Capítulo 7: La Profecía

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El aire en el otro mundo era distinto, cargado de una energía que vibraba bajo mi piel, como si el propio ambiente respirara magia. Estaba en medio de un claro rodeado de árboles altos, que parecían inclinarse hacia mí,me dirigi hacia Alaria y le dije

-Quiero conocer más sobre los portales —. Necesito más respuestas, algo más concreto sobre la Hermandad Oscura.

Alaria me observó por un momento antes de asentir.

—Hay una biblioteca no muy lejos de aquí, oculta entre los pliegues de este mundo. Los antiguos guardianes dejaron documentos importantes sobre la Hermandad y los portales. Tal vez encontremos lo que buscas allí.

Caminamos juntas. La biblioteca del otro mundo no se parecía a nada que hubiera visto antes. No era un edificio en el sentido tradicional; más bien, parecía una caverna tallada por siglos de magia, donde los libros flotaban en estantes hechos de raíces y rocas pulidas. Una luz tenue, de origen incierto, iluminaba las palabras en los viejos pergaminos y los tomos cubiertos de polvo. La atmósfera era densa, casi asfixiante, como si cada rincón estuviera cargado con secretos olvidados, demasiado peligrosos para ser desenterrados. Alaria me guió por los pasillos sinuosos. Los estantes parecían infinitos, cada uno conteniendo volúmenes que latían con una energía antigua. Mientras pasaba mis dedos por los lomos de los libros, sentí pequeñas vibraciones, como si cada uno guardara un eco de la magia que contenía. Sabía que allí, entre esas páginas amarillentas, se escondía la clave para entender los portales y la Hermandad Oscura. Pero también sabía que cualquier conocimiento que encontrara tendría un precio.

—Esta biblioteca fue creada por los primeros guardianes de los portales —dijo Alaria en voz baja, como si no quisiera molestar el reposo de los espíritus que tal vez vigilaban los libros—. Aquí está registrado todo lo que se ha conocido sobre los portales, pero no todos los textos están al alcance de cualquiera. Solo aquellos que los espíritus de los guardianes consideran dignos pueden acceder a los escritos más antiguos.

—¿Y cómo lo sabremos? —pregunté, mientras mis ojos recorrían los títulos en lenguas desconocidas.

—Lo sabrás cuando el libro te elija —respondió Alaria, sin apartar la vista del camino que seguíamos—. Si no lo hace, mejor no tocarlo.

Me detuve ante un libro que parecía brillar débilmente, como si respondiera a mi presencia. Estaba encuadernado en cuero negro y aunque no entendía los símbolos grabados en su tapa, una sensación de familiaridad me recorrió el cuerpo. Lo cogí con cautela y sentí cómo una corriente de energía me atravesaba al abrirlo. Las páginas se desplegaron solas, revelando un pasaje que describía algo sobre los portales:

"Los portales no son simples puertas; son el tejido mismo del equilibrio entre los mundos. Cada uno de ellos mantiene el flujo entre las realidades. "

Seguimos leyendo y cada página nos ofrecía más pistas, pero también más preguntas. Un símbolo aparecía repetido varias veces en los márgenes de los textos, un círculo rodeado de llamas negras. Alaria frunció el ceño al verlo.

—Ese es el sello de la Hermandad Oscura —dijo, su voz apenas un susurro—.

Mientras Alaria hablaba, una de las estanterías cercanas se sacudió ligeramente y uno de los libros cayó al suelo con un sonido seco. Me sobresalté, pero Alaria no parecía sorprendida.

—Nos están observando —murmuró—. Aquí siempre hay ojos que ven más de lo que deberían.

Cerré el libro rápidamente, sintiendo cómo la tensión en la habitación crecía con cada segundo que pasaba. Sabíamos demasiado y eso siempre era peligroso.

—Es suficiente por ahora —dijo Alaria, tomando el libro de mis manos con una expresión de precaución—. No debemos quedarnos más tiempo del necesario.

Salimos de la biblioteca apresuradas, pero la sensación de ser observadas no se desvaneció hasta pasar el portal hacia mi mundo.

Horas más tarde, con mi mente saturada de información, me dirigí de nuevo al pueblo. Al llegar a la cafetería, el aroma familiar de café y pastelillos recién horneados me envolvió, trayendo un aire de normalidad que no había sentido en días. Era un pequeño refugio donde Reb y yo solíamos pasar horas hablando de todo y nada a la vez.

Al entrar, busqué a Reb entre las mesas, pero en su lugar, vi a Alec sentado solo, hojeando un libro de tapas desgastadas. Me sorprendió verlo allí.

—¡Alec! —lo saludé, acercándome a su mesa—. No esperaba verte aquí.

Alec levantó la vista y sonrió al verme.

—¡Hola, Lis! —respondió, cerrando el libro con suavidad—. Estaba explorando el pueblo y tropecé con este lugar. Es acogedor, ¿no?

—Sí, es uno de mis favoritos —dije, sentándome frente a él—. Suelo venir aquí con Reb.

Alec parecía relajado y su presencia tenía una forma de calmar mis pensamientos caóticos, aunque no le había contado nada sobre mi misión o mis poderes. Para él, yo solo era una chica con intereses inusuales.

—¿Cómo va tu día? —preguntó Alec, apoyando los codos sobre la mesa—. Pareces haber tenido una jornada larga.

Lo pensé por un momento. No podía contarle sobre la biblioteca ni sobre lo que había descubierto. Aún no. Pero tampoco podía fingir que mi día había sido normal.

—He estado investigando sobre portales —dije, escogiendo mis palabras con cuidado—. Me fascina el tema, y creo que haré mi trabajo final sobre eso.

Alec asintió, mostrando un interés genuino.

—Eso suena fascinante. Si alguna vez necesitas ayuda para investigar o simplemente compañía, ya sabes dónde encontrarme.

Sonreí, agradecida por su ofrecimiento.

—Gracias, Alec. Lo tendré en cuenta —respondí, justo cuando vi a Reb entrar por la puerta.

Reb nos encontró y se unió a nuestra mesa, lanzando una mirada curiosa entre Alec y yo. La conversación fluyó de forma natural, hablando de cosas triviales y compartiendo risas. Pero en el fondo de mi mente, las palabras de Alaria y las páginas del libro seguían presentes. Al terminar nuestro café decidimos salir a caminar Mientras caminábamos por las calles del pueblo, Reb me dio un ligero empujón y sonrió.

—Alec parece buena gente. ¿Te gusta? —preguntó con picardía.

Reí, sacudiendo la cabeza.

—Es interesante, y parece saber mucho sobre cosas que me importan. Pero aún no lo conozco bien.

Reb asintió, comprensiva.

—Bueno, tienes tiempo. Solo no olvides en qué estás enfocada, ¿sí? Los portales y todo lo que eso implica.

Asentí, agradecida por su recordatorio. Sabía que debía mantener mi concentración, pero tener aliados, incluso si aún no estaban al tanto de toda la verdad, hacía que el camino pareciera menos solitario.

Cuando llegué a casa, me dejé caer en la cama, agotada, pero con una sensación de esperanza. El camino por delante sería incierto y lleno de desafíos, pero con cada paso y cada nueva revelación sobre los portales, me acercaba más a aceptar mi destino como la última hechicera encargada de proteger el equilibrio entre los mundos. 

"Lis :La Última Hechicera"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora