El oleaje

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Después de una semana agitada entre la cafetería y misiones como héroes, Izuku y Rumi finalmente encontraron una tarde libre para cumplir con una de las promesas que habían hecho: la salida a comer comida picante.

Izuku estaba nervioso. No es que no le gustara la comida picante, pero sabía que Rumi tenía una resistencia mucho mayor a este tipo de sabores. Sin embargo, no podía negar que estaba emocionado por pasar más tiempo con ella fuera del trabajo y las misiones.

Cuando llegó la hora, Izuku pasó por el apartamento de Rumi para recogerla. Ella lo recibió con una sonrisa confiada y una chaqueta ligera.

—Espero que estés listo, Deku. Este lugar no es para débiles —dijo Rumi, su sonrisa desafiándolo.

—Haré lo mejor que pueda —respondió Izuku, sonriendo nerviosamente.

El restaurante era un pequeño local en una calle lateral de la ciudad, famoso por su comida extremadamente picante. Tan pronto como entraron, el aire se llenó del fuerte aroma de especias y chiles que hacían que hasta el más valiente pensara dos veces antes de ordenar.

Se sentaron en una mesa junto a la ventana, y Rumi inmediatamente pidió lo más picante del menú. Izuku, algo más cauteloso, eligió un plato más moderado, aunque aún sabía que sería un desafío.

—Ya verás —dijo Rumi mientras esperaban—, la clave está en disfrutar el dolor. Si te concentras en el sabor, lo demás es llevadero.

Izuku se rió ante su comentario, sabiendo que no podría manejar el picante tan bien como ella. Pero a medida que llegaban los platos, la conversación fluía con naturalidad. Hablaban de sus misiones, de la cafetería, y de sus días más tranquilos. A pesar de que ambos eran héroes muy activos, esos momentos fuera del caos les permitían conocerse de otra manera.

Cuando la comida llegó, Rumi se lanzó al plato sin titubear, mientras que Izuku lo probó con más precaución. El primer bocado lo hizo sudar instantáneamente, pero no quería rendirse tan rápido.

—¡Está increíble! —dijo Rumi, disfrutando cada mordisco—. Aunque no pareces tan convencido, Deku.

—Está muy bueno... solo... un poco más picante de lo que esperaba —respondió Izuku entre risas y sorbos de agua.

Rumi lo observó con una sonrisa traviesa y luego deslizó su plato hacia él.

—¿Te atreves a probar el mío?

Izuku la miró, sabiendo que no podría soportarlo, pero no podía negarse. Con valentía, tomó un pequeño bocado del plato de Rumi. El picante lo golpeó de inmediato, haciéndolo toser, pero mantuvo la compostura tanto como pudo. Rumi soltó una carcajada al ver su reacción.

—Eres valiente, Deku, pero no tienes que sufrir tanto. Esto no es para todos.

A pesar del desafío del picante, ambos disfrutaron la cena. La conexión entre ellos se sentía más natural con cada momento compartido, y, cuando terminaron, Rumi se estiró en la silla, satisfecha.

—Bien, después de tanto fuego, creo que necesitamos un cambio de escenario —dijo ella, mirando a Izuku—. ¿Qué tal si vamos a la playa? El aire fresco nos vendría bien.

Izuku asintió, feliz por la idea. La noche era fresca y clara, perfecta para una caminata relajada junto al mar. Tomaron un taxi hasta la playa, y cuando llegaron, el lugar estaba prácticamente vacío. La luna brillaba sobre el océano, creando un ambiente tranquilo y casi mágico.

Caminaron descalzos por la arena, disfrutando del sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla. Ninguno de los dos hablaba mucho, pero el silencio no se sentía incómodo. Era como si, después de todo lo que habían compartido, no necesitaran llenar los espacios con palabras.

Después de un rato, Rumi se detuvo y miró al horizonte. Izuku, notando su pausa, también se detuvo a su lado.

—Es bonito aquí, ¿no? —murmuró ella, mirando las olas—. Siempre me ha gustado la playa, aunque nunca tengo mucho tiempo para venir.

Izuku asintió, mirando la misma escena.

—Sí, es muy relajante. Después de todo lo que hacemos, es bueno poder desconectar así.

Rumi lo miró de reojo, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Había algo en la manera en que Izuku siempre intentaba mantener todo equilibrado, su vida de héroe, la cafetería, y ahora su tiempo con ella. Admiraba su capacidad de manejar tantas cosas, pero también sentía que él mismo necesitaba aprender a relajarse más.

—Sabes, Deku —dijo ella, rompiendo el silencio—, me alegra que hayamos hecho esto. Es raro para mí, pasar tiempo así con alguien fuera del trabajo. Pero contigo... se siente diferente.

Izuku la miró, sorprendido por su sinceridad.

—Yo también me siento así, Rumi. Ha sido... agradable conocerte mejor, fuera de las misiones y la cafetería. Siento que contigo puedo ser yo mismo, sin preocuparme de ser perfecto todo el tiempo.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, dejando que las palabras flotaran en el aire. El sonido de las olas y el viento suave hacían que el momento se sintiera íntimo, casi como si el mundo alrededor hubiera desaparecido.

Rumi, siempre directa, dio un paso más cerca de Izuku, sus ojos reflejando la luz de la luna.

—Deku... —dijo suavemente, y antes de que él pudiera responder, ella lo tomó suavemente del cuello de la chaqueta y lo acercó a ella.

El beso fue inesperado, pero para ambos se sintió natural. No había prisa ni tensión, solo un entendimiento silencioso de lo que ese momento significaba. Izuku cerró los ojos, correspondiendo el beso con suavidad, mientras el mundo a su alrededor parecía detenerse.

Cuando finalmente se separaron, Rumi sonrió, con una chispa juguetona en sus ojos.

—¿Sabes? Para ser alguien tan reservado besas bien, dijo está apoyándose en su hombro.

Un poco de suerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora