Enojo, ira y resentimiento

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El enojo era una emoción con la que estaba muy familiarizado, muchos momentos de su vida se habían visto empañados con el sentimiento y su propia voluntad era nacida de él. Cuando Viserys prefirió a su media hermana por sobre ellos se enojó, cuando su madre lo ignoraba en pro de mantener en orden a Aegon y con los pies en la tierra a Helaena se enojó, cuando Aegon junto con Jacaerys y Lucerys lo habían insultado con el cerdo se enojó, cuando Joffrey lo siguió el día que reclamo a Vhagar se enojó, y así hay muchos ejemplos en su vida.

Pero el enojo no era nada comparado con la ira, como la que sintió cuando los Dioses lo hicieron presentar como omega justo después de que le arrebataran el ojo, muchas veces se ha preguntado qué diferencia hubiera hecho el presentarse antes de que Lucerys lo agrediera, tal vez con algo de suerte su olor hubiera provocado que alguno de los bastardos de Rhaenyra lo mordiera y tal vez entonces no se encontraría en su situación actual, solo tal vez tendría un alfa lo suficientemente decente que en vez de violarlo lo trataría con ternura cuando estuviera en su lecho, también sentía demasiada ira de que Lucerys le hubiera apuñalado y a su padre no le hubiera importado nada más que el hecho de que llamaran bastardo al bastardo, pero en última instancia ya se había acostumbrado.

Por eso cuando su pecho ardió con algo más que la ira y el enojo justo después de que Aegon lo manchara y su madre lo traicionará, entendió que no tenía a nadie de su lado, lloró los siguientes días en la soledad de sus aposentos, o lo intento hasta que su madre lo obligó a salir para cumplir con sus deberes.

Las únicas personas lo suficientemente interesadas en su persona parecían ser los tres pequeños hijitos de Aegon y la misma Helaena, quien a pesar de su ensoñadora actitud parecía preocupada de las demacradas ojeras que le salieron.

Pero sin importar qué, no pudo decirle nada, no pudo apoyarse en ella, le había fallado, había permitido que su marido manchara no sólo su propio honor sino el de ella también, y ya no se sentía capaz de verla a la cara, mucho menos cuando Aegon repitió la acción justo dos días después y luego una tercera vez la noche antes de que Rhaenys atacará. Ya sabía que podría salirse con la suya con él, nada lo haría detenerse.

Su alma se estaba pudriendo cada vez más con cada minuto donde esa sonrisa sarnosa y lasciva de Aegon le dedicaba en cada reunión, quería venganza, y la oportunidad se presentó cuando Rhaenys acompañada de su dragón apareció.

No recordaba mucho de esa mañana, solo el ser convocado por Aegon para lanzarse la batalla. Ese día estuvo especialmente letal, no fue fácil para la reina que nunca fue luchar contra un dragón tan grande como Vhagar, que rugía con la furia de la humillación y la traición de ser mancillado por su hermano justo la noche antes, sin siquiera tener el consuelo de que el té de luna evitaría un bastardo en su vientre.

Su mente estaba en blanco la mayor parte de la pelea, siendo guiado y mangoneado por los gritos histéricos de Aegon, cada sílaba que salía de su boca solo provocaba más resentimiento en él, al igual que cada vez que Alicent desestimaba las burlas y maltratos de Aegon, cada vez que su padre lo ignoraba, cada vez que se le negaba el derecho de ser un dragón y de tener uno, así que cuando Rhaenys puso a Aegon en una posición óptima ataco, el fuego letal de su vieja dragona se dirigió a ambos jinetes, sabía que la mujer y su dragona tenían oportunidad de sobrevivir el ataque, después de todo no estaba dirigido hacía ella, pero no le importo, ya no le importaba nada, solo vio a la mujer a los ojos y la dejo ir, su objetivo no era ella, y tan rápido como Vhagar pudo volar dejo la escena, sin importarle si Aegon había sobrevivido o no al fuego o la caída, ya nada importaba para él.

El olor del mar fue un abrazo olvidado que dolía recordar, Lucerys, nacido como alfa dominante, siempre tenía un potente olor rodeándolo, al principio antes de que Alicent y Otto lo envenenaran con su odio estaba convencido de que por lo menos el segundo hijo de Rhaenyra no era un bastardo, siempre tenía ese rico olor de ceniza y mar, tal como los Targaryen y los Velaryon olían, que se le quedaba pegado luego de que el pequeño alfa lo abrazara.

Pero esos tiempos se habían acabado, ahora estaba solo, sin un rumbo definido y con un celo inminente. Ni siquiera tenía provisiones reales, pequeñas botellas de agua y carne seca estaban guardadas en conjunto con otras dagas y cuchillos en las bolsas que colgaban de la montura de Vhagar, nada más, no tenía nada más que su dragona, sus armas y el mismo.

Los sollozos fluyeron de el a borbotones, estaba cansado, agobiado, dolido y asustado, había traicionado a su familia, no tenía a donde ir, y antes de que se diera cuenta comenzó a dejar escapar chillidos, como omega puro tenía la capacidad de producir un chillido especial para hacer que su manada y su alfa corrieran a auxiliarlo, pero ahora estaba solo, no tenía un alfa, nadie respondería la llamada, e incluso cuando tenía una "manada" nadie respondía a su llamado, lo más cercano que tuvo de ello era su hermana Helaena, y sólo lograba preocuparla hasta el punto de provocarle pánico, así que dejo de hacerlo.

Solo una vez en la que alguien tomó ese llamado en serio, y como todo en su vida, se trataba de Lucerys, el dulce niño había corrido a su auxilio luego de que tropezará por las escaleras y comenzó a aullar para que alguien lo ayudará, el alfa lo ayudó a levantarse y lo llevo hacia un maestre para tratar su tobillo torcido.

El recuerdo del alfa solo empeoró su situación, más y más sollozos salieron de él hasta que se deformaron en gritos, apretó con fuerza las riendas de Vhagar mientras intentaba controlar su respiración, anhelando desde lo más profundo que las cosas hubieran sido diferentes, de ser así entonces tendría por lo menos una persona en la que apoyarse.

Su dragona en simpatía con su dolor y la ira dejo escapar un gran rugido seguido de una gran ola de fuego, tal vez no era el mejor consuelo, pero sentir que por lo menos la tenía a ella ayudó con su soledad. Mientras intentaba recomponerse y recordarse a sí mismo que siempre había sido así, que siempre era solo él contra el mundo, que encontraría una solución una vez que su celo pasará, comenzó a centrarse en buscar un refugio, alguna pequeña isla donde pudiera instalarse junto a la dragona.

Sus celos podían ser especialmente intensos por ser un omega puro, pero había aprendido a lidiar con ellos, una ventaja de ser un omega repudiado toda su vida, no dependía de un alfa, era más que un omega necesitado, y si alguien se atrevía aparecer, esta vez tendría a Vhagar para qué antes de que le hicieran algo, antes de que volvieran a ultrajarlo, lo quemará vivo.

Sus ojos cansados por el llanto lograron distinguir un pequeño terreno en el que podrían descansar, cuando comenzó a descender lo noto, fue solo un destello, y más una corazonada que otra cosa, pero en la lejanía logro deslumbrar el motivo de su llanto hace unos pocos motivos.

Ahí estaba Lucerys sobre Arrax, volando hacia su dirección, los Siete definitivamente tenían una fascinación por jugar con él.

INJUSTICIA - LUCEMONDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora