Enzo's Pov
Era una tarde de otoño y las hojas crujían bajo mis pies mientras caminaba al lado de Amelia.
Llevábamos varios meses juntos, y aunque la relación iba de maravilla, este paso se sentía como una prueba crucial: llevarla a conocer a mis padres.
Sabía que mi madre la recibiría con los brazos abiertos, pero mi padre... Ese era otro asunto.
No podíamos ser más diferentes.
—¿Estás nerviosa? —pregunté, rompiendo el silencio que nos había acompañado desde que salieron de casa.
—Un poco —respondió Amelia con una sonrisa nerviosa—. Quiero causar una buena impresión.
Apreté su mano con cariño, asegurándome de transmitirle algo de la calma que, en realidad, yo también estaba intentando encontrar.
—No tenés de qué preocuparte. Mi madre te va a adorar.
Sabía que eso no era suficiente para calmarla por completo. Tampoco para calmarse a mí mismo.
Desde que había anunciado la cena familiar, la sombra de las palabras y actitudes de mi padre había pesado sobre él. Era exigente, controlador, y siempre había tenido una opinión firme.
Demasiado firme. Sobre mis parejas.Pero Amelia era diferente, lo sabía, y no iba a permitir que nadie la tratara mal.
Entramos al restaurante. El lugar era acogedor, iluminado con luces suaves que colgaban de las paredes y un ambiente que se antojaba íntimo, aunque sabía que la velada probablemente estaría lejos de serlo.
Ahí estaban, en una mesa cerca de la ventana, mi madre con una sonrisa abierta, y mi padre, con su usual expresión de desdén.
—Mamá, papá —dije, nervioso pero firme—, ella es Amelia.
—Amelia, querida, qué gusto conocerte al fin —dijo mi madre con calidez, levantándose para abrazarla.
Amelia le devolvió el abrazo, aliviada por la bienvenida. Pero cuando miró a mi padre, él ni siquiera hizo el esfuerzo de ponerse de pie.
—Hola —dijo con voz grave, un saludo más por obligación que por interés.
Sentí cómo se me tensaban los hombros.
Nos sentamos, y pronto las bebidas estaban sobre la mesa.
Las primeras conversaciones se centraron en trivialidades: mi trabajo, el clima, lo ocupada que había estado mi madre últimamente con sus actividades voluntarias. Sin embargo, notaba que mi padre permanecía callado, observando a Amelia con una mirada que conocía demasiado bien.
—Entonces, Amelia —dijo mi padre de repente, mientras tomaba su vaso de vino—, ¿a qué te dedicás?
—Soy diseñadora gráfica —respondió ella con una sonrisa genuina—. Me especializo en diseño digital y en campañas publicitarias.