VII

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Chester cerró la puerta de su habitación tras de sí, dejándose caer pesadamente sobre la cama. La caminata con la morena había sido en verdad desconcertante. Se repitió una y otra vez el final abrupto de su encuentro: una conversación casual, aparentemente inocente, que sin previo aviso llegó a su fin, dejándolo solo en los senderos del jardín real. No entendía cómo las cosas habían cambiado tan de repente. Había deambulado un tanto más, antes de regresar sobre sus pasos, y como si hubiese surgido de las mismas sombras, Kendrick, había aparecido a su lado, como si siempre estuviese siguiendo cada uno de sus movimientos.

Durante el resto de la tarde, su mente se mantuvo inquieta, rumiando en torno a los extraños sucesos. Incluso cuando le trajeron la cena, no pudo apartar la mirada del cielo plomizo más allá de su ventana, hasta que una idea, como una revelación, se plantó con fuerza en su cabeza: ¿podía ser que ella le estuviera tendiendo una sutil trampa? La mujer había sido clara, casi extrañamente honesta, cuando dijo que sabía de su preferencia por el jardín. El razonamiento parecía irrefutable: ¿por qué, entonces, le había concedido ese privilegio si no era para acercarlo a sus designios?

Chester se permitió una sonrisa sardónica. Debes estar desesperada. Pensó, divertido. Si Mandy creía que podía comprar su voluntad con actos tan nimios, como llevarlo a pasear bajo el sol, no entendía ni un ápice de quién era él. Había sido paciente, desde el mismo momento en que decidió no volver a confrontarla directamente por los insultos que le había lanzado antes. Pero aquello no significaba que estuviera dispuesto a colaborar. En lo más profundo de su ser, Chester la despreciaba. Odiaba estar ahí, en ese maldito castillo, y odiaba aún más lo que Mandy le había hecho a su aldea. Y si había aceptado ponerse la ropa fina que le ofrecían o asistir a sus comidas, era solo para ganar tiempo. Porque tenía un plan.

Aquella tarde en el jardín, Chester había dejado de lado su rencor solo por un instante, embriagado por la sensación del viento en su rostro, del calor del sol tras días de encierro. Había sonreído, había hablado con Mandy como si fueran conocidos de toda la vida. Y, en un impulso, había tomado su mano, un gesto que jamás hubiera imaginado hacer. Recordaba la calidez de su piel, algo que no se esperaba de una mujer que no titubeaba en ensangrentarse las manos con la vida de otros. Fue un acto impulsivo, breve, y aun así lo dejó meditabundo.

Qué ironía, pensó mientras observaba el crepúsculo teñir de púrpura los muros del castillo. A pesar de todo, la reina había estado extrañamente moderada. Desde aquel encuentro nefasto en el gran salón, no había vuelto a enfurecerse ni a intentar doblegarlo abiertamente. Se había mantenido ocupada, permitiéndole su espacio, como si las obligaciones del reino la distrajeran de intentar manipularlo nuevamente. Chester lo agradecía, aunque no se engañaba. Sabía que todo formaba parte de un plan mayor. La paciencia que había demostrado hasta ahora era la clave. Necesitaba hacerles creer que estaba dispuesto a adaptarse, que eventualmente podrían confiar en él... hasta que fuese demasiado tarde.

El pelirrojo sabía que no podía permitirse el lujo de esperar mucho más. El riesgo de que Mandy interpretara su silencio como una señal de sumisión era alto, y él no tenía intención de convertirse en una marioneta. La caminata por el jardín había sido lo único positivo de toda aquella farsa. Ella le había concedido una autorización para moverse libremente por el castillo, algo que nunca hubiera esperado. Esa confianza, tan imprudente por parte de la morena, solo le facilitaba lo que siempre había tenido en mente: escapar.

Sabía que no podía regresar a su aldea, pues sería el primer lugar donde lo buscarían. Poner a Buster, su mejor amigo, en peligro era impensable. Si lograba salir del castillo sin dejar rastro, él podría desaparecer entre las montañas, al menos por un tiempo, hasta que el asunto se enfriara.

***

Mandy desenvainó su espada, con los movimientos precisos y llenos de una furia contenida. Frente a ella, el general de su ejército, uno de sus oficiales más experimentados, apenas podía mantener la compostura ante la ferocidad de los ataques de la reina. La mujer lo embistió sin piedad, acortando la distancia entre ellos con un juego de pies rápido y calculado, hasta que, en cuestión de minutos, el hombre cayó al suelo, jadeante y visiblemente conmocionado.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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[KISMET] \ (Mandy x Chester)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora