Encuentros

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Rumi Usagiyama no era el tipo de persona que se tomaba el tiempo para hacer nuevas amistades, y mucho menos se interesaba en relaciones fuera del trabajo. Su vida era la acción, las misiones, y la adrenalina que la convertían en una de las heroínas más temidas y respetadas de Japón. Pero desde su encuentro con Izuku Midoriya —o Deku, como ahora prefería llamarlo en su cabeza— algo la había empujado a volver, una y otra vez, a esa pequeña cafetería.

Al principio, lo atribuía a la calidad del pastel de zanahoria. Era su favorito. Pero con cada visita, notaba que pasaba más tiempo allí del que planeaba. Las conversaciones breves con Deku, aunque triviales al principio, comenzaban a volverse un hábito. No era que compartieran grandes momentos o conversaciones profundas. De hecho, todo seguía siendo bastante casual.

En su último día libre, después de una agotadora misión en las afueras de Musutafu, Rumi decidió regresar a la cafetería. Esta vez, no tenía prisa, ni siquiera planes. Quería ver cómo se desarrollaba el día sin preocuparse por lo que venía después. Y, aunque no lo admitiría, tenía una ligera curiosidad por ver si Deku seguía allí.

Entró con su habitual energía, como si el día apenas empezara para ella, y caminó directamente hacia el mostrador.

—¿Otra vez el pastel de zanahoria? —preguntó Izuku con una sonrisa, ya acostumbrado a su pedido.

Rumi se encogió de hombros y le devolvió la sonrisa.

—Sabes lo que me gusta. Pero hoy, añade un café. Vamos a variar un poco.

Izuku se rió mientras tomaba su pedido y comenzaba a prepararlo. El lugar estaba más vacío que de costumbre, lo que permitía que ambos se tomaran su tiempo. Mientras él trabajaba en su café, Rumi decidió observarlo más detenidamente, intentando leerlo, como hacía con cualquier rival o compañero. A pesar de su apariencia tranquila, sabía que este chico había sido una pieza clave en la nueva generación de héroes. **Deku**, pensó para sí misma, **ha crecido mucho**.

—¿Y cómo es que un héroe profesional termina sirviendo café? —preguntó ella, entre bromista y curiosa.

Izuku se encogió de hombros, respondiendo con su habitual humildad.

—Es una manera de desconectar. Ayuda a aclarar la mente después de las misiones. Además, siempre me ha gustado el café. Lo veo como una especie de entrenamiento mental... me calma.

Rumi arqueó una ceja.

—Huh, interesante. No pensé que fueras del tipo que necesitara calma. Siempre me pareciste alguien muy... activo.

Izuku rió suavemente mientras colocaba el pastel y el café frente a ella.

—Lo soy, pero también aprendí que es necesario un equilibrio. Si no cuidas la mente, el cuerpo no podrá seguir el ritmo.

Rumi se sentó en la barra, tomando un sorbo de su café, un poco más pensativa de lo habitual.

—¿Equilibrio, eh? Suena aburrido.

—Quizás, pero también necesario —contestó él—. Tú eres alguien que siempre está en movimiento. Seguro que lo entiendes.

Ella lo miró por un momento antes de responder.

—Entiendo que la vida es corta, y quedarse quieto no te lleva a ningún lado.

A Izuku le sorprendió la franqueza en su respuesta. Sabía que Rumi era conocida por ser impulsiva, directa, y siempre en movimiento, pero nunca había pensado en cómo eso la afectaba emocionalmente. Ambos compartían una pasión por ser héroes, pero mientras él había aprendido a valorar la calma, parecía que Rumi estaba aún inmersa en su búsqueda constante de acción.

—A veces moverse demasiado rápido puede hacerte perder de vista las pequeñas cosas —añadió Izuku, con cuidado de no sonar condescendiente.

Rumi lo miró de reojo, divertida por la reflexión.

—¿Es eso un consejo de héroe o de barista?

—Un poco de ambos, supongo —dijo Izuku con una sonrisa, notando que ella había aceptado su comentario sin molestarse.

El silencio se instaló cómodamente entre ellos por un rato, mientras Rumi terminaba su pastel. Normalmente, después de eso, se habría levantado y se habría marchado, lista para su siguiente aventura. Pero esta vez, por alguna razón, se quedó. Sacó su móvil, revisó algunos mensajes, y después, sin pensarlo mucho, volvió a hablar.

—¿Sabes? —comenzó, sin mirarlo directamente—. La gente siempre espera que esté en movimiento. Que siempre esté peleando o entrenando. A veces me pregunto si debería hacer más cosas normales. Como tú, supongo.

Izuku la escuchó con atención, dándose cuenta de que, por primera vez, Rumi parecía abrirse un poco más. Era sutil, pero estaba ahí.

—No es fácil encontrar ese equilibrio, pero tampoco tiene que ser algo forzado —dijo él, en su tono habitual de comprensión—. Tú eres quien eres por lo que haces. A veces, pequeños descansos como este también ayudan a aclarar lo que realmente queremos.

Rumi dejó el móvil sobre la mesa y se cruzó de brazos, meditando sus palabras. Por un momento, su habitual energía frenética parecía haberse calmado.

—Quizás tengas razón. Aunque no me veo tomando muchos descansos más allá de un pastel ocasional.

Izuku sonrió.

—Eso ya es un buen comienzo.

***

Las semanas continuaron, y la rutina de Rumi y Deku se fue construyendo de manera natural. Ella seguía apareciendo en la cafetería, a veces más seguido de lo que había planeado. Aunque nunca lo admitiera, encontraba algo reconfortante en el ambiente relajado del lugar, y en las conversaciones que, poco a poco, iban alargándose con Deku.

Cada encuentro era como un pequeño descubrimiento, pero sin ninguna prisa. Rumi no era de compartir mucho sobre sí misma, y Deku no la presionaba. Sin embargo, poco a poco, iban revelándose detalles, no tanto con palabras, sino con la simple compañía.

—¿Alguna vez te has preguntado qué harías si no fueras héroe? —preguntó Izuku un día, mientras limpiaba una taza detrás del mostrador.

Rumi, que estaba sentada en su mesa habitual, se quedó pensativa por un momento.

—¿No ser héroe? —repitió, casi riendo—. No, la verdad es que nunca me lo he planteado. No soy buena para quedarme quieta, así que supongo que acabaría metida en algún tipo de trabajo físico. Algo donde pudiera patear traseros.

Izuku rió.

—Definitivamente te veo haciendo eso.

—¿Y tú? —le preguntó ella, arqueando una ceja—. Además de servir café, claro.

Izuku se detuvo un momento, pensativo.

—Creo que siempre he querido ser héroe, pero... si tuviera que elegir otra cosa, quizás algo relacionado con enseñar. Me gusta ayudar a la gente a encontrar su camino. O, bueno, podría seguir con la cafetería a tiempo completo —respondió, con una sonrisa.

Rumi lo observó, notando una calma en él que no había visto antes en otros héroes. Había algo en su forma de ver la vida que la intrigaba, y aunque no lo admitiría tan fácilmente, disfrutaba esas pequeñas conversaciones que, lentamente, iban acercándolos más.

Sin embargo, todo seguía su propio ritmo. No había prisas, no había expectativas. Solo un par de héroes, en un rincón de Musutafu, compartiendo pequeños momentos en una cafetería.

Un poco de suerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora