Primer Vestigio

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Con los restos de su trompeta en las manos, Izuku trató de juntar los pedazos. Aunque la mayoría del instrumento estaba destruido, la boquilla, aunque abollada, seguía en una pieza. Sonrió levemente al verla.

—Qué buena suerte tengo —murmuró con una ironía amarga.

Emprendió el camino de regreso a casa, como de costumbre, hablando consigo mismo en voz baja.

—¿Por qué todos me odian? —preguntó.

—No lo sé —se respondió.

Y ahí terminó su solitaria conversación, mientras su mente intentaba encontrar una excusa convincente para evitar que su madre fuera a hablar con la madre de Bakugou otra vez. Inko Midoriya, que solía ser la mujer más dulce y tranquila, se transformaba en una persona completamente distinta cuando se trataba de su hijo. Si Bakugou destruía algo, ella lo obligaba a pagar los daños con su propio dinero, lo que solo alimentaba el odio de Bakugou hacia Izuku. Ya había pasado antes, y cada vez, la ira de Bakugou crecía más.

Mientras caminaba, sumido en sus pensamientos, algo extraño captó su atención. A lo lejos, cerca de la parte trasera de un museo, vio un camión. Lo raro no era el camión en sí, sino los hombres con pasamontañas que estaban cargando obras de arte: pinturas, jarrones, esculturas, cualquier cosa de valor. Izuku se quedó paralizado cuando uno de los hombres, al cerrar el camión, lo vio. A lo lejos, con una sonrisa siniestra, imitó con los dedos una pistola y le apuntó.

El corazón de Izuku se aceleró. Sin pensarlo dos veces, corrió a esconderse. Cuando el camión finalmente desapareció, se armó de valor y regresó al lugar. La escena estaba desierta, pero algo había quedado atrás: un pergamino grande y antiguo, cuidadosamente enrollado.

Con la intención de devolverlo, Izuku lo tomó, pero antes de que pudiera reaccionar, un par de gritos rompieron el silencio.

—¡Ladrón! ¡Detente!

El miedo lo consumió. Sin pensarlo, echó a correr con el pergamino bajo el brazo, sin detenerse hasta que los gritos se apagaron en la distancia. Respirando con dificultad, retomó su camino a casa. Al llegar, aún nervioso, dejó el pergamino sobre la mesa y lo observó con curiosidad. Estaba sorprendentemente bien conservado, a pesar de su aparente antigüedad. La tentación de abrirlo fue irresistible.

Con cuidado, desenrolló el pergamino. Sus manos temblaban un poco, y sus ojos recorrieron los recuadros que contenían extrañas escrituras. Las palabras estaban compuestas por caracteres que Izuku jamás había visto. Al tocarlas, notó una textura rugosa, como si lo que hubieran usado para escribir no fuera tinta. Intrigado, sacó su teléfono y tomó una foto, intentando buscar alguna coincidencia en línea. Nada. Era como si el idioma no existiera.

Frustrado, siguió examinando el pergamino cuando de repente se cortó con una de las orillas afiladas. Un leve hilo de sangre corrió por su pulgar. Izuku, instintivamente, llevó el dedo a su boca. Pero entonces, algo extraño sucedió: al mirar su dedo herido, notó que la sangre seca en su piel tenía la misma textura rugosa que las escrituras del pergamino. Un escalofrío recorrió su espalda.

—¿Está escrito con sangre? —susurró, perturbado.

Buscando respuestas, se lanzó a investigar en su teléfono. Leyó sobre antiguos rituales, espíritus y contratos sellados con sangre. Cuanto más leía, más se estremecía. Algunos de esos pergaminos eran usados para pactar con fuerzas oscuras o invocar entidades desconocidas.

—¿Contratos...? —murmuró, mirando el pergamino de reojo.

La idea lo intrigó y, al mismo tiempo, lo llenó de inquietud. "Para firmar un contrato, se necesita un nombre, ¿no?" pensó. Guiado por una mezcla de curiosidad y nerviosismo, rasguñó la piel de su pulgar para que la sangre volviera a salir. Con el dedo tembloroso, escribió su nombre en uno de los recuadros vacíos del pergamino.

La naturaleza del poder.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora