La Duda de Ye-jin

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//esta vez usaré otro estilo //

Ye-jin caminaba con paso firme, pero su mente era un torbellino. Acababa de sacar a Clemence de las garras de la súcubo, pero algo en la forma en que la criatura la miró antes de dejarlas ir seguía retumbando en su cabeza. ¿Por qué no hizo nada? ¿Por qué no atacó? Todo había sido demasiado fácil, y eso solo aumentaba su desconfianza.

Al voltear a ver a Clemence, no encontró el agradecimiento que esperaba en su rostro. En cambio, había algo más: una sospecha, una mirada que parecía querer desentrañar los secretos de Ye-jin. A pesar de ser la salvadora, Ye-jin sentía que estaba bajo el escrutinio de la amiga de Juliette.

Mientras caminaban por las calles vacías, el eco de sus pasos resonaba en el pavimento húmedo. "¿Por qué...?", empezó Clemence, pero luego guardó silencio, mordiéndose el labio. No terminó la pregunta, pero Ye-jin podía sentir el peso de la duda flotando entre ambas.

Era la misma duda que comenzaba a enredarse en su mente. Había seguido las reglas del consejo Dakarmi toda su vida, cumpliendo con cada misión, con cada orden, pero algo empezaba a quebrarse en su interior. La escena con la súcubo había sido diferente. La criatura no parecía tener malas intenciones, al menos no en ese momento. ¿Qué sentido tenía todo esto? ¿De verdad las cosas eran tan blancas y negras como el consejo le había enseñado? ¿Era correcto contenerse tanto, siempre mantenerse firme y distante, incluso cuando sentía que el mundo a su alrededor era un caos de grises?

Después de dejar a Clemence en un lugar seguro, Ye-jin decidió visitar a su madre. Quería respuestas, aunque temía lo que pudiera encontrar. Su madre, siempre fría pero firme, la recibió con su habitual mirada calculadora.

—Has cumplido tu misión, Ye-jin —dijo su madre, con ese tono distante que siempre usaba. Pero Ye-jin notó un matiz diferente, como si sus palabras escondieran algo más—. El deber es lo único que te sostiene en este mundo.

—¿Y qué si ya no siento lo mismo? —preguntó Ye-jin, sorprendida por la franqueza de sus propias palabras. Su madre alzó una ceja, pero no respondió de inmediato.

—El águila no se pregunta si debe volar, simplemente lo hace —respondió su madre al cabo de unos segundos, usando una de sus típicas metáforas—. Si dudas de tu vuelo, caerás. No hay espacio para las emociones en tu misión.

Ye-jin frunció el ceño. Sabía que su madre tenía razón, al menos desde el punto de vista práctico. Pero algo en su interior la impulsaba a cuestionar más, a rebelarse contra esa frialdad que le imponían.

—¿Y el amor? —preguntó, sin poder contenerse. ¿Qué hay del amor, madre? ¿No debería al menos considerarlo?

Su madre la miró fijamente, como si estudiara cada parte de su rostro en busca de una debilidad.

—El amor es una distracción —dijo su madre al final—. Puede hacerte fuerte, pero también puede destruirte. Si lo eliges, asegúrate de que sea una herramienta, no una cadena.

Ye-jin no respondió. Su madre siempre veía el mundo como una batalla constante, donde todo debía ser usado para un propósito más grande. Pero Juliette... ¿Podía usar a Juliette de esa manera? ¿Y si lo que sentía no era una distracción, sino lo único que le daba sentido a todo? Las preguntas la golpeaban como olas furiosas, pero no podía detenerlas.

Mientras dejaba atrás la conversación con su madre, Ye-jin se encontró caminando de nuevo por las calles de la zona roja de París. Se dirigía a cumplir la siguiente misión que Amelia le había encomendado. Debía encontrarse con una súcubo que lideraba una pequeña facción que había estado alterando el orden en la zona.

El bar donde la encontraría estaba oscuro y apenas iluminado por luces tenues y neones parpadeantes. Al entrar, sintió de inmediato la tensión en el ambiente, como si cada persona en el lugar supiera más de lo que aparentaba.

La súcubo la esperaba en una esquina, sentada con elegancia en un sofá de terciopelo rojo. Ye-jin se acercó, su rostro impasible, pero su mente seguía agitándose con las dudas. La súcubo sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y malicia.

—Así que, ¿vienes a negociar? —preguntó la súcubo, su voz suave y casi seductora.

—No estoy aquí para jugar —respondió Ye-jin con frialdad, aunque sentía cómo las palabras de la criatura intentaban filtrarse en su mente, minando su autocontrol.

La súcubo se levantó lentamente, acercándose a Ye-jin con movimientos fluidos, como si desafiara las leyes de la gravedad.

—Siempre es un juego, querida —susurró la súcubo, sus palabras como un veneno dulce—. Incluso cuando crees que tienes el control.

Por un breve momento, Ye-jin sintió que su autocontrol flaqueaba. La súcubo jugaba con sus percepciones, distorsionando la realidad con cada palabra. Su mente se llenó de imágenes de Juliette, de sus sentimientos no correspondidos, de la posibilidad de una vida diferente, una vida en la que el deber no lo fuera todo. Pero al mismo tiempo, algo en su interior la forzó a regresar, a reafirmar su control.

—No te equivoques —dijo Ye-jin, sus ojos endureciéndose mientras daba un paso hacia adelante, recuperando su compostura—. Si te cruzas en mi camino, no dudaré en hacer lo que sea necesario. Y eso incluye a tus... seguidores.

La súcubo la miró con sorpresa, pero sonrió de nuevo, como si la amenaza no fuera más que otro componente del juego.

—Lo veremos —susurró, antes de dar un paso atrás, dejando el aire cargado de tensión.

**Una llamada inquietante**

Mientras Ye-jin se preparaba para salir, la súcubo sacó su teléfono y respondió a una llamada. Aunque intentó ignorarlo, las palabras que escuchó hicieron que su corazón se acelerara.

—Sí, Víctor, todo sigue en marcha —decía la súcubo en voz baja, pero lo suficientemente alta para que Ye-jin pudiera oírla—. Como planeaste, Clemence estuvo aquí. Todo salió según lo previsto.

Ye-jin se detuvo en seco. ¿Había sido todo una trampa? ¿Era Clemence parte de un plan mayor? Las preguntas comenzaron a acumularse en su mente mientras salía del bar, dejando la puerta abierta para un sinfín de dudas y misterios que aún no lograba descifrar.

El Arte de la Crítica: Sombra de un CríticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora