El viaje continuó, pero para Lucero, el paraíso de la Riviera Maya se había convertido en una jaula dorada. Aunque Michel seguía siendo atento y cariñoso, el hueco en su pecho crecía cada día. Intentaba disimularlo, sonreír, ser la Lucero de siempre, pero en las noches, cuando la brisa marina entraba por la ventana, su mente la llevaba de regreso a la Ciudad de México, a esos veinte pasos que la separaban de Mijares. El recuerdo de él la atormentaba más con cada minuto que pasaba lejos.
Una tarde, mientras caminaba sola por la orilla del mar, recibió un mensaje de José Manuel. Al ver el nombre de su hijo mayor en la pantalla, sintió una mezcla de alivio y temor. ¿Cómo estaban él y Lucerito? ¿Habría hablado con su papá?
—Mamá, ¿cómo vas? —el mensaje de José Manuel era corto, pero directo.
Lucero sospechó antes de responder, sin saber realmente qué decir.
—Aquí, bien... ¿Y ustedes?
La respuesta no tardó en llegar.
—Papá ya decidió... Ma, lo vas a perder si no haces algo.
El peso de esas palabras cayó sobre Lucero como una piedra. Sabía que José Manuel tenía razón. Su hijo siempre había sido directo, y aunque lo intentara, ella no podía mentirle ni a él ni a sí misma. Sentía que el tiempo se le escapaba, y la idea de que Mijares realmente la olvidara la atormentaba.
—Estoy lejos, hijo —escribió, sintiendo que ya no tenía excusas—. Pero no quiero perderlo. No sé qué hacer.
La respuesta de José Manuel la desarmó por completo.
—Regresa. Lucha. Papá te ama, pero no te va a esperar para siempre.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras leía el mensaje una y otra vez. Tenía miedo. Miedo de haber llegado demasiado tarde. Miedo de no saber cómo empezar a recuperar lo que había perdido.
Mientras tanto, en la Ciudad de México, Mijares había decidido distraerse con su trabajo y la gira. Aunque cada vez que regresaba a su casa después de un ensayo, la soledad lo golpeaba con fuerza. Había intentado mantenerse ocupado, pero los recuerdos lo perseguían.
Esa tarde, mientras ensayaba en su estudio, Lucerito entró sin previo aviso, su energía juvenil llenando la habitación.
-¡Papá! —exclamó mientras se lanzaba a sus brazos—. Tienes que descansar un poco, ¿no? No puedes estar cantando todo el día.
Mijares sonriendo, dejando su guitarra a un lado para abrazar a su hija.
—Beba, siempre sabes cuándo necesito un descanso.
Lucerito lo miró con esos grandes ojos que tanto le recordaban a su madre, pero en lugar de sentirse triste, le reconfortaba verla a ella. Aunque sabía que Lucero aún formaba parte de su vida a través de sus hijos, se había convencido de que tenía que dejar de aferrarse a una esperanza que lo lastimaba.
—Papá... —Lucerito empezó con cuidado, queriendo tocar un tema delicado—. ¿Qué vas a hacer con mamá?
Mijares suspiro, sabiendo que eventualmente esa conversacin llegara. Él y Lucerito eran cercanos, y ella siempre había sido una gran mediadora entre él y su madre.
—Voy a dejarla ir, princesa. Ella tomó su decisión, y yo tengo que respetarla.
Lucerito frunció el ceño, sentándose frente a él. Aunque su papá parecía seguro de su decisión, sabía que el dolor aún estaba ahí.
— ¿Estás seguro de eso? —preguntó suavemente—. Mamá siempre ha sido algo complicada con sus emociones, pero sé que te ama.
Mijares negó con la cabeza.
—Eso ya no importa, beba. Ella eligió a Michel. Si eso es lo que la hace feliz, tengo que aceptarlo.
Lucerito se quedó en silencio, asimilando lo que su papá le decía. Sabía que él tenía razón en cierta forma, pero también sentí que su mamá estaba equivocada. Ella había notado el dolor en los ojos de su madre antes de que se fuera de viaje, y sabía que las cosas no eran tan simples como parecían.
—Si hay algo que puedas hacer para cambiar las cosas, lo harás, ¿verdad? —preguntó Lucerito, sin perder la esperanza de una reconciliación.
Mijares no respondió de inmediato. La verdad era que no sabía si estaba dispuesto a abrirse otra vez solo para terminar lastimado. Pero al ver a Lucerito, su princesa, comprendió que aún no podía cerrar por completo esa puerta.
Días después, Lucero y Michel regresaron de la Riviera Maya. En apariencia, todo estaba perfecto entre ellos, pero la distancia entre ambos era palpable. Cada vez que Michel intentaba acercarse, Lucero encontraba una excusa para distanciarse. Su mente estaba en otro lado, en otro hombre.
—Amor, ¿qué te pasa? —preguntó Michel una noche mientras cenaban en su casa.
Lucero lo miró, sabiendo que tenía que ser honesta.
—Michel... hay algo que no puedo seguir ocultando.
Él dejó los cubiertos sobre la mesa, sabiendo que lo que venía no sería fácil de escuchar.
—¿Es por Mijares, verdad?
Lucero asintió , sin poder evitar las lágrimas que empezaban a nublar su visión.
—No puedo sacarlo de mi cabeza. Pensé que estar contigo me ayudaría a olvidarlo, pero no ha sido así.
Michel se quedó en silencio por unos momentos, asimilando lo que ella le decía. A pesar de que lo lastimaba, siempre había sabido en lo profundo que Lucero nunca había dejado de amar a Mijares.
—Si él es lo que realmente quieres, entonces no puedo detenerte —dijo con una voz tranquila, aunque su dolor era evidente.
Lucero lo miró, sorprendida por la comprensión que mostraba.
—No quiero lastimarte —dijo en voz baja, sintiendo la culpa crecer en su interior.
—Lo sé —respondió Michel—. Pero tampoco puedes vivir una vida a medias, Lucero. Si realmente ama a Mijares, entonces lucha por él.
Esas palabras fueron la confirmación que Lucero necesitaba. Sabía que no podía seguir huyendo de sus sentimientos. Tenía que regresar a la Ciudad de México y enfrentarse a Mijares, aunque eso significara arriesgarlo todo.
El avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al atardecer. Lucero, con una mezcla de nervios y determinación, decidió que esa misma noche iría a buscar a Mijares. Sabía que él estaba dispuesto a cerrar el capítulo, pero no podía permitirlo sin luchar.
Con el corazón latiendo con fuerza, caminó esos veinte pasos que separaban sus casas, rezando porque no fuera demasiado tarde.
ESTÁS LEYENDO
A Veinte Pasos del Amor
Fiksi PenggemarEn la Ciudad de México, dos leyendas de la música mexicana, Lucero y Mijares, viven como vecinos a tan solo veinte pasos de distancia. Aunque alguna vez fueron el matrimonio perfecto, el destino y las decisiones personales los llevaron por caminos s...