ESPECIAL: ORIGENES PARTE 5

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La habitación en la mansión del magnate era fría y austera, con una única mesa y sillas que ocupaban el centro, pero el ambiente se volvía sofocante por la tensión en el aire. La madre de Maoki no dejaba de mirar a su hija, sabiendo que cada segundo en ese lugar era una apuesta peligrosa. El eco de sus pasos resonaba mientras esperaban la llegada del hombre que alguna vez había sido su esposo.

Cuando él entró en la sala, la madre sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El magnate, su exmarido, se sentó frente a ellas con una sonrisa que destilaba satisfacción y crueldad. Sus ojos se detuvieron en Maoki, recorriéndola de arriba abajo con una mirada calculadora y fría antes de hablar.

—¿Cómo estás? —dijo, su voz impregnada de burla—. Veo que aún sigues siendo igual de inútil. —Pausó solo un segundo, su tono volviéndose más venenoso al fijarse en Maoki—. ¿Y esto? ¿Me trajiste un "regalo"? No debiste molestarte...

La madre sintió cómo la sangre se le helaba. En ese instante, lo comprendió todo: la frialdad en la mirada de su exmarido confirmaba sus peores temores. Estaban en peligro. Habían caído en una trampa.

El magnate esbozó una sonrisa maliciosa antes de sacar lentamente una pistola de su chaqueta. La madre, al ver el arma, reaccionó de inmediato. Con una velocidad nacida de la desesperación, agarró a Maoki del brazo y volcó la mesa, usando las sillas como escudo justo cuando los disparos comenzaron a resonar en la habitación.

El eco de las balas llenó el aire, impactando contra el mobiliario y rebotando peligrosamente cerca. El sonido agudo de los disparos se mezclaba con el crujido de la madera y el estrépito de las sillas volando. La madre, desesperada, usaba su cuerpo para proteger a su hija. A su lado, Maoki, agazapada, podía sentir el miedo en cada respiro entrecortado de su madre, el calor de su cuerpo tenso contra el frío metálico del miedo.

—Lo siento, Maoki —dijo la madre, su voz rota por la culpa—. Perdóname por todo. He sido una mala madre.

Maoki, con una calma inusual, miró a su madre directamente a los ojos. Aunque tenía solo ocho años, había una firmeza en su mirada que superaba su edad. Sabía que, a pesar de las dificultades, ahora le tocaba a ella proteger a su madre.

—No llores, mamá. Te protegeré —exclamó Maoki, su voz llena de determinación, mientras se levantaba audazmente.

Con una agilidad sobrehumana, Maoki se lanzó al frente, moviéndose con una precisión casi sobrenatural. Las balas parecían ralentizarse a su alrededor, zumbando peligrosamente mientras ella avanzaba hacia el magnate. Su fuerza se hizo evidente cuando, con un golpe certero y potente, impactó en el brazo del magnate. El grito ahogado del magnate fue claro, su rostro distorsionado por el dolor. El golpe, que él había subestimado, lo dejó paralizado por un instante, la fuerza de Maoki revelando su poder inhumano.

—¡Imposible! —murmuró el magnate, su voz un susurro de incredulidad mientras contenía el dolor. Su cuerpo tambaleó, intentando resistir, pero antes de que pudiera reaccionar, Maoki lo arrojó con un golpe contundente al otro lado de la habitación, estrellándolo contra la pared con un estrépito que resonó en la sala. El magnate cayó inconsciente, su cuerpo desplomándose con un ruido seco. 

Madre e hija no dudaron ni un segundo. Aprovecharon la confusión para huir de la mansión, corriendo tan rápido como les permitían sus piernas. Atravesaron pasillos oscuros, el pánico agudizando sus sentidos mientras evitaban a los guardias, hasta que finalmente llegaron a los extensos terrenos que rodeaban la propiedad. Sabían que no podían detenerse.

Estando a varios kilómetros de distancia, sintieron un breve respiro. Pero el alivio duró poco. En la mansión, el magnate recobraba la conciencia, su ira más evidente que nunca. Su brazo aún temblaba por el dolor, pero lo ignoró.

—Tráiganme a esa niña, no importa dónde se esconda. ¡Quiero a Maoki viva! —ordenó a sus hombres con una voz llena de veneno.

Para el magnate, Maoki ya no era solo su hija, sino el experimento que había esperado perfeccionar durante años. Sabía que su sangre, su genética, era la clave para un avance científico sin precedentes, y no permitiría que se le escapara. Ahora, más que nunca, estaba decidido a capturarla a cualquier precio.

Mi hija es un demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora