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En lo alto de su trono, rodeada por los vastos tapices y las columnas que sostenían el inmenso techo de la sala del consejo, la reina afilaba su mirada sobre sus soldados. Sus ojos brillaban con cólera, su ceño profundamente fruncido. "¿Ningún bufón en todo el reino? Soldados incompetentes", clamó con furia mientras apretaba su mano en un puño. Su voz retumbó en los muros de piedra, y un silencio denso cayó sobre la sala. Ningún hombre osaba moverse o siquiera respirar con fuerza bajo la gélida mirada de su soberana.

El jefe de la guardia, con su yelmo en mano, dió un paso hacia adelante, sus piernas temblorosas apenas sostenían su peso. Con voz trémula, respondió: "Majestad, hemos encontrado uno, pero... se ha negado repetidas veces a su llamado." Cada palabra parecía costarle la vida, consciente de la inestabilidad del temperamento de la reina.

La morena, con una sonrisa cargada de ironía, dejó escapar una risa breve y despectiva. Su mirada se endureció, frotándose la sien con visible fastidio. Se levantó con gracia, a pesar de la furia que contenía, y avanzó con paso firme hacia el soldado, con sus ojos perforando los suyos. Estando frente a frente, le habló con voz contenida, pero helada: "Quiera o no, vendrá ante mí. Nadie en este reino puede oponerse a mis órdenes. Lo traerán ahora mismo, y si no lo tienen ante mi presencia antes del ocaso, os juro por mi corona que haré rodar vuestras cabezas."

Dió media vuelta, con su vestido de terciopelo ondeando tras ella, y volvió a sentarse en su trono con elegancia. El jefe de la guardia asintió rápidamente, su rostro pálido y húmedo por el sudor. No osó decir palabra alguna mientras él y su tropa salían a toda prisa, sabiendo bien lo que les esperaba si fracasaban.

La reina observó cómo se marchaban, y con un suspiro de fastidio, se levantó de nuevo. "Kendrick", llamó, y en un instante apareció su fiel mayordomo, quien la aguardaba pacientemente en las sombras. "Acompáñame a mis aposentos. Debo ocuparme de los asuntos del reino mientras estos inútiles cumplen con mi mandato."

Una vez en su despacho, se sumergió en papeles y pergaminos, las tareas de gobernar un reino asediado por la traición y la desconfianza. La muerte de su padre aún resonaba en el aire, y aunque los rumores de envenenamiento la seguían como una sombra, a ella poco le importaban las habladurías de los plebeyos. Sabía que su poder era absoluto, y en su mente, nadie osaría desafiarla.

Horas después, Kenric se presentó ante la puerta del despacho. Con una reverencia leve, anunció desde el umbral: "Majestad, lo que ha solicitado ha llegado." Ella retiró sus gafas con calma, un leve atisbo de satisfacción cruzó su rostro antes de volver a ocultarlo bajo su habitual máscara de frialdad.

Al salir de su despacho, observó a Kenric inclinarse con una pequeña reverencia. Alzó una mano delicada en señal de que dejara esa formalidad, con su mente ya puesta en el bufón que había osado negarse a sus órdenes. Se dirigió al gran salón, su andar era firme y resonante sobre el mármol.

Allí, en el centro de la sala, el bufón se encontraba arrodillado, forzado a esa posición por los soldados. Su torso estaba desnudo, la parte superior de sus ropas desgarrada, resultado de un evidente forcejeo. Mandy frunció una ceja al notar su estado, pero no mostró mayor interés. El bufón era, para ella, un simple peón más en su vasto tablero de poder.

Se acercó lentamente, con sus ojos escudriñando al hombre que se atrevió a desafiarla. "Desde este momento, serás mío. No podrás negarte a ninguna petición mía, ni ahora ni jamás," declaró, con su voz tan afilada como una espada recién forjada.

El bufón, respirando con dificultad por el esfuerzo de la lucha, la miró de arriba abajo. Su rostro mostraba una mezcla de desdén y resignación. "¿Después de lo que hizo para traerme aquí? Estoy seguro que todos vieron cómo sus soldados arrancaron mi ropa como si fuera un animal. Rechacé su propuesta muchas veces, pues no deseo trabajar para alguien tan caprichosa como usted. ¿No lo comprende, mi señora?", dijo, con un tono tan suave como desafiante.

La sangre hirvió en las venas de Mandy al escuchar aquellas palabras insolentes. Su mano voló por el aire antes de que pudiera detenerse, y el bofetón resonó en la sala. "¡Soy tu reina! Y me hablarás con el debido respeto. Hasta que aprendas modales, no verás la luz del día," exclamó con furia contenida, sus ojos llameantes de ira. "¡Guardias, llevenlo al calabozo!"

Los soldados obedecieron al instante, arrastrando al bufón por los sucios pasillos de piedra hacia los calabozos. El hedor a podredumbre y la oscuridad se hacían más intensos con cada paso. El bufón pelirrojo, intentó resistirse de nuevo, forcejeando mientras los soldados lo empujaban hacia la fría mazmorra. Pero uno de los guardias, con una sonrisa cruel, le asestó un golpe en las costillas, dejándolo sin aire.

"Quieto, maldito pelirrojo," gruñó el guardia con desprecio, sujetándole la cabeza con fuerza para forzarlo a bajar la mirada. "Ya nos has dado bastantes problemas. Casi pierdo mi vida por tu insolencia, miserable plebeyo."

Finalmente, lo arrojaron contra las duras piedras del calabozo, donde cayó de rodillas, jadeando por el dolor. "Ahí te quedarás, inmundo," murmuró el guardia mientras cerraba la celda de hierro con un chirrido que reverberó por los pasillos.

Los soldados se rieron entre ellos antes de marcharse, dejando a Chester solo en la penumbra. El bufón, con el rostro manchado de sudor y el pecho adolorido, soltó un suspiro profundo. "Supongo que esto es mejor que estar allá arriba con ella," murmuró con sarcasmo mientras palpaba la zona donde había recibido el golpe. "Carajo... esto dejará un moretón."

El silencio de los calabozos, interrumpido únicamente por el goteo lejano del agua, se cerró alrededor de él. Pero aunque la oscuridad y la podredumbre lo rodeaban, él no podía evitar pensar que, en cierta forma, su celda era más segura que la furia de la reina.

[KISMET] \ (Mandy x Chester)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora