Querido Sean:
Ha sido una tarde extraña pero divertida. Cada vez tengo más ganas de que vuelva Liv para poder contárselo todo y que ella me diga lo que piensa al respecto, porque, sinceramente, lo que yo siento no tiene ningún sentido. Y, a la vez, no quiero que vuelva, porque eso significará que se acaba el verano y que tú seguramente me dejarás de hablar, ya que no creo que te toque en mi clase este año.
Me lo estoy pasando contigo mucho mejor de lo que pensaba; tanto, que por primera vez en mi vida casi no quiero que se acabe el verano.
A las seis he salido de mi casa, y te he encontrado esperando en tu coche justo delante de mi jardín. Y no, no esperaba tanta puntualidad por tu parte. Siempre te he tenido por ese tipo de personas que llegan tarde a todos lados.
- ¡Sube! Y quita esa cara de asustado, que no te voy a secuestrar.
- Al menos, dime a dónde me llevas- pedí, al tiempo que cerraba la puerta y me abrochaba el cinturón.
- ¿Qué? Ah, no, ni hablar. Es una sorpresa. Pero está bastante cerca.
- Dime que no es un lugar de porretas- supliqué.
Me dedicaste una mirada de soslayo.
- Yo no prometo nada...
Arrancaste el coche. Lo dejé correr y entonces comenzamos a hablar de cosas banales, hasta que aparcaste el coche en una especie de descampado. El suelo de tierra estaba lleno de porquería y malas hierbas, y se veía un bosquecillo diminuto situado muy cerca.
- Un momento. Esto son las afueras del pueblo, ¿verdad?- pregunté, asombrado.
- Exacto. Se llega en cinco minutos, pero he querido dar un rodeo.
- Bonito lugar. Para ser tu favorito, no está nada mal- comenté, mirando en derredor y fijándome en los hierbajos y la basura tirada de cualquier manera.
- Espera, esto no es más que el principio- aseguraste.
Me hiciste una seña y me guiaste por un hueco estrecho entre los árboles y los matorrales de zarzas. Al cabo de cinco minutos, un edificio abandonado enorme apareció ante nosotros; sin cristales, lleno de mugre, con graffitis coloridos en las paredes parcialmente derruidas. Parecía un backroom de esos que aparecen a veces en las películas de terror. Era sobrecogedor.
- ¿Y bien?- me preguntaste, mirándome contemplar el lugar con la boca tan abierta que casi me entró un bicho.
- Esto... Esto es un sitio de porretas- fue todo lo que pude decir.
- Sí, y el porreta en cuestión soy yo. ¡Por dentro es mejor todavía!
Tu entusiasmo por los lugares abandonados y por el peligro en general es a la vez contagioso y preocupante. Me daba miedo entrar ahí, siempre me he considerado un cobarde que se porta bien y hace caso a su madre. Pero también sentí una tremenda curiosidad, ganas de arriesgarme. Y la forma en que me sonreías... Bueno, no quería decepcionarte.
- ¿Piensas hacer una pintada?- pregunté, recordando que había una mochila en tu coche.
- Hoy no. Ya he hecho varias.
Me guiaste con cuidado por el interior del edificio. Tú caminabas sobre los cascotes con una ligereza y una habilidad tremendas, mientras que yo iba dando traspiés y tropezando penosamente con cualquier cosa. Además, el largo pelo rizado se me ponía en la cara y lamenté haber dejado mi cinta en casa.
Tus cinco graffitis me sorprendieron. Esperaba algo muy cutre, unas pocas letras mal garabateadas en la pared, y no fue eso lo que me encontré. Dibujas muy bien, a decir verdad.
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Las cartas de Connor
Teen Fiction- Eres tú. Eso es lo que me hace ponerme nervioso y sonreír incontrolablemente cuando estoy contigo. Simplemente, eres tú. Y no quiero que llenes ningún vacío, porque eso no serviría de nada. Connor acaba de empezar su último curso en el instituto...