Capitulo 3: La decisión equivocada

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El silencio que siguió a la conversación fue aplastante. Mijares la miró una última vez antes de levantarse de la mesa, su mirada cargada de una tristeza que lo decía todo. Lucero lo vio caminar hacia la puerta, y aunque quería detenerlo, no pudo moverse. Algo dentro de ella la frenaba. Sentía que si lo dejaba ir esa noche, las cosas cambiarían para siempre, pero aún así no hizo nada.

Mijares se detuvo justo antes de salir, con la mano en el pomo de la puerta. Volteó una última vez, su voz baja pero cargada de dolor:

—Tienes que decidir, Lucero. Oh él, oh yo. Ya no puedo seguir así.

Lucero sintió que su pecho se apretaba, pero no respondió. No tenía palabras en ese momento. Y Mijares lo sabía. Sin decir más, salió, cerrando la puerta con un suave clic que resonó en el silencio de la casa. Lucero se quedó ahí, parada, mirando la puerta cerrada, sin poder procesar lo que acababa de pasar.

Horas después, ya en la soledad de su habitación, se dejó caer sobre la cama. Sabía que había cometido un error al no detenerlo, pero una parte de ella seguía aferrada a Michel. Él le daba estabilidad, pero, ¿era suficiente? Mientras esas preguntas la atormentaban, su teléfono sonó. Era Michel.

—Hola, amor —dijo él con esa voz calmada que siempre lograba reconfortarla—. ¿Estás lista para el viaje? Estoy emocionado de pasar unos días juntos lejos de todo.

Lucero cerró los ojos, sabiendo que el viaje con Michel sería un escape temporal, una forma de evadir lo que realmente sentía. Aun así, ascienda, como si él pudiera verla a través del teléfono.

—Sí, estoy lista —contestó, aunque en su interior sabía que estaba lejos de estarlo.

Días después, Lucero y Michel se encontraron en una exclusiva playa de la Riviera Maya. El sol brillaba, las olas rompían suavemente en la orilla, y el ambiente era perfecto. Pero, para Lucero, todo se sentía vacío. Cada vez que miraba a Michel, no podía evitar pensar en Mijares. Su sonrisa, sus ojos... todo lo que la conectaba con él seguía presente, aunque intentaba negarlo.

—Todo bien, amor? —preguntó Michel mientras tomaba el desayuno frente al mar.

Lucero irritante, o al menos lo intentó.

—Sí, claro —mintió, mirando hacia el horizonte.

Pero Michel no era tonto. Habían estado juntos el tiempo suficiente para notar cuando algo no estaba bien.

—Te noto distante —dijo, inclinándose hacia ella—. ¿Es por Mijares?

El nombre de Mijares en boca de Michel la descolocó. No esperaba que lo mencionara tan abiertamente. Lucero bajó la mirada, sintiéndose descubierta.

—No quiero hablar de eso ahora —respondió, incómoda.

Michel suspir y ascendió, respetando su decisión. Pero el ambiente entre ellos ya no era el mismo.

Mientras tanto, en Ciudad de México, Mijares había tomado una decisión. Tras días de silencio, sintiendo que había llegado a su límite, decidido que era momento de seguir adelante. José Manuel, su hijo, había notado el cambio en él. La alegría que solía caracterizarlo parecía apagada, y sabía exactamente qué era lo que lo tenía así.

Una tarde, mientras estaban en casa viendo un partido de fútbol, ​​José Manuel decidió abordar el tema que tanto evitaban.

—Papá, ¿qué vas a hacer con mi mamá? —preguntó sin rodeos.

Mijares lo miró de reojo, sabiendo que la pregunta vendría eventualmente.

—Ya lo decidí, hijo. Voy a dejarla ir —respondió con una tristeza palpable—. No puedo seguir esperando algo que tal vez nunca va a pasar.

José Manuel se quedó en silencio por un momento, asimilando las palabras de su padre. Sabía cuánto lo amaba, pero también entendía que a veces, el amor no era suficiente.

— ¿Estás seguro? —preguntó con cautela.

—Sí —respondió Mijares, sin apartar la vista de la pantalla, aunque su mente estaba en otro lugar—. No puedo seguir lastimándome con esta ilusión. Tu mamá eligió a Michel, y tengo que respetarlo.

José Manuel suspiro, sintiendo una mezcla de tristeza y comprensión. Sabía que su papá estaba sufriendo, pero también entendía que a veces, lo mejor era dejar ir a la persona que amabas.

De vuelta en la playa, Lucero seguía inmersa en sus pensamientos, tratando de disfrutar el viaje, pero cada vez le costaba más. Una tarde, mientras Michel dormía una siesta, decidió revisar su teléfono. Abró las redes sociales y, como si el destino lo querido hubiera, apareció una foto de Mijares junto a sus hijos, sonriendo durante una reunión familiar.

Su corazón se encogió al ver la sonrisa de Mijares. Parecía feliz, pero Lucero sabía que no era así. Sentía en lo profundo que él estaba sufriendo tanto como ella, pero que simplemente había aprendido a disimularlo mejor. Fue en ese momento cuando la realidad la golpeó con fuerza.

Había dejado ir al hombre que realmente amaba.

Sin pensarlo dos veces, Lucero salió de la habitación, caminando por la playa mientras las lágrimas comenzaban a brotar. La brisa marina no era suficiente para calmar el torbellino de emociones que sentía. Se dio cuenta de que había estado huyendo, tratando de llenar el vacío que Mijares había dejado con Michel, pero nada funcionaba. Mijares era irremplazable.

—¿Qué he hecho? —se dijo a sí misma en voz baja, sintiendo cómo el peso de sus decisiones caía sobre sus hombros.

Ya era demasiado tarde. Mijares había decidido seguir adelante, y ahora ella tendría que luchar por él si quería recuperarlo. Pero, ¿estaría dispuesta a perdonarla?

La lucha de Lucero por recuperar a Mijares había comenzado.

A Veinte Pasos del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora