Capítulo Uno

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—Voy yo —dijo Fluke, muy alegre, cuando el estridente sonido del timbre rompió el silencio que reinaba en la casa: Las visitas a la pequeña casa, que estaba a las afueras de la ciudad industrial de Chevington y en la que Fluke había vivido con sus padres durante la totalidad de sus veintiún años, eran poco frecuentes. Teniendo en cuenta que eran más de las nueve de la noche, aquello era realmente excepcional.

Había salido ya casi del salón cuando su padre se levantó y le dijo que se quedara donde estaba. La idea de dejar al pequeño Sam con su madre ni siquiera se le había pasado por la cabeza, pero poder hablar con la persona que había llamado, aunque resultara ser alguien que estuviera perdido, sería una interrupción muy bienvenida que lo ayudara a librarse de la tácita desaprobación de sus padres.

Tras envolver al bebé en la toquilla, Fluke se colocó un mechón de su rubio cabello tras la oreja y abrió la puerta principal justo en el momento en el que el timbre volvía a sonar insistentemente. La sonrisa se le heló en los labios cuando vio quién esperaba al otro lado del umbral. Era un miembro del poderoso y acaudalado clan de los Thitiwat.

¿Cuántas veces se había dicho que nunca sabrían lo que había ocurrido y que, aunque, por algún cruel giro del destino, lo hicieran, ninguno de ellos sentiría interés alguno ni por él ni por su hijo ilegítimo?

Parecía que no podía haber estado más equivocado. Todo lo relacionado con aquel desconocido revelaba su origen italiano. La arrogante inclinación de su cabeza, su cabello oscuro, los ojos negros, la nariz aguileña y unos sensuales labios hacían que la conexión familiar resultara más que evidente.

No era tan galán como lo había sido Vito. El gesto cínico que tenía en la boca y la dureza de sus rasgos evitaban que así fuera. Además, era mucho más alto y al menos cinco años mayor de lo que había sido Vito.

Vito, el padre de su hijo, solo tenía veintiséis años cuando murió, hacía seis semanas y cuatro días... Vito lo había engañado tanto a él como a su esposa, y probablemente también a docenas de otras ingenuas personas...

—¿Fluke Natouch?

Fluke no pudo responder. Se había quedado mudo por la sorpresa. Lo habían encontrado cuando no había querido que así fuera. ¿Quién sabía lo que el poderoso e influyente clan de los Thitiwat sería capaz de hacerle? ¿Intentarían arrebatarle a su hijo solo porque el niño era uno de los suyos?

Demasiado tarde, trató de hacer lo que debería haber hecho antes: cerrarle la puerta en las narices. Sin embargo, él consiguió impedírselo y entró en el pequeño recibidor de la casa. Con los ojos entornados, miró el cabello de Fluke, que, alborotado, le caía por todo el rostro, la vieja camisa azul, que se ceñía a su cuerpo y se ceñía por medio de un cinturón, las ridículas zapatillas con forma de rana, regalo de su amiga Betty, y los enormes ojos grises de el joven, que, sin que él pudiera evitarlo, se le habían llenado de sorpresa y de lágrimas. Entonces, centró su atención en el pequeño Sam, de apenas dos semanas de vida, que Fluke estrechaba protectoramente contra su pecho.

—¿Está demasiado avergonzado para hablar? Eso lo entiendo, aunque admito que es inesperado —dijo él, con voz profunda y un ligero acento italiano—, pero supongo que no va a tratar de fingir que no es lo que realmente es, un «roba maridos», o que yo no soy el tío de ese niño. Eso no convendría a sus propósitos, ¿verdad? Se alegrará de saber que le reconozco del día del entierro de Vittorio.

Fluke sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿Alegrarse él? ¡Claro que no! Lo último que habría deseado era que un miembro de la familia Thitiwat lo encontrara.

Sin embargo, se lo tendría que haber imaginado. ¿Acaso no le habían advertido sus padres que asistir al entierro de su amante, afrentando a su prestigiosa familia y a su esposa, sería una equivocación y un comportamiento de muy mal gusto?

Presos del amorWhere stories live. Discover now