Enzo's Pov
Había días en los que sentía que todo lo que necesitaba en la vida era verla sonreír.
Pero no hoy.
Hoy, el peso de todo lo que no le había dicho durante los últimos doce años me ahogaba.
Caminaba por la calle que tantas veces había recorrido, hacia la casa que siempre había considerado un refugio, pero sentía que era la primera vez que iba allí con miedo.
Con cada paso que daba hacia la puerta de Amelia, la presión en mi pecho aumentaba.
Tenía la llave de su casa en el bolsillo, pero no la usé.
Me quedé frente a la puerta, luchando con el impulso de huir, sabiendo que, si no decía lo que debía, la vida continuaría exactamente igual... y eso me aterraba.
Toqué tres veces, casi sin fuerza. El sonido se perdió en el silencio de la tarde.
Mi corazón latía con tanta fuerza que me dolía. Apenas unos segundos después, la puerta se abrió y ahí estaba ella.
Amelia.
La mujer que había sido mi mejor amiga, mi compañera, mi todo durante tanto tiempo que ya no podía imaginar mi vida sin ella.
La mujer a la que había amado en silencio desde que teníamos 17 años.
Su sonrisa, como siempre, me golpeó en el estómago. Era cálida, acogedora, un faro de luz que me había mantenido a flote en los momentos más oscuros.
Y por un instante, quise devolverle esa sonrisa, fingir que todo estaba bien, que nada había cambiado.
Pero no podía.
Porque para mí, todo había cambiado hacía ya mucho tiempo.
—¿Qué hacés ahí parado? —dijo ella, riendo suavemente—. Pasá, tenés la llave, ¿no?
La risa se le escapó en un susurro, pero había algo en sus ojos. Un brillo de curiosidad, de duda.
Ella siempre sabía cuándo algo estaba mal conmigo.
—Enzo, ¿qué pasa? —preguntó, más seria, dando un paso hacia mí, su voz ahora preocupada.
No pude evitar desviar la mirada.
Mis manos temblaban dentro de los bolsillos de mi chaqueta, y las palabras que había ensayado tantas veces se mezclaban en mi mente, confusas, caóticas.
Al final, solo una frase salió, una que nunca pensé que diría en voz alta.
—No puedo ser más tu amigo, Amelia.
Ella frunció el ceño, y luego, para mi sorpresa, estalló en una risa suave.
Sacudió la cabeza, como si hubiera entendido mal, como si lo que había dicho fuera una broma estúpida.