III

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Chester fue conducido al gran salón con pasos que resonaban en las losas de mármol, acompañado de dos guardias que lo vigilaban de cerca. El vasto espacio que lo rodeaba estaba bañado por la luz del sol que se filtraba a través de los vitrales, proyectando figuras sagradas en las paredes de piedra. Al ingresar, fue recibido por el anciano mayordomo, cuyo porte era tan imperturbable como siempre. Su cabello, blanco como la nieve, contrastaba con su mirada sabia y cansada, marcada por los años al servicio de la corona.

"Bienvenido sea, mi señor." dijo él, con una inclinación de cabeza, con su tono impecablemente cortés, aunque cargado de formalidad. "La reina lo espera."

Chester no se molestó en responder verbalmente; su gesto fue apenas un breve asentimiento. Su mente estaba ya demasiado ocupada con la visión que capturó al entrar: Mandy, situada al fondo del gran comedor, rodeada por el resplandor de los candelabros de plata. Vestida con un suntuoso vestido de terciopelo carmesí, su cabellera caía como una cascada sobre sus hombros. Había en su semblante una mezcla de impaciencia y orgullo. El ceño fruncido indicaba claramente que la espera no era de su agrado.

Sin mayor ceremonia, Chester caminó con decisión hacia ella. Su paso, aunque cauteloso, no mostraba la sumisión que muchos otros hombres hubiesen mostrado en presencia de la soberana. Sin hacer reverencia ni pedir permiso, se sentó a su lado en el largo banquete, ignorando las miradas reprobatorias de los sirvientes y cortesanos. Ante la mirada atónita de aquellos presentes, Chester tomó un trozo de pan de la mesa y, sin más dilación, comenzó a devorar su contenido con avidez, utilizando sus manos sin la más mínima consideración por las normas del protocolo.

La morena, que lo observaba de soslayo, entrecerró los ojos con una mezcla de asco y resignación. Finalmente, suspiró, dejando escapar una mueca de desdén.

"Pareces un animal salvaje, incapaz de aprender los mínimos modos civilizados," comentó ella mientras cortaba delicadamente su pan con un cuchillo de plata. Sus movimientos eran gráciles, casi etéreos, llevando cada pedazo de comida a su boca con la elegancia propia de su estirpe.

El pelirrojo no se molestó en responder. Tan solo alzó la vista, lanzándole una mirada indiferente antes de volver a su comida, sus ojos llenos de una mezcla de hastío y desafío. Con un movimiento apenas perceptible, rodó los ojos, desestimando sus palabras.

El silencio entre ambos se mantuvo brevemente, roto únicamente por el suave sonido de los cubiertos sobre la loza y el crujido del pan bajo las manos del pelirrojo. Finalmente, Mandy rompió el incómodo mutismo, con una voz que no ocultaba su desprecio.

"Sé que sin duda te preguntarás por qué te he traído aquí con tanta insistencia," comenzó ella, mientras levantaba una taza de fina porcelana y sorbía su contenido. La razón es simple: Y es que no hallaba a nadie tan patético como tú," dijo, su voz desbordando desdén. "Eres un fracaso de hombre. Nadie de este reino reconocería a un ser tan insignificante. Y es por ello que necesito que fingas ser mi esposo."

Cuando finalmente su mente captó la última frase, se quedó inmóvil. El trozo de carne se deslizó por su garganta de golpe, y comenzó a toser violentamente. El ataque de tos lo hizo inclinarse sobre la mesa, atrayendo la mirada de todos los presentes. Cuando al fin pudo respirar, miró a la morena con incredulidad, con el pánico reflejado en sus ojos.

"¿Qué...?" logró balbucear entre toses.

Mandy, impasible, lo observó con una ceja levantada, como si el torpe espectáculo frente a ella le fuera de lo más natural.

"¿Acaso eres sordo?" dijo con evidente fastidio. "He dicho que necesito que fingas ser mi esposo."

El pelirrojo, recuperado apenas de su ataque de tos, la miró con la sorpresa aún patente en su rostro. Las palabras de la reina resonaban en su cabeza, y no podía evitar preguntarse si había oído mal. ¿Ella, la reina, quería que él, un simple plebeyo, fingiera ser su esposo? ¿Estaba enloqueciendo?

"¿Has perdido la razón?" exclamó, aún incrédulo.

La furia en los ojos de Mandy fue instantánea. Sin dudarlo un segundo, tomó el cuchillo que tenía frente a ella y lo acercó al rostro de Chester, quien, instintivamente, retrocedió. El filo del cuchillo brillaba a la luz de las antorchas, mientras la ella apretaba el mango con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

"Si vuelves a decir tal cosa, lo único que se perderá será tu cabeza." advirtió ella con voz gélida, su mirada lo perforaba con una mezcla de ira y amenaza.

Chester la miró, asintiendo ligeramente, temiendo que una palabra más pudiera desencadenar su furia. Decidió callar, observándola con cautela.

"Fingirás ser mi esposo en todas las reuniones importantes, para los ojos de los nobles y embajadores serás el rey consorte, mas fuera de tales momentos, no serás más que lo que eres ahora: un peón para mí." continuó, con su tono altivo e implacable.

"Su majestad," respondió él con una ironía mordaz, "¿No le parece que está pidiendo demasiado?"

Ella lo miró, con sus labios dibujando una sonrisa cruel. "No," respondió tajante. Como si la mera sugerencia de que alguien osara cuestionar sus órdenes fuera absurda. "¿Acaso olvidas quién eres?"

Chester frunció el ceño. El humor que aún lo sostenía se desvanecía, reemplazado por un resentimiento creciente.

"¿Y qué gano yo con todo esto?" replicó. "¿Más desprecio? No, gracias."

Con un resoplido de ira, Mandy se levantó de su asiento y se acercó a Chester, tomando su rostro con una mano fuerte, apretando sus mejillas y enterrando sus uñas en él hasta el punto del dolor. Su mirada, ahora furiosa, se clavó en los ojos de él.

"Te he dicho antes, y lo repetiré cuantas veces sea necesario," susurró con una voz llena de autoridad. "No puedes negarte a mis peticiones. Tú no eres más que un gusano bajo mis pies. Yo soy tu reina."

Kendrick, que había observado la escena desde la distancia, decidió intervenir en ese momento. Había sido testigo de demasiados episodios similares, sabiendo bien que la paciencia de la morena era tan escasa como su misericordia.

"Majestad, si me permite... quizás sería prudente mostrar un poco de mesura. El joven podría ser de más utilidad si es tratado con... algo menos de dureza."

Ella lo soltó con un resoplido de frustración, dándose la vuelta con el movimiento brusco de su prenda. "He terminado aquí. Kendrick, encárgate de él. Enséñale lo necesario para que no haga el ridículo," ordenó mientras salía del salón, con su figura altiva recortándose contra la luz de la puerta.

Kendrick, tras observar la salida de la reina, se volvió hacia Chester, quien aún se frotaba las mejillas, intentando calmar el dolor del apretón.

"Tiene una mano fuerte, ¿eh?" dijo Chester con una risa seca, intentando romper la tensión.

El mayordomo lo miró con severidad, pero su voz permaneció calmada.

"Señor" dijo con calma, "le aconsejo que no haga más comentarios insensatos. Si desea conservar su vida, será mejor que termine su comida y preste atención a lo que le enseñaré."

El pelirrojo observó amargamente la comida aún con su mano sobre su cara y dijo:

"Estoy sin apetito"

Kendrick no dijo nada, tan solo asintió e hizo un movimiento rápido con su mano y enseguida una de las chicas que trabajaba en la cocina recogió los platos.

"Venga conmigo" el viejo dió media vuelta y Chester lo siguió.

Caminaron por unos cuantos pasillos hasta llegar al jardín. Sus ojos se cerraron voluntariamente al ver la luz del sol estampar contra su cara, dió un leve quejido y llevó su mano hasta su cara para poder acostumbrarse.

"Dentro de unos días hay una gran ceremonia. A la señorita no le gusta recibir visitas, pero me temo que está vez sería necesario." Habló mientras caminaba con sus manos puestas atrás. "Por supuesto, habrá un baile. Usted debe estar ahí, obviamente. Deberá actuar como su esposo. Nadie lo sabe, así que será una sorpresa para todos" Él se detuvo en seco y volteó para ver a Chester. "Por eso usted debe actuar a la altura, y de eso, me encargaré yo."

[KISMET] \ (Mandy x Chester)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora