El eco de esa noche aún resuena en mi memoria como una tormenta de emociones desbordadas. Era nuestra primera cita, un encuentro inesperado, casi improvisado. La ciudad brillaba bajo las luces del atardecer, y yo me dirigía hacia él con una mezcla de nervios y excitación. No esperaba nada, pero tal vez esa era la clave: no esperar nada hizo que todo sucediera.
Nos encontramos en aquel bar, un lugar con una música suave que contrastaba con el caos en mi pecho. Desde el primer momento, nuestras miradas se cruzaron como si el universo hubiera decidido que, al menos esa noche, debíamos pertenecernos. Su sonrisa... había algo en ella que me desarmaba. No supe entonces que también me desarmaría en muchas otras formas.
La charla fluyó entre risas, copas y comentarios ligeros, pero había una electricidad en el aire que me hacía sentir viva. Recuerdo cómo nuestros cuerpos se acercaron, primero de forma casual, luego con un deseo que ya no podíamos disimular. Fue como si el mundo se detuviera por un instante, dejándonos a nosotros solos en el centro de todo.
—No esperaba que esta noche terminara así —dije con una sonrisa nerviosa, intentando ocultar el torbellino de emociones que comenzaba a formarse dentro de mí.
—Yo tampoco —respondió él, inclinándose un poco hacia adelante, sus ojos fijos en los míos, oscuros y brillantes bajo la tenue luz del bar—. Pero me alegro de que lo hiciera.
El sonido de su voz, suave y segura, me hizo sentir un pequeño escalofrío. Era el tipo de hombre que parecía saber exactamente lo que quería. Y en ese momento, parecía quererme a mí.
—Es curioso cómo las cosas pueden cambiar tan rápido, ¿no? —comenté, jugando con el borde de mi vaso. El alcohol me había relajado, pero no lo suficiente para evitar que los pensamientos se acumularan en mi mente.
Él sonrió, esa sonrisa que ya comenzaba a desarmarme.
—A veces las mejores cosas son las que no planeas.
Nuestras miradas se mantuvieron por unos segundos más, hasta que sus dedos rozaron los míos sobre la mesa, un gesto pequeño pero cargado de intención. Sabía lo que venía. Podía sentirlo en el aire, en la manera en que su cuerpo se inclinaba ligeramente hacia mí.
—¿Quieres ir a mi departamento? —preguntó de repente, sin rodeos, pero con una suavidad que hizo que la pregunta pareciera menos atrevida de lo que realmente era.
Dudé solo por un segundo, pero la respuesta ya estaba escrita en mis labios antes de que pudiera pensar en otra cosa.
—Sí.
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Horas después, cuando estábamos en su cama, el mundo parecía haber desaparecido. Todo lo que quedaba éramos nosotros, perdidos en un mar de sensaciones que no necesitaban palabras. Pero a medida que la pasión se fue apagando y la habitación quedó en silencio, las dudas comenzaron a hacerse presentes.
Mientras él me miraba, aun respirando con fuerza, rompí el silencio que se había instalado entre nosotros.
—¿Te has sentido así antes? —pregunté en un susurro, temiendo la respuesta, pero necesitando escucharla.
Él giró la cabeza hacia mí, apoyándose en un codo para observarme mejor.
—¿Así? —repitió, como si estuviera procesando la pregunta—. No lo sé. Tú tienes algo diferente.
Esa respuesta me hizo sentir mariposas en el estómago, pero también un pequeño nudo de incertidumbre.
—¿Diferente cómo? —insistí, buscando en su mirada algo que me tranquilizara.
—Es difícil de explicar —dijo finalmente, desviando la vista hacia el techo—. Pero no quiero pensar demasiado en eso ahora.
Me quedé en silencio, sintiendo cómo las primeras sombras de confusión comenzaban a oscurecer el brillo de lo que había sido una noche perfecta. ¿Qué significaba eso? ¿Era solo un momento fugaz para él? ¿O realmente había algo más profundo detrás de sus palabras?
—Tal vez deberíamos dejar de analizarlo —añadió él, como si hubiera leído mis pensamientos—. A veces, las cosas son mejores cuando no tratas de entenderlas.
Sonreí, pero mi mente seguía dándole vueltas a la misma pregunta. ¿Estaba sintiendo lo mismo que yo? ¿O todo esto solo estaba en mi cabeza?
Me giré en la cama, quedando de espaldas a él, mientras el sueño comenzaba a ganarme. Pero una cosa era clara: esa noche había sido solo el principio de algo que aún no sabía si sería un sueño... o una pesadilla.
Y ahí comenzó la confusión. Lo que había empezado como una simple conexión física, una aventura sin ataduras, empezó a mutar en algo más. O al menos, eso creía. ¿Fue mi imaginación? ¿O tal vez él también lo sintió? Las palabras no eran necesarias entonces, pero en mi mente, ya comenzaban a formarse las primeras dudas. ¿Estaba él tan involucrado como yo? ¿O acaso todo era un reflejo de mis propios deseos?
Me sorprendía lo rápido que todo había cambiado. Una noche, solo una, y ya estaba atrapada en un torbellino de emociones que no lograba controlar. Mientras él dormía a mi lado, con su respiración pausada y tranquila, yo me quedé despierta, mirando al techo, preguntándome si esa primera vez significaba algo más... o si solo era el principio de un juego que aún no comprendía.
Y así es como recuerdo la primera vez, no era nuestro primer encuentro, pero si aquel en el que nuestros cuerpos se convirtieron en uno solo, entregándome sin medida y control, explotando de emociones y sensaciones, porque así era yo, un desbordante rio emocional.
No puedo explicar con exactitud todo lo que sentí, tampoco podía ponerme averiguar en ese momento lo que sucedería después de estar juntos, y si de haberlo hecho quizás, solo quizás habría evitado todo lo que he vivido a su lado, sin embargo, de haber ocurrido aquello no habría explorado todas las emociones que en mi se habían resguardado. Pues la primera vez fue aquella en la que me volví adicta a su ser y a él.
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EL AMOR TAMBIEN DUELE
RomantikAnna se enamoró, Andrew se confundió, o eso es lo que dice.