Capítulo 2: El Círculo Comienza

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A medida que los días se deslizaban hacia semanas, el ciclo de encuentros con Andrew se volvía cada vez más habitual. Las noches, antes solitarias y tranquilas, se llenaban ahora con sus risas y conversaciones que se extendían hasta el amanecer. Cada encuentro parecía desdibujar las fronteras entre la amistad y algo más, sin que ninguno de los dos se atreviera a definirlo.

Era un viernes por la noche y el café en el que solíamos encontrarnos estaba casi vacío. La luz suave de las lámparas creaba un ambiente íntimo, perfecto para las largas charlas que se habían vuelto nuestro ritual.

—¿Te has dado cuenta de que siempre que nos vemos, la conversación parece no tener fin? —dije mientras revolvía mi café con una cucharita.

—Sí —respondió Andrew con una sonrisa—. Creo que nunca hemos tenido una conversación corta. Es como si siempre tuviéramos algo más que decir.

Asentí, sintiendo cómo el calor del café no era nada comparado con el calor de sus emociones.

—Es extraño —continué—. A veces siento que te conozco desde siempre, y otras veces, que te estoy conociendo por primera vez.

El me miró fijamente, su expresión un tanto pensativa.

—Supongo que es parte del encanto, ¿no? —dijo—. Descubrir nuevas facetas de alguien a medida que pasa el tiempo.

Yo quería preguntar más, pero las palabras se me atascaban en la garganta. ¿Qué significaba yo realmente para él, en su vida? Me preguntaba si él sentía lo mismo, si las noches que pasábamos juntos eran tan significativas para él como lo eran para mí. Al final decidí dejar el tema en suspenso por ahora, prefiero disfrutar del momento.

Y así pasaron los días, he incluso meses, de salidas casuales, encuentros, cenas, incluso desayunos y eso que yo no solía desayunar todos los días, pero ahí estaba el, el chico de bellos ojos almendras, con su sonrisa coqueta, aunque él decía que era una simple sonrisa de labios cerrados, a mi me encantaba, y nunca rechazo desayunar con él, y ¿Por qué rechazaría al chico que roba mis suspiros?

Exacto, yo había olvidado decir no cuando de él se trataba.

Un sábado, Andrew apareció en la puerta de mi apartamento con una botella de vino y una sonrisa traviesa.

—¿Qué sorpresa es esta? —pregunte, abriendo la puerta.

—Solo pensé que podríamos hacer algo diferente esta noche —dijo el, levantando la botella—. ¿Qué te parece una noche de películas y vino?

Sonreí, sonreí como una colegiala enamoradiza y es que él nunca había aparecido a mi apartamento sin que yo lo invitara antes, sin más le hice un gesto para que entrara. Mientras preparaban el espacio, yo no podía evitar sentirme emocionada. Cada pequeño gesto de Andrew parecía tener un peso especial, un significado oculto que no lograba descifrar.

—¿Qué película vamos a ver? —pregunte, mientras Andrew colocaba las copas sobre la mesa.

—Pensaba en algo clásico, tal vez una de esas películas en blanco y negro que nunca pasan de moda —dijo, mirando mi colección de DVD.

—Perfecto —dije, asentando mientras encendía el televisor.

La noche transcurrió entre risas y charlas despreocupadas. A medida que la película avanzaba, me encontraba más cerca de Andrew, mi brazo rozando el de él en cada movimiento. A veces, nuestras miradas se encontraban y se sostenían por un momento, cargadas de una electricidad sutil pero innegable.

—¿Te ha gustado la película? —preguntó al final, mientras apagaba el televisor.

—Sí, mucho. —me giró hacia él, mi corazón latiendo con fuerza—. Me alegra que hayamos hecho esto. No siempre es fácil encontrar alguien con quien compartir estos momentos.

Andrew se acercó un poco más, sus ojos fijos en los míos.

—Para mí también es especial —dijo, su voz baja y suave—. Me gusta estar contigo.

Estoy sintiendo un nudo en el estómago. ¿Qué quería decir con eso? Era la afirmación que había estado esperando, pero no estoy segura de cómo interpretarla.

—A veces me pregunto... —digo, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. ¿Qué somos realmente?

Andrew me ve con sorpresa, como si acabara de darse cuenta de la pregunta que había estado evitando.

—Anna... —comenzó, pero las palabras se le atascaban—. No estoy seguro de qué decir. No quiero que esto sea incómodo.

—No, no tiene por qué ser incómodo —interrumpí—. Solo quiero entender qué significa esto para ti. Para nosotros.

EL se tomó un momento antes de responder, su mirada fija en el suelo. Finalmente, levantó la vista y me miró a los ojos.

—Creo que lo que tenemos es algo especial. —dijo con sinceridad—. No sé exactamente cómo definirlo, pero sé que me importas mucho. Tal vez no tengamos todas las respuestas ahora, pero eso no significa que no pueda ser importante.

No sé cómo explicar lo que siento, es como un alivio mezclado con confusión, este ciclo continuo, y me encuentro atrapada en el torbellino de mis propios sentimientos. Aunque el futuro era incierto, había algo reconfortante en saber que Andrew también valoraba nuestra conexión, aunque no pudiera darle una etiqueta definitiva.

—Gracias —dije después de divagar en mis pensamientos, con una sonrisa suave—. Aprecio que hayas sido honesto conmigo.

Él me sonrió de vuelta y me tomó de la mano, su gesto lleno de ternura. La noche continuó, entre charlas y silencios compartidos, y yo me di cuenta de que, aunque no tuviéramos todas las respuestas, el viaje juntos ya era significativo por sí mismo.

Los días fueron transcurriendo yo había intentado racionalizar mis sentimientos. Me decía a mí misma que solo estaba disfrutando el momento, que las noches interminables y los paseos por la ciudad no significaban nada más que una escapatoria temporal. Sin embargo, a medida que pasaban las semanas, las emociones se tornaban más complejas. Había un rincón en mi corazón que empezaba a llenarse con un deseo que no podía etiquetar ni comprender del todo.

Andrew apareció en mi vida como una brisa inesperada, suave y envolvente. Cada vez que me llamaba, el simple sonido de su voz tenía el poder de desdibujar las líneas entre el sueño y la realidad. Los momentos juntos estaban cargados de una intensidad que no podía negar. Nuestras miradas se encontraban con una familiaridad inquietante, como si hubieran sido parte del mismo universo por mucho más tiempo del que yo pudiera recordar.

Pero a pesar de la creciente cercanía, había un abismo entre nosotros, una falta de claridad que se palpaba en el aire. Yo siempre volvía a preguntarme si él sentía lo mismo, se me ocurrían mil preguntas, pero la duda persistía. ¿Qué significaba realmente para él? ¿Éramos solo amigos con algo más, o había algo más profundo y significativo que no se atrevía a nombrar?

Cada vez que trataba de sacar el tema, las palabras no salían o el simplemente cambiaba de tema. Andrew parecía tan natural en su papel de amigo y confidente, tanto que yo temía que cualquier intento de indagar sobre sus verdaderos sentimientos pudiera romper el delicado equilibrio que habíamos creado. No quería arriesgarme a perder lo que teníamos, incluso si eso significaba vivir en la ambigüedad.

Así, el círculo continuaba. Las noches se volvían más largas y los días más cortos, mientras yo navegaba por el mar incierto de sus emociones. La presencia de aquel chico de ojos almendrados se había convertido en un misterio que se aferraba a mis pensamientos, y el deseo de saber más sobre mi lugar en su vida me consumía.

Yo me encontraba atrapada en el torbellino de mis propios sentimientos, esperando, quizás temiendo, que el próximo giro del círculo me revelara la verdad que tanto deseaba, pero que, al mismo tiempo, no estaba segura de estar lista para enfrentar, entonces el círculo seguía girando, y yo estaba dispuesta a ver a dónde nos llevaría.

EL AMOR TAMBIEN DUELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora