo íntimo, y en esa tarde, el lado íntimo de la ciudad se desplegaba ante él. Las calles estaban llenas de sombras alargadas, pero aún había destellos de luz reflejándose en los adoquines húmedos, como si el día no quisiera ceder completamente a la noche.

Víctor cruzó el Pont d’Iéna, sintiendo el crujido del puente bajo sus pies mientras el Sena se deslizaba perezosamente debajo. Las luces de los barcos turísticos brillaban como luciérnagas en el agua. Al otro lado del puente, giró hacia la Avenue d'Iéna, pasando por elegantes edificios de estilo haussmaniano y pequeños cafés donde las conversaciones susurradas se mezclaban con el aroma a café recién hecho.

Finalmente, llegó a la Rue de Chaillot. La iglesia, con su arquitectura neorrománica, se alzaba imponente pero discreta entre los edificios circundantes. La fachada, aunque sobria, transmitía una calma solemne que lo invitaba a entrar. Subió los escalones de piedra con pasos medidos, y al empujar las pesadas puertas de madera, fue recibido por el aire fresco y silencioso del interior.

Dentro, la luz era tenue, filtrándose a través de los vitrales que adornaban las paredes. El eco de sus pasos era el único sonido que rompía el silencio. Víctor avanzó por el pasillo central, deteniéndose frente al altar. Se quedó de pie por un momento, observando el espacio vacío, sintiendo el peso de las decisiones que debía tomar.

Este lugar, tan alejado del caos exterior, siempre había tenido un efecto sobre él. Aquí, en medio de la quietud, podía ordenar sus pensamientos y reflexionar sobre los movimientos que debía hacer.

El Arte de la Crítica: Sombra de un CríticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora