Lunes, 7 de agosto de 2023

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Querido Sean:

Estás haciendo que estos días pasen rápidos. Hace un calor sofocante y Liv aún no ha contestado, pero eso ahora no me importa. ¡Fíjate! Si no me hubieras dicho nada esa tarde, tal vez me estaría deprimiendo por séptima vez en estos momentos; en vez de eso, te estoy escribiendo una nueva carta y pensando en lo bien que lo he pasado hoy contigo.

Quedamos prácticamente todas las tardes, excepto cuando mi madre me necesita en el restaurante. El restaurante de comida japonesa es el negocio de la familia; allí trabajan tanto mi madre como mis hermanos, y yo ayudo de vez en cuando. Me encargo de servir las mesas o barrer el suelo, ya que tengo prohibido acercarme a la cocina: mi madre sabe bien que soy un desastre cocinando. He descubierto que se me da bien llevar un montón de platos en los brazos; tengo buen equilibrio y no se me caen. Aunque no es ni de lejos tan divertido como estar contigo.

Tenemos un sentido del humor muy parecido. Y encontramos temas de conversación por todos lados; de repente, quiero contártelo todo, comentar cada cosa que se me ocurre.

Un recuerdo que aparece de imprevisto.

Películas.

Música.

Los pantalones tan horteras de ese tipo que acaba de pasar junto a nosotros.

Absolutamente todo.

Y cuando no estoy contigo, pienso mucho en ti. En el sentido de que antes de dormirme pienso en lo que hemos hecho juntos por la tarde, y cuando me levanto me pregunto qué es lo que haremos hoy. Incluso he llegado a preguntarme, barriendo distraídamente el suelo del restaurante: <<¿Qué estará haciendo ahora Sean sin mí?>>.

Acabo de releer esto y parece digno de un acosador obsesivo. Bueno, da igual, yo juro que no lo soy.

Nunca hacemos nada especial. Nos recorremos el pueblo andando o nos sentamos en un banco a hablar, mirando a los niños pequeños del parque correr y arrojarse tierra unos a otros. Hemos vuelto un par de veces a tu refugio abandonado, pero ahora que sé lo del grupo de fumetas ya no me hace tanta gracia.

- Pero es que este pueblo es muy aburrido...Va, no lo seas tú también- sueles decir para convencerme.

Y me pones ojitos y me sonríes, y así es como me has logrado convencer otras dos veces. Porque pasa algo raro cuando me miras: se acelera mi pulso y siento que no quiero decepcionarte.

Hoy ha hecho especial calor y era imposible estar fuera sin derretirse, así que hemos estado en mi casa, que estaba vacía (como casi siempre, vaya). Por dentro es tan pequeña como aparenta por el exterior; y mi cuarto, compartido con mi hermana (porque mi hermano se niega rotundamente a compartir conmigo), es poco más grande que un armario de IKEA.

Te guié hasta mi cuarto y te quedaste en la puerta un momento, mirándolo todo detenidamente. Te vi repasar todos los rincones: la litera, la mesita bajo la ventana con todo el maquillaje de mi hermana, el armario pequeño, los pósters y fotografías, y mi guitarra en un rincón, metida en su funda negra.

- ¿Es tuya?- preguntaste, señalándola, y parecía que no te lo creías.

- Ahorré durante más de siete años- reconocí-. Pero sí, es mía.

- ¿Y sabes tocarla de verdad?

Me eché a reír.

- Claro, para algo la tengo. ¿Quieres verla?

Mi guitarra eléctrica es mi posesión más preciada; supongo que le tengo tanta estima como tú a tu coche. Es cierto que ahorré mi paga semanal durante más de siete años, y no solo eso; incluso hice turnos extra en el restaurante para poder quedarme las propinas. También tuve que comprar un amplificador, solo que de segunda mano porque ya me había cansado de ahorrar tanto.

Las cartas de ConnorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora