ESPECIAL: ORIGENES PARTE 6

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Maoki se encontraba sola, el viento soplaba con suavidad entre las hojas de los árboles mientras el sol, teñido de naranjas y rosas, se hundía en el horizonte. Las calles vacías, frías y distantes, reflejaban el vacío que sentía en su interior. Cada paso pesaba más que el anterior, como si el suelo desapareciera bajo sus pies. Su madre... la había dejado sola, prometiendo que todo estaría bien.

Pero no estaba bien. Nada lo estaba.

Las lágrimas surcaban sus mejillas mientras sus puños pequeños se cerraban con fuerza, luchando por entender lo incomprensible. Todo se había desmoronado en un torbellino de miedo y desesperanza. "¿Por qué?", se preguntaba en silencio, recordando el último abrazo de su madre. Recordaba cómo la había empujado con urgencia a esconderse, cómo sus palabras eran tan firmes, pero con una suavidad que apenas lograba sostenerse. Su madre sabía que el peligro era real, que tal vez no volvería, pero aun así, sonrió. Una sonrisa que ahora parecía cruel.

El aire de la noche comenzaba a enfriarse, y con él, el peso de la realidad cayó sobre los hombros de Maoki. Las palabras de su madre resonaban en su mente: "Si algo me pasa, encuentra a Seijaku. Él cuidará de ti." Había una certeza en esas palabras. Aunque apenas recordaba a ese hombre, sabía que no era un extraño. Su madre solía hablar de él, de aquel amigo de la infancia que siempre estuvo allí para protegerla. Ahora, él era su única esperanza.

Se detuvo bajo un árbol, sentándose entre sus raíces mientras la realidad la abrumaba. Podía sentir el miedo latiendo en su pecho, pero algo más estaba surgiendo dentro de ella. Su madre no la había criado para rendirse. Tenía que ser fuerte, por ambas.

Respiró hondo y, con un movimiento decidido, se secó las lágrimas. Sabía que no podía quedarse allí esperando. Los hombres del magnate la estaban buscando, y si quería sobrevivir, tendría que pensar rápido y moverse aún más rápido. "Encuentra a Seijaku." Esa promesa le dio fuerzas. Su madre había confiado en él, y aunque Maoki no comprendía del todo, era su única opción.

Se levantó, las piernas aún temblorosas, pero su mirada era más decidida. Necesitaba encontrar un lugar seguro para pasar la noche. A medida que caminaba hacia las luces distantes de la ciudad, el sonido de un motor se acercaba. Su corazón dio un vuelco. Un auto.

Sin dudarlo, se lanzó entre los arbustos, su respiración agitada mientras se encogía, intentando que sus latidos no delataran su posición. Podía sentir las ramas crujir bajo sus rodillas, cada sonido amplificado por el silencio de la noche. El auto pasó lentamente, sus luces iluminando la carretera, buscando algo... o a alguien. A ella.

El miedo la golpeó con fuerza, pero se aferró a la promesa de su madre. "Encuentra a Seijaku." Se repetía una y otra vez, como un mantra que la mantenía en movimiento. Esperó hasta que el sonido del motor se desvaneciera antes de salir de su escondite. Cada músculo de su cuerpo temblaba, pero sabía que no podía detenerse. El peligro estaba más cerca de lo que imaginaba.

Mientras avanzaba, su mente regresaba a su madre. ¿Estaría viva? Algo dentro de ella le decía que sí, aunque no podía explicarlo. Era una conexión inexplicable, un hilo invisible que se negaba a romperse. Apretó los dientes, dejando de lado las lágrimas. Tenía que mantenerse enfocada. Debía encontrar a Seijaku.

Finalmente, llegó a las afueras de la ciudad. Las luces parpadeaban a lo lejos, invitándola a adentrarse en lo desconocido. Sabía que este era solo el comienzo de algo mucho más grande. Tenía que ser fuerte, no solo por ella, sino por su madre.

Con un último suspiro, fortalecida por el recuerdo de la sonrisa valiente de su madre, dio su primer paso hacia su nueva vida. Seijaku la esperaba en algún lugar, y aunque el futuro era incierto, Maoki sabía una cosa: no dejaría que el miedo la controlara.

Mi hija es un demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora