La risa llena el aire como un eco suave, creando un remanso de paz en medio de mi tormenta interna. Estoy sentada frente a Andrew en una pequeña terraza, con luces tenues y el aroma de flores frescas que envuelve nuestro pequeño rincón del mundo. El sol se ha puesto, dejando un rastro de color naranja y púrpura en el cielo, como si la tarde supiera que este es nuestro momento, aunque esté manchado de sombras.
—No puedo creer que nunca hayas probado esta pasta —dice Andrew, con una sonrisa amplia, su entusiasmo casi contagioso. Se sirve un poco más, mirándome con esos ojos oscuros que parecen entenderme de una manera que nadie más lo hace. En este instante, todo parece perfecto. El ruido del mundo se desvanece, y solo somos él y yo, atrapados en nuestra burbuja de felicidad.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo puedes vivir sin esto? —le respondo, riéndome mientras pruebo un bocado. La pasta está deliciosa, pero es su compañía la que realmente me hace sentir viva.
Él ríe y me mira, la luz de las velas bailando en su rostro. Me encanta cuando sonríe así, como si estuviera guardando un secreto que solo yo pudiera conocer. A veces, en estos momentos, pienso que podríamos ser felices. Que podría ser suficiente. Pero luego la realidad golpea, y esa felicidad se siente como un sueño inalcanzable.
La cena avanza entre risas y anécdotas, entre miradas cómplices y toques suaves en la mesa. Todo parece sencillo. En este instante, no hay promesas vacías, no hay otras vidas que se cruzan. Solo nosotros, disfrutando del momento. Hasta que, de repente, suena el vibrar de su teléfono. Una vibración que resuena como un eco lejano en mi conciencia.
Su expresión cambia, y eso es lo que me frena. Le veo la cara al instante, su sonrisa se congela un segundo, y mi corazón se acelera. Sé que no debería sentirme así, pero una punzada de ansiedad me atraviesa.
—Es solo un mensaje —dice, intentando sonar despreocupado. Pero yo puedo leer entre líneas. Sé que ese mensaje no es "solo un mensaje".
Miro a Andrew mientras él levanta el teléfono, su rostro pasa de la alegría a la tensión. Las palabras que nunca pronunciará están ahí, flotando en el aire entre nosotros. No necesito verlo para saber quién es. La otra mujer. La novia a la que no puedo dejar de ver, aunque esté aquí, en esta cena perfecta.
—¿Estás bien? —pregunto, intentando sonar casual, pero mi voz traiciona la ansiedad que me consume.
—Sí, sí —responde, aunque sus ojos no brillan con la misma luz que antes. Se lo que está pensando. La culpa le pesa, y a mí me duele.
La tentación de mirar su teléfono es fuerte, pero me reprimo. No quiero ver lo que no quiero saber. Sin embargo, el aire entre nosotros se vuelve denso, casi insoportable. Las risas se convierten en murmullos, y las palabras se transforman en cuchillos que cortan la atmósfera.
—Andrew, quizás deberías... —comienzo, pero él me interrumpe.
—No. Es solo un mensaje de trabajo. Deja que lo ignore —intenta calmarme, pero su tono no tiene la firmeza que busca. Hay algo en su voz que me dice que no es solo trabajo. Pero me aferro a su palabra, intentando mantener la ilusión de que todo está bien.
Aun así, mi mente no se detiene. Las imágenes de la otra mujer me asaltan. ¿Cómo se sentiría ella al enterarse de nuestra cena? ¿Sabrá que él está aquí, riendo, disfrutando de la vida mientras ella probablemente lo espera en casa? Me siento egoísta, deshonesta, como si estuviera robando algo que no me pertenece.
—Anna, ¿te pasa algo? —me pregunta, y por un momento, veo preocupación en sus ojos. Pero no es suficiente para aliviar la carga de culpa que me pesa. Él no ve la tormenta que ruge en mi interior.
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EL AMOR TAMBIEN DUELE
RomantizmAnna se enamoró, Andrew se confundió, o eso es lo que dice.