Enzo's Pov
Llevaba escribiendo en ese diario tres años.
Tres largos años desde el día en que vi a Amelia por primera vez, de pie en ese rincón iluminado por la tenue luz de la librería.
Era una tarde gris y algo lluviosa, típica en nuestra pequeña ciudad. Me había dirigido a la librería buscando el último libro de la saga que tanto esperaba.
Sabía exactamente dónde encontrarlo; conocía de memoria la disposición de cada estante, cada rincón de esa tienda que me había acompañado desde la infancia.
Lo que no sabía, lo que jamás habría imaginado, era que ese día no sería solo el día en que encontraría el libro que buscaba, sino también a la persona que cambiaría mi vida por completo.
Mis dedos estaban a punto de rozar el lomo del libro cuando una voz suave y algo temblorosa interrumpió mi movimiento.
La escuché balbucear el título del libro que yo también buscaba, mientras recorría los estantes con la mirada. La vi, de perfil, con el ceño ligeramente fruncido, claramente buscando lo mismo que yo.
Me quedé ahí, inmóvil, por un segundo.
Algo en su presencia me detuvo. La manera en que su cabello claro caía sobre su rostro, enmarcando unos ojos de color miel que brillaban incluso bajo la tenue luz de la tienda, me dejó sin palabras.
Sin pensar mucho, retrocedí mi mano y la dejé pasar. No era solo una decisión lógica; era como si en ese momento todo mi ser supiera que tenía que dejar que ella fuera quien lo tomara.
La vi alargar la mano con una pequeña sonrisa de triunfo cuando por fin lo encontró. Me giré y fingí que buscaba otro libro, aunque mis pensamientos estaban completamente absorbidos por ella.
Cuando se dio cuenta de mi presencia, me sonrió, una sonrisa amable.
—¿También lo buscabas? Lo siento, no me di cuenta de que… —pero no la dejé terminar.
—No te preocupes. Estaba a punto de dejarlo. Es todo tuyo —le respondí.
A partir de ahí, todo cambió.
Esa pequeña conversación derivó en un encuentro accidental que pronto se volvió habitual.
Nos vimos en la librería más seguido de lo que cualquiera de los dos hubiera imaginado. Era como si el destino se hubiera asegurado de que nuestros caminos se cruzaran. Y, antes de darme cuenta, pasamos de simples conocidos a ser amigos cercanos.
Nos unió el amor por la lectura, por las historias que encontrábamos en esos libros, pero con el tiempo, me di cuenta de que había algo más profundo que me ataba a ella.
No era solo admiración o afecto; era algo más grande, algo que ni siquiera podía explicar con palabras.
Fue entonces cuando comencé a escribir el diario.