Capítulo 4: Entre el Deseo y la Realidad

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Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse mientras caminaba por las calles casi desiertas. La brisa fresca me golpeaba el rostro, y aunque sentía el frío en mi piel, era una sensación que agradecía. Me recordaba que estaba viva, que podía sentir más allá de esa confusión constante que me perseguía.

Andrew no salía de mi mente. Por más que intentara distraerme, su recuerdo siempre estaba presente. Su mirada, su voz, la manera en que lograba hacerme sentir al borde del abismo y a la vez, como si solo con él pudiera encontrar paz. Pero la realidad es que paz era lo último que sentía a su lado.

Aceleré el paso. El ruido de mis botas resonaba en las aceras mojadas, pero no importaba cuánto caminara, cuánto me alejara de los lugares que compartimos, él siempre volvía a mí de alguna manera. Cada vez que cerraba los ojos, podía sentir su presencia, como si estuviera ahí, acechando en cada rincón de mi mente.

—Es suficiente —murmuré para mí misma—. No puedes seguir así, Anna.

Pero no era la primera vez que me lo decía. No era la primera vez que trataba de convencerme de que era mejor alejarme. Y tampoco sería la primera vez que fracasaría en ese intento.

El sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Era él, como siempre. Mi mano temblaba ligeramente al sacar el celular del bolsillo. Sabía lo que tenía que hacer. Bloquearlo, no responder, seguir con mi vida. Pero, en lugar de eso, el mensaje se desplegó ante mis ojos:

"Anna, por favor, no sigas evitándome. Necesito verte."

Sentí un nudo en el estómago. Mi parte racional me decía que ignorara el mensaje, que lo dejara pasar. Pero una parte más fuerte, más visceral, deseaba contestar. Quería saber qué tenía que decirme, aunque ya sabía cómo terminaría. Siempre terminaba de la misma manera.

"No tiene sentido seguir con esto, Andrew." Escribí el mensaje antes de tener tiempo de arrepentirme, aunque sabía que no sería suficiente.

Pasaron solo unos segundos antes de que la pantalla se iluminara de nuevo.

"Lo tiene para mí. Estoy cerca de tu casa, por favor... solo hablemos."

Suspiré, deteniéndome en una esquina. El tráfico fluía lentamente, el ruido de los autos mezclándose con el murmullo lejano de la ciudad. Sabía lo que ocurriría si accedía a verlo. Sabía que me perdería una vez más en esa espiral sin fin de atracción y contradicción. Pero, como siempre, mis pies comenzaron a moverse casi por sí solos, llevándome hacia casa.

No habían pasado ni diez minutos cuando lo vi, parado frente a mi puerta. Su cabello estaba ligeramente desordenado por el viento, y aunque no había dicho nada todavía, esa mirada me desarmaba por completo. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían tener una especie de poder sobre mí que no podía explicar. Todo en él me llamaba, y aunque quería correr en dirección contraria, algo en mi interior siempre me hacía volver.

—Anna —dijo suavemente, su voz apenas un susurro, pero suficiente para hacerme detenerme.

Quería hablar, quería decirle todo lo que había estado acumulando en mi pecho. Lo que me había roto durante los últimos meses, lo que me obligaba a mantenerme a distancia, a querer huir. Pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, como siempre.

—¿Qué quieres, Andrew? —logré preguntar finalmente, cruzando los brazos sobre mi pecho como una especie de barrera protectora.

—Solo quiero hablar, nada más. —Dio un paso hacia mí, y mi corazón comenzó a latir más rápido. Siempre me pasaba lo mismo, era como si mi cuerpo traicionara a mi mente cada vez que él estaba cerca—. No puedes seguir evitándome así. No podemos terminar de esta manera.

Mis ojos buscaron una salida, algo que me permitiera escapar de esta conversación antes de que fuera demasiado tarde. Pero él ya estaba demasiado cerca.

—Ya terminamos, Andrew —le recordé con voz firme, aunque sentía que las palabras no tenían el peso necesario para mantenerlo lejos—. Esto no tiene sentido. Nunca lo tuvo.

Él sonrió levemente, esa sonrisa que conocía demasiado bien, la misma que me había conquistado al principio. Me odiaba a mí misma por seguir cayendo en ella, por dejar que cada gesto suyo me afectara de una manera tan profunda.

—Sabes que no es verdad —dijo con calma—. Sabes que lo que tenemos no puede simplemente desaparecer. Lo sientes igual que yo.

Y ahí estaba de nuevo, esa certeza que él siempre mostraba, como si supiera exactamente lo que pasaba dentro de mí, incluso cuando yo misma no lo tenía claro. Bajé la mirada, incapaz de sostener su intensidad.

—Andrew, por favor... no quiero seguir con esto.

—No puedes decirme que no lo sientes —replicó, dando otro paso hacia mí. Esta vez estaba tan cerca que podía oler su perfume, ese aroma que me hacía perderme aún más—. Porque cada vez que intentas alejarte, siempre terminas volviendo. Siempre estamos aquí, otra vez.

Sus palabras eran cruelmente ciertas. Aun cuando me juraba una y otra vez que esta sería la última vez, que me mantendría firme, algo en él siempre me hacía ceder. Y él lo sabía. Sabía el poder que tenía sobre mí, lo vulnerable que me sentía cada vez que lo tenía cerca.

De repente, sin previo aviso, Andrew acortó la distancia entre nosotros. Mi cuerpo apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sentí sus labios sobre los míos, reclamándome. Fue un beso tan intenso que me dejó sin aliento. Al principio intenté resistir, con mi mente repitiéndome que esto no estaba bien, que no debía ceder una vez más. Pero mi cuerpo traicionaba cada pensamiento lógico. Sentía el calor de su boca, su aliento mezclándose con el mío, y cualquier resistencia que hubiera tenido se desvaneció en segundos.

Mis manos, que momentos antes estaban firmes sobre mi pecho, ahora lo rodeaban, tirando de su camisa, como si lo necesitara más cerca. Andrew profundizó el beso, sus manos recorriendo mi espalda con una urgencia que hacía que mi corazón latiera descontroladamente. La lluvia comenzó a caer con más fuerza sobre nosotros, empapándonos por completo, pero ni siquiera eso logró sacarme de ese momento. El mundo a nuestro alrededor desapareció, y solo existía él, su cuerpo junto al mío, su boca robándome cualquier fuerza de voluntad.

Sentí su mano deslizarse hacia mi cuello, sujetándome con firmeza, como si temiera que me escapara, como si en ese beso estuviera todo lo que no podíamos decir con palabras. Y en ese momento, me odié por desearlo tanto, por saber que, aunque este beso no resolvería nada, no quería que terminara.

Finalmente, rompió el beso, pero no se alejó. Se quedó a centímetros de mi rostro, nuestras respiraciones pesadas chocando en el aire frío. Nos miramos por lo que parecieron horas, ambos conscientes de que nada de lo que acababa de pasar solucionaba lo que estábamos atravesando. Pero en ese instante, ninguno de los dos parecía dispuesto a admitirlo.

—Te necesito, Anna —murmuró contra mis labios, su voz rota, desesperada—. No puedo dejarte ir.

Mis manos temblaban cuando las aparté de su pecho, mi corazón luchando entre la razón y ese deseo irrefrenable que sentía por él. Me alejé un poco, sintiendo el frío de la lluvia recorrer mi cuerpo empapado. Mis ojos lo miraron por última vez antes de apartar la vista.

—Andrew... esto no está bien —dije, mi voz temblando, no solo por el frío, sino por la confusión que me embargaba.

Pero sabía que no tenía la fuerza para alejarme completamente, no en ese momento.

EL AMOR TAMBIEN DUELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora