Manada

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Aemond sintió que el piso bajo sus pies se hacía añicos, todo le daba vueltas, no podía ser cierto, ¿Por qué los dioses lo odiaban de esa forma? Intento moverse de la silla, su cuerpo estaba rígido, la presión en su pecho era agonizante, no podía respirar correctamente, quería correr, pero sus piernas se negaban a seguir sus órdenes, quería gritar, pero tenía un nudo en la garganta, solo deseaba dejar que sus lamentos volaran lejos de él para que ya no pudieran atormentarlo, pero la vida siempre había sido injusta con él, Helaena lo sabía, Lucerys también, el dolor golpeo por toda su piel, la revelación fue un baldado de agua fría que lo redujo a un manojo de nervios tembloroso, impotente de nuevo ante Aegon, ante los dioses y el destino, como cuando era un niño, quería correr a los brazos de su madre, pedir su consuelo, sentirse protegido, pero no tenía sentido, ella no le creía, lo culpaba de lo que le paso, su hermana debía odiarlo, la traiciono al acostarse con su esposo, él no quería, pero fue él quien lo busco en su cuarto, nunca debió bajar la guardia, fue su culpa, Alicent tenía razón, era un omega sucio que no pudo alejarse lo suficiente de un alfa en celo, ahora no solo era un omega desfigurado, sino uno desvirtuado, manchado por el pecado, ¿Lucerys también se sentía más repugnado de él ahora? Planeaba mentirle, decir que se acostó con algún alfa al azar por su celo, eso bastaría para explicar el té de luna, pero ahora lo sabía, que fue masacrado por la inmundicia de Aegon y no hizo lo suficiente para protegerse, solo porque confió en ese maldito.

Intento retener su voz, que los sollozos no salieran de su garganta, que las lágrimas no delataran su vergüenza, su dolor, pero no pudo, se quebró en llanto, el miedo estaba ahí de nuevo, volvió a aquella mañana, en aquella habitación, las manos en su garganta, las embestidas violentas, se sintió aterrorizado, todo el mundo lo sabría ahora, que solo era una puta omega que traiciono a toda su familia, ¿era tanto pedir para los dioses que le dejarán conservar su vergüenza en secreto? Podría haber vivido así, guardando la verdad, dejando que lo pudriera por dentro, pero al menos conservando algo de su dignidad a los ojos del resto, se abrazó a sí mismo, era lo único que podía hacer, solo se tenía a él, seguramente Rhaenyra lo mandaría lejos de Lucerys, lejos de Kings Landing, al exilio por haberse acostado con el peor de sus enemigos, si el reino se enteraban de lo que le hicieron, la reputación del heredero del trono estaría por los suelos, era una vergüenza, se odiaba tanto.

Las manos de Lucerys intentaron alcanzarlo, se encogió ante eso, ¿y si estaba tan enojado con él como para matarlo a golpes? ¿Y si prefería morir antes de tenerlo como compañero por haber sido utilizado? Sintió los dedos del alfa sobre los suyos, no había notado que estaba clavando sus uñas tan profundo en su piel, ardía, pero no más que el recuerdo de Aegon burlándose de él la tarde justo después de lo que le hizo, además, tampoco es que pudieran hacer mucho daño, algunas de sus uñas se habían partido cuando araño en el cuello a su hermano en un intento de sacárselo de encima. Las arcadas llegaron un momento después de que Lucerys consiguiera alejar sus manos de sus brazos, tuvo que hacerse a un lado para no vomitar encima del rizado, se atraganto con la bilis, su garganta lucho con expulsar el sabor amargo, las lágrimas picaron en sus ojos, se dejó caer al suelo, el dolor resonó en sus rodillas, todo estaba pasando demasiado rápido, un olor amargo lo golpeo, enojo, su alfa estaba enojado, pero no podía entender con quién, el olor no lo estaba atacando, como si no estuviera dirigido a él, era tan extraño, les costaba respirar, intento respirar tanto y tan rápido como pudo para calmarse, pero no era suficiente.

Tembló violentamente cuando Lucerys intento jalarlo del brazo, grito con todas su fuerzas, estaba aterrorizado, no quería volver a ser lastimado, suplico por piedad, no quería ser castigado, su voz salió en forma de lamento mientras se retorcía en un intento de soltarse del agarre, no podía dejar de pensar, de imaginar que le harían por haber estado en la cama del usurpador, el peor enemigo de los negros.

INJUSTICIA - LUCEMONDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora