Capitulo II

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Los portones del majestuoso castillo se alzaban como muros imperturbables hacia los ojos del rey.

El conductor llamó la atención de los guardias que protegían la fortaleza, entregándoles un permiso de visita para entrar. Estos aceptaron y abrieron la gigantesca puerta que se alzaba, tirándola con mucho esfuerzo hasta lograrlo.

Ya triunfantes, dejaron el paso a los carruajes para pasar.

El interior era como una pequeña capital: ya habían visualizado pueblos pasando por los caminos inundados de nieve, pero nada como la ciudad adentro de este fortín.

Por más que Thomas escuchó algunas historias de los Bjornias, nunca tuvo el placer de conocerlos. Y al ver la capital se maravilló y consternó.

La estética no era nada comparable al reino azul, que se alzaba con una estética más fina, detallada y primaveral que este reino.

Por el contrario, los pueblerinos eran más altos y grandes que los ciudadanos promedio en Oxemburg y rodeaban sus cuerpos con ropajes rugosos y pieles de animales.

Muchos usaban peinados trenzados y el cabello largo, incomparable a la ornamentación del reino azul, los cuales no eran tan atentos a su pelaje.

Pero eso no era todo. Las casas y templos eran rústicos hechos de madera sumamente oscura apilada, y la vibra era turbulenta, pero de alguna manera, más familiar que Oxemburg; todos parecían ser amigos allí.

Mientras más se adentraba, más se extrañaba del aura totalmente diferente. Nunca tuvo oportunidad de viajar a otros reinos fuera del suyo. Era su primera vez y no creía lo que veía.

No estaba asustado, pero sí preocupado. Esa gente parecía muy diferente a la que él estaba acostumbrado. Parecían más salvajes e implacables, más fuertes y más orgullosos.

Solamente ahora recordaba por qué el reino de Bjornias se apodaba "reino magenta", por siempre estar salpicados de la sangre de sus contrincantes. Y peor, presumian de ello.

El castillo se encontraba frente a sus narices. Aiden acompañaba a Thomas sentado del lado contrario del carruaje, aburrido por el viaje y con dolor de espalda de tantos brincos por las rocas y nieve espesa en todas partes.

— Por fin. Parece que ya llegamos. —Suspiro, Aiden. —Ese viaje estaba matándome.

—Aiden… —Preguntó Tom algo consternado. — ¿Por qué todo es tan… diferente?

— ¿A qué te refieres? Es otro reino; obviamente todo es diferente…

—Eso ya lo sé. —Dirigió rodando sus ojos. — Pero... No me lo esperaba tanto...-

— Ash, mira Thomas. — Farfullo a Aiden explicando sus puntos. —Entraremos, saludaremos, veremos a tu nuevo novio, nos quedamos unos días y ¡adios reino de salvajes!— Resumio. — Esto es por tu país. Nada pasará, quedate tranquilo.

Eso no es lo que me preocupa —pensó para sí mismo.

La entrada del castillo era inmensa. No tan grande como la de su reino, pero muy práctica y efectiva contra ataques.

Era anticuada pero no dañaba la vista. Era imponente y cumplía su función.

Thomas y Aiden bajaron del carruaje y acomodaron sus ropajes algo arrugados por el viaje. Aun así, estaban impecables.

Llevaban tapados grandes pero formales con sus medallas correspondientes cada uno. Ninguno de los dos destacaría en su reino, pero ahora mismo eran el centro de atención de toda la gente.

Siguiendo la carroza principal del rey se encontraban dos carruajes mucho más gastados, donde cargaban suplementos, equipaje, palomas mensajeras y algunos lacallos y sirvientes de sus tierras.

¡Mi esposo no es de cuento de hadas! - TomJakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora