Caminos.

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Izuku entró a su cuarto envuelto en una ligera estela de humo con Gamakiri en sus hombros. El aire artificial de su departamento lo recibió de inmediato. Aunque no era tan puro como el del monte, algo distinto captó su atención.

"Comida," pensó Izuku, casi atontado por el dulce aroma que impregnaba la habitación. Al ser un departamento pequeño, los olores se expandían con rapidez, y este, en particular, era uno que le encantaba.

—¿Qué habrá preparado mamá para cenar? —murmuró, siguiendo el rastro del aroma—. Huele a carne...

—Bien, mocoso, tengo que hacer unas cosas. Regreso más tarde, en la madrugada —anunció Gamakiri, con un tono serio.

Izuku lo miró, algo sorprendido.

—¿A dónde vas? —preguntó, levantando una ceja.

—Tengo una misión. Debo localizar unas cosas. No te preocupes, no es nada que debas saber ahora. Nos vemos, mocoso. —Y con otro estallido de humo, el sapo se desvaneció.

Izuku soltó un suspiro. "Supongo que ya le preguntaré después..." pensó mientras salía de su cuarto para dirigirse a la cocina.

—¡Hola, Izuku! —lo saludó su madre, Inko, sin separar la vista de la comida que preparaba. Sus movimientos eran rápidos y precisos, como si se concentrara en cada detalle—. Acabo de hablar con Mitsuki. Parece que Katsuki va a comprarte otra trompeta.

Inko lo comentó con calma, pero su tono protector de madre estaba siempre presente. Al girar la cabeza y ver la expresión serena de su hijo, sonrió con ternura.

—Creí que estarías más afectado, pero es bueno verte tan tranquilo, hijo —añadió, con un destello de alivio en sus ojos.

Izuku sonrió suavemente.

—Bueno, mamá, estoy tratando de fluir... —dijo, recordando las enseñanzas de Gamatatsu y Gamakichi—. Supongo que solo espero que la nueva trompeta sea tan buena como la que destruyó Kacchan.

Inko soltó una pequeña risa, inflando el pecho con orgullo.

—¡Va a ser mejor! —dijo con determinación—. Le pedí a Mitsuki que comprara una de mejor calidad, una que dure mucho más. No dejaré que te quedes con algo de segunda categoría, no después de todo lo que has pasado.

Izuku sintió el cálido respaldo de su madre y se acercó a ver lo que estaba cocinando.

—¿Qué estás preparando, mamá? —preguntó, intentando disimular el hambre que ya sentía.

—Pensé que estarías desanimado por lo de la trompeta, así que quise hacer algo especial... —respondió Inko, sin dejar de cocinar—. No es katsudon esta vez. Hoy te hice hamburguesas.

—¡Hamburguesas! —exclamó Izuku, con los ojos brillando—. Eso suena increíble, mamá.

Inko lo miró con una sonrisa llena de amor maternal y añadió:

—Ya que estás aquí, ¿puedes ir a la tienda y comprar un poco de jugo? Quiero que tengamos algo fresco para acompañarlas.

Izuku asintió y tomó el dinero que su madre le ofrecía.

—Claro, mamá, no me tardo. —Y salió rápidamente del departamento.

Mientras caminaba hacia la tienda, Izuku no podía evitar pensar en el poder que acababa de despertar. Sentir el chakra dentro de él había cambiado algo. Ya no se trataba solo de pelear o ser fuerte; sentía que había algo más, algo más profundo.

"Tal vez... ahora sí pueda ser un héroe..." murmuró para sí mismo, con una mezcla de dudas y esperanza.

Al llegar a la tienda, se dirigió a los refrigeradores y tomó una botella de jugo de mango, su sabor favorito. Pagó rápidamente y regresó a casa, viendo que su madre ya había puesto la mesa y las hamburguesas estaban listas.

—Adelante, Izuku. Siéntate —dijo Inko con su típica calidez—. Espero que te gusten.

Izuku se sentó y miró la mesa. No era solo una cena; era un recordatorio de todo lo que valía la pena proteger.

—Gracias, mamá —dijo antes de tomar el primer bocado.

Mientras madre e hijo disfrutaban de la cena y miraban una serie en la televisión, un pensamiento persistente rondaba la cabeza de Izuku. La calidez del momento casi lo hizo dudar, pero sabía que no podía seguir guardándose aquello.

—Mamá... —dijo de repente, rompiendo el silencio que solo la televisión llenaba.

Inko, siempre atenta, despegó la vista de la pantalla para mirar a su hijo con una expresión suave y curiosa.

—Dime, Izuku —respondió con ternura, dejando la hamburguesa en su plato.

Izuku tomó un gran respiro, su pecho se infló mientras exhalaba lentamente, buscando las palabras adecuadas. Sabía que aquello no sería fácil de explicar, pero sentía la necesidad de compartir al menos una parte de sus planes.

—Voy a ser un héroe profesional, mamá —dijo finalmente, con firmeza, pero también con la incertidumbre de lo que vendría después.

Inko lo miró fijamente durante unos segundos, procesando sus palabras. Sus ojos parpadearon lentamente, y su expresión cambió a una mezcla de preocupación y tristeza. Ella sabía cuánto deseaba Izuku ser un héroe desde que era pequeño, pero la realidad del mundo en el que vivían siempre había sido cruel para aquellos sin un quirk.

—Izuku... —comenzó, con voz suave, casi temerosa de herirlo—. Sabes lo difícil que es ser un héroe... —su voz se quebró ligeramente mientras su mirada se fijaba en el plato de comida—. No quiero desanimarte, hijo, pero... ser héroe es algo que siempre ha sido para personas con quirks.

Izuku mantuvo la mirada baja, sabiendo que su madre tenía razón, al menos en lo que ella entendía. Todavía no podía hablarle del chakra ni de todo lo que estaba aprendiendo en el Monte Myōboku. No tenía aún las palabras para explicar lo que eso significaba, y más importante aún, ni él mismo comprendía completamente lo que implicaba.

—Lo sé, mamá. Sé que para ti no tiene sentido... —respondió Izuku, levantando finalmente la mirada, su rostro mostraba una mezcla de determinación y vulnerabilidad—. Pero esto es algo que... siento en mi corazón. No sé cómo explicarlo, pero... sé que puedo hacerlo. Necesito que confíes en mí, aunque no entiendas todo ahora.

Inko apretó los labios, luchando con sus emociones. Lo último que quería era ver a su hijo lastimado, y el mundo de los héroes, con todo su brillo y gloria, era también uno de los más peligrosos.

—Izuku... —dijo lentamente, buscando las palabras adecuadas, su voz llena de amor y preocupación—. Eres lo más importante para mí. Si decides seguir este camino... quiero que lo hagas con todo tu corazón, pero también quiero que te cuides. Prométeme que si en algún momento ves que esto te está haciendo daño, o que no es lo que pensabas... no te sentirás obligado a continuar. —Hizo una pausa, tratando de contener las lágrimas—. Confío en ti, pero lo que más quiero es verte feliz y sano. ¿Puedes prometerme eso?

Izuku sonrió suavemente, sabiendo que su madre lo decía desde el fondo de su corazón. No es que dudara de él, sino que lo amaba demasiado como para verlo destruido por su sueño.

—Te lo prometo, mamá. —dijo Izuku, con una sonrisa cálida—. Voy a tener cuidado, y haré todo lo posible por ser feliz. Pero... también lucharé con todo lo que tengo para lograrlo.

Inko respiró profundamente y asintió lentamente, aún con la sombra de preocupación en su mirada, pero con el amor incondicional que siempre le había dado a su hijo.

—Eso es lo que más importa, Izuku —respondió, finalmente, con una sonrisa débil pero sincera—. Solo quiero que sepas que siempre estaré aquí, pase lo que pase.

Izuku se levantó para abrazar a su madre, envolviéndola en sus brazos con el cariño que ambos compartían. Aunque no había revelado todos sus secretos, sentía que al menos había dado un paso importante.

La naturaleza del poder.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora