Capítulo 2: La cena que lo cambiaría todo

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El día había llegado. Lucero llevó toda la tarde nerviosa, aunque trataba de disimularlo. Cada vez que miraba la hora en su teléfono, su corazón latía más rápido. "Relájate, solo es una cena", se repetía una y otra vez. Pero no era ninguna cena. Sabía perfectamente que no sería una reunión casual entre vecinos. Era algo más, algo que podría cambiar muchas cosas.

Lucerito y José Manuel se movían por la cocina, preparándose todo para la noche. Habían insistido en que fuera una cena sencilla, pero cargada de significados. Sabían que algo grande iba a pasar. A pesar de que adoraban a su papá, también respetaban la decisión de su mamá de seguir con Michel Kuri. Lo que no podía evitar era notar cómo, cada vez que sus padres estaban juntos, se encendía una chispa que ni Michel podía apagar.

Lucero, por su parte, se miraba al espejo. Michel no estaba en la ciudad esa noche, algo que en un principio la tranquilizó. No podía negar que Michel había sido un buen compañero para ella. Con él había encontrado estabilidad, pero... no era lo mismo. Mijares siempre había sido esa tormenta emocional que removía todo en ella. Michel, por otro lado, era la calma. Y aunque quería seguir con él, no podía evitar sentirme culpable por lo que estaba a punto de hacer.

El timbre sonó, rompiendo su cadena de pensamientos. Respiró hondo antes de abrir la puerta, y ahí estaba Mijares, con su sonrisa tranquila de siempre, sosteniendo una botella de vino en una mano.

—¡Buenas noches! —dijo él con esa voz grave que siempre lograba que el corazón de Lucero diera un vuelco—. Espero no llegar muy temprano.

—No, para nada, pasa —contestó Lucero, haciéndose a un lado para dejarlo entrar. El aroma familiar de su perfume le tocó de inmediato, trayendo consigo una oleada de recuerdos. Era increíble cómo tantos años de historia podían encapsularse en un simple aroma.

José Manuel y Lucerito apareció de inmediato, con sonrisas cómplices.

-¡Papá! —exclamó Lucerito, abrazándolo—. ¡Qué bueno que llegaste!

—Beba, ¿cómo no iba a venir? —Mijares la rodeó con los brazos, dándole un beso en la frente—. Ya me dijeron que esto iba a ser una noche especial.

José Manuel alarmante y le palmeó el hombro a su papá. —¡Claro que sí! Tenemos todo listo para que sea una cena inolvidable.

Lucero miraba la escena desde la distancia, sintiendo cómo el aire se volvía más pesado. Sabía que, aunque todos se esforzaban por mantener el ambiente relajado, había algo en el aire que lo hacía distinto. El peso de lo no dicho, de lo que aún quedaba por resolver entre ellos dos, llenaba la sala.

—¿Cómo has estado? —preguntó Mijares, mirando a Lucero con esa intensidad que siempre la dejaba desarmada.

—Bien, bien... ya sabes, con todo esto de la gira, las entrevistas... —respondió ella, tratando de sonar casual.

—Claro, ha sido una locura, ¿no? —Mijares sonriendo, pero algo en sus ojos revelaba que no estaba tan tranquilo como parecía—. Por cierto, Michel me mandó saludos.

Lucero se tensó al escuchar el nombre de Michel saliendo de los labios de Mijares. Sabía que Michel y él se llevaban bien, al menos en lo superficial, pero siempre había una tensión latente cada vez que se mencionaba su relación.

—Ah, sí... Michel... —Lucero se frotó las manos, incómodo—. Está de viaje, por eso no pudo estar hoy.

—Qué conveniente —pensó Mijares, aunque no lo dijo en voz alta. No era tonto. Sabía que, a pesar de todo, Lucero seguía con Michel y eso lo lastimaba profundamente. Cada vez que la veía con él, algo dentro de su pecho se rompía. Sabía que no debía hacerse ilusiones, pero ahí estaba, como siempre, dispuesto a ilusionarse por ella, a pesar de que sabía que probablemente terminaría herido una vez más.

La cena transcurrió entre risas, anécdotas familiares y alguna que otra broma. Los hijos hacían todo lo posible por relajar el ambiente, aunque ambos sabían que, tarde o temprano, la verdadera conversación podría ocurrir.

Y cuando José Manuel y Lucerito se excusaron para "ir a la tienda", dejando solos a sus padres, el silencio llenó la sala.

—Sabes, Lucero... —comenzó Mijares, apoyando su copa de vino sobre la mesa—. Siempre es bueno verte. Pero no puedo evitar preguntarme qué es lo que realmente estás buscando. ¿Por qué me invitaron hoy?

Lucero se mordió el labio, sintiendo que el momento había llegado. Sabía que no podía seguir evadiendo la verdad. No después de todo lo que habían pasado.

—Mijares, yo... no sé cómo explicarlo —comenzó, jugando con el borde de su copa—. Esta cena no fue solo idea de los chicos. Ellos creen que... que hay algo entre nosotros que aún no se ha cerrado.

—Y tú qué crees? —preguntó él, su voz suave pero cargada de intención.

Lucero lo miró a los ojos y sintió que todo su mundo tambaleaba. ¿Qué creía ella? Era una pregunta complicada. Quería a Michel, eso no lo podía negar. Pero, ¿podría realmente seguir adelante sabiendo que una parte de ella aún pertenece a Mijares?

—Yo... —dudó un momento, sin saber cómo continuar—. Mijares, tú y yo tenemos mucha historia. Hay cosas que nunca se resolvieron, y sí, tal vez aún queda algo... pero no sé si estamos listos para enfrentarlo.

Mijares la miró, su expresión dolida pero serena.

—Lucero, lo que me duele es que sigas con Michel sabiendo que entre nosotros hay algo que nunca terminó de apagarse. A veces siento que me ilusionas, y luego me deja en el aire. No sé cuánto más pueda soportar eso.

El golpe fue directo al corazón de Lucero. Sabía que Mijares tenía razón, pero también estaba atrapada en un dilema. Michel había sido un refugio para ella, alguien que le brindaba estabilidad, pero no provocaba en ella lo que Mijares hacía. Y se dio cuenta de que estaba lastimando a ambos hombres la hacía sentir más perdida que nunca.

—No quiero hacerte daño —susurró Lucero, sus ojos brillando con lágrimas que trataba de contener—. Pero no sé qué hacer. Siento que si me alejo de Michel, me estoy fallando a mí misma. Y si me quedo, te estoy fallando a ti.

Mijares la miró con una tristeza profunda, como si ya supiera la respuesta antes de que ella ni siquiera la dijera.

—Lucero, no puedo seguir esperando algo que tal vez nunca va a pasar. Si sigues con Michel, entonces... —hizo una pausa, tragando saliva—. Entonces mejor déjame ir.

Lucero sintió que el aire se le escapaba. ¿Estaba a punto de perderlo? ¿De verdad lo dejaría ir por no ser capaz de tomar una decisión?

A Veinte Pasos del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora