IV

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Chester no recordaba haber dormido con tal apacibilidad en toda su vida. Las suaves sábanas, tejidas con la más fina lana, parecían deslizarse como el susurro del viento sobre su piel. Y la cama, ah, aquella cama, como si hubiese sido hecha a medida de su cuerpo, atrapando cada curva y ángulo con una precisión que casi lo hacía olvidar, por un efímero instante, que su estancia en aquel lugar era todo menos voluntaria.

Mas el sol, cruel y sin compasión, atravesó las ventanas de la cámara, llenando el recinto de una luz dorada y cegadora. Él, seguro de haber cerrado las cortinas con meticuloso esmero, gruñó en voz baja, abriendo apenas un ojo para descubrir al mayordomo, de pie junto a su lecho. Con un suspiro pesado, llenado de desdén, el pelirrojo se removió entre las sábanas, odiando con todo fervor ser despertado de tan dulce sueño.

"Confío, mi señor, en que ha reposado bien durante la noche," dijo Kendrick con una inclinación de cabeza, su voz suave pero firme. "Hoy le aguarda su primera lección, la cual consiste en memorizar los rostros y nombres de aquellos que tendrán el honor de asistir al gran baile del castillo."

El pelirrojo soltó un bufido antes de hundir la cara en la almohada, como si pretendiera escapar del tormento que le aguardaba. Arqueó una ceja, casi riendo por lo absurdo del encargo. ¿Acaso le tenían por un autómata? La mera idea de recordar a toda esa nobleza, cuyas caras y títulos debían de ser infinitos, le parecía una tarea titánica, rayando en lo imposible.

"¿Rostros y nombres?" murmuró, incrédulo. "¿Acaso creen que soy algún tipo de máquina infernal? ¿Cómo esperan que recuerde a toda esa gente? A duras penas puedo recordar tu nombre," replicó Chester, con su tono teñido de una socarronería que no pasó desapercibida para el mayordomo.

Kendrick, imperturbable, respondió con tono solemne: "Es de vital importancia, mi señor, que recuerde a cada uno de los invitados. Solo así se ganará el respeto y estima de la nobleza."

Mientras hablaba, se levantó con pesadez y se acercó a un espejo de cuerpo entero. Frente a él, comenzó a abotonar la camisa de lino que había usado para dormir, mientras lanzaba miradas reprobatorias a Kendrick. Con la tela aún oliendo a lavanda y cedro, aunque ligeramente arrugada por la noche de descanso.

"La estima de esos buitres no me interesa en lo más mínimo," dijo con un suspiro de fastidio, girando sobre sus talones para mirar al mayordomo. "Creí que mis lecciones consistirían en algo más sencillo, como levantar una taza de té," añadió, con el sarcasmo rezumando de sus palabras.

"Estas son órdenes de la reina, mi señor. Cualquier queja o petición, le invito a llevarla directamente ante su majestad," replicó Kendrick, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto, pero con un destello de satisfacción en sus ojos.

Chester soltó una risotada seca. "¡Qué idea tan magnífica!" dijo, impregnando sus palabras de sarcasmo, mientras cruzaba la estancia y abría la puerta de la cámara. Kendrick le siguió de inmediato, con una sonrisa apenas visible, como si disfrutara secretamente de la incomodidad del joven.

El pelirrojo avanzó por los amplios corredores del castillo, cuyas paredes estaban adornadas con tapices. Las losas de mármol resonaban bajo sus pies descalzos, y antes de que él mismo pudiera abrir las puertas del gran salón, los guardias apostados a ambos lados lo hicieron por él, con una reverencia que le pareció exagerada. ¿De verdad debía acostumbrarse a este trato? ¿Acaso se le esperaba que se convirtiera en un parásito noble, incapaz de abrir siquiera una puerta por su cuenta?

Sin mediar palabra, se sentó ante la mesa servida y comenzó a desayunar. Mordisqueó un trozo de tostada con desgano, con su mente perdida en pensamientos sombríos sobre lo que sería su vida de aquí en adelante.

"¿Y ella?" preguntó con desdén, dirigiendo su mirada hacia Kendrick, que permanecía de pie junto a él.

"Su majestad no descenderá hoy. Está ocupada en sus quehaceres en el despacho. Revisando documentos de gran importancia,” respondió el mayordomo con un tono formal y neutral.

Chester mordió la tostada con resignación y apatía, con su mirada apagada. “Ajá,” fue todo lo que dijo, prefiriendo no indagar más. Mejor así, pensó. Cuanto menos la vea, mejor.

Tras unos minutos, terminó su desayuno. Había sido la comida más exquisita que había probado en años. Sin embargo, no estaba dispuesto a darles el gusto de saberlo.

"Ha estado horrible." murmuró con fingida indiferencia, poniéndose en pie.

"Se lo comunicaré a su majestad," replicó Kendrick con la misma formalidad que siempre, dándose la vuelta. "De ser así, mandará a cambiar el platillo de inmediato, mi señor. Sígame, por favor."

Chester tragó saliva con dificultad, consciente de que la reina haría cualquier cosa menos cambiar el menú. Siguió a Kendrick en silencio, descendiendo por unas escaleras que llevaban a un sótano pequeño y oscuro. Allí, el mayordomo lo invitó a sentarse frente a una enorme mesa de madera, sobre la cual reposaba un voluminoso libro, con sus páginas amarillentas y cubiertas de polvo.

"Este tomo contiene los anales del reino, mi señor. Años de historia, genealogías y logros. La historia de nobles y reyes desde tiempos inmemoriales. Pero no debe preocuparse, solo deberá de aprender lo que sea estrictamente necesario."

Kendrick abrió el libro, y una nube de polvo se levantó, difuminándose en el aire. ¿Historia? Que aburrimiento. Pensó, mientras el mayordomo señalaba nombres y rostros de antiguos nobles. Chester, sin embargo, no prestaba demasiada atención. Asentía de vez en cuando, como si con ese gesto lograra convencer a Kendrick de que estaba aprendiendo algo. Pero su mente estaba en otro lugar, en cualquier lugar menos en aquel salón de piedra fría. Las páginas pasaban una tras otra, y él solo consiguió memorizar un nombre, aunque ni siquiera recordaba el rostro de la persona correspondiente.

"Estoy listo. He aprendido más de lo que creía posible," dijo con una sonrisa burlona, cerrando de golpe el libro y empujándolo hacia Kendrick. Él lo miró con cejas alzadas, incrédulo

"¿De verdad, mi señor? ¿Podría mencionarme algunos de los nombres que ha aprendido?" inquirió el mayordomo.

Chester se quedó en silencio, claramente atrapado. Se aclaró la garganta y, resignado, volvió a abrir el libro. Estaba atrapado.

"Quizá necesite repasar un poco más." admitió con tono derrotado, volviendo a su suplicio. Esta vez, para no morir de aburrimiento, decidió imaginar que los nobles dibujados en las páginas hacían muecas ridículas, lo cual le arrancó alguna que otra sonrisa. Así, pasaron horas.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Chester se recostó en su silla y exhaló pesadamente. "Ya basta. Creo que estoy listo para el interrogatorio," dijo con ironía, apartando de nuevo el mechón rebelde que caía sobre su frente.

[KISMET] \ (Mandy x Chester)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora