Me siento vacía. Como si todo dentro de mí se hubiera evaporado con el tiempo, como si cada emoción que alguna vez tuve hubiera sido desgastada, pieza por pieza, hasta no dejarme nada más que agotamiento. Es un tipo de cansancio que no se alivia con dormir, ni con distraerme, ni siquiera con el silencio. Porque incluso en la quietud, su presencia sigue ahí, como un eco que me persigue.
Andrew.
No importa cuánto trate de convencerme de que es momento de dejarlo atrás, de alejarme de él de una vez por todas, algo dentro de mí siempre se aferra a lo que fuimos. O, más bien, a lo que podría haber sido.
Camino por el departamento sin rumbo, mis manos jugueteando con los objetos sobre la mesa como si buscara algo tangible que me anclara a la realidad, algo que no fuera este caos que llevo dentro. El espejo frente a mí me devuelve una imagen que no reconozco. Mis ojos están apagados, mi piel pálida, y aunque trato de sonreír por un segundo, la mueca desaparece antes de formarse por completo.
No sé cómo llegamos hasta aquí. No sé en qué momento todo comenzó a desmoronarse, pero ahora, todo parece irreal, como si cada día fuera una repetición dolorosa del anterior. Amo a Andrew, eso lo sé, lo siento en lo más profundo de mi ser. Pero al mismo tiempo, la idea de seguir cargando con esta relación, con esta incertidumbre, me está desgastando.
El timbre suena, y mi corazón da un vuelco, como siempre. Sé que es él. Ya ni siquiera necesita avisarme; lo siento en el aire antes de que llegue. Mi primer instinto es no abrir la puerta, ignorarlo, hacerle ver que no puedo seguir viviendo bajo su sombra. Pero, como siempre, mi mano se mueve por inercia y giro la perilla.
Ahí está, con esa expresión entre culpable y determinada, una mezcla de emociones que ya reconozco demasiado bien. Él sabe lo que está haciendo conmigo, sabe cómo me arrastra de un lado a otro, pero al mismo tiempo, no puede evitarlo. O quizá no quiere. Quizá está tan perdido como yo en este vaivén emocional.
—Anna —dice suavemente, su voz rompiendo el silencio de mi apartamento—. Tenemos que hablar.
Lo observo sin decir nada. No sé qué palabras tiene para mí esta vez, pero me doy cuenta de que, en el fondo, ya no importa. Todas nuestras conversaciones han terminado igual: con promesas rotas y corazones desgarrados.
—¿Hablar? —respondo, con un tono más cortante de lo que pretendía—. ¿Sobre qué? ¿Sobre cómo vamos a seguir lastimándonos mutuamente? Porque parece que es lo único que nos queda, Andrew.
Él baja la mirada por un momento, claramente afectado por mis palabras. Pero entonces da un paso hacia adelante, y de repente, su cercanía vuelve a nublar mi juicio. Me odio por lo mucho que mi cuerpo todavía lo anhela, por lo fácil que es caer en esta atracción física que solo alimenta más el dolor.
—No quiero lastimarte —murmura—. No es eso lo que quiero.
Sus manos encuentran las mías, y aunque debería apartarlas, aunque debería poner distancia entre nosotros, no puedo. Siento la calidez de su piel y, por un segundo, esa sensación de consuelo me inunda. Pero también me duele. Porque sé que lo que viene después siempre es más dolor.
—Pero lo haces. Cada día, Andrew —le susurro—. Cada vez que vienes aquí, cada vez que me dices que me amas, pero luego todo sigue igual. Me estás destrozando.
Él da otro paso, acortando aún más la distancia entre nosotros. Su aliento choca contra mi piel, y en ese instante, me siento vulnerable. Lo suficientemente vulnerable como para dejar que me bese. Y él lo hace, sin advertencia, sin permiso. Sus labios se encuentran con los míos, y aunque quiero resistirme, no puedo. Siento cómo mi cuerpo se rinde, cómo mis dedos se enredan en su cabello, tirando de él con desesperación.
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EL AMOR TAMBIEN DUELE
RomanceAnna se enamoró, Andrew se confundió, o eso es lo que dice.