9: Flor de verano - III

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Fernanda caminaba lentamente por las calles, con una sensación de liviandad que hacía tiempo no experimentaba. Su corazón palpitaba con fuerza, y una sonrisa sincera, amplia, iluminaba su rostro.

Ver a Mayte después de tantos años había despertado en ella emociones que creía dormidas, como si el tiempo y la distancia no hubieran logrado apagar la chispa que siempre sintió por ella.

Minutos después de caminar por las calles, llegó a la cafetería donde había citado a Mayte, un lugar que solía frecuentar con regularidad. El aroma del café la envolvió en un abrazo cálido y familiar, despertando recuerdos agradables.

Se acercó al mostrador, donde el dueño, un hombre de mediana edad con el cabello canoso y una mirada amable, la saludó con una sonrisa que dejaba entrever la confianza de años de conocerse.

—Bueno, bueno... ¿a qué se debe esa sonrisa tan grande, Fernanda? —preguntó él con una curiosa mezcla de sorpresa y diversión en su voz mientras limpiaba una taza.

Fernanda se apoyó en el mostrador, cruzando los brazos sobre la superficie de madera y esbozando una sonrisa más suave. No podía ocultar la felicidad que la invadía, y aunque intentó disimular, sabía que su expresión la delataba.

—¿Se me nota mucho? —respondió ella, con un tono juguetón, aunque no podía ocultar el brillo en sus ojos.

—Demasiado —dijo el dueño, alzando una ceja mientras la observaba con atención—. Esa clase de sonrisa solo puede ser provocada por el amor. ¿Me equivoco?

Fernanda dejó escapar una risa suave, casi tímida, mientras miraba por un segundo hacia el suelo.

—No te equivocas —admitió con sinceridad, dejando salir un suspiro que llevaba cargado de nostalgia—. Me siento como si fuera una chiquilla de nuevo... Como si hubiera vuelto a tener esos 17 años como la primera vez que la vi.

—Se nota que es alguien muy especial —comentó mientras preparaba su pedido habitual con rapidez—. Y me alegra verte así. ¿Lo de siempre, entonces?

—Sí, por favor —respondió Fernanda, con una sonrisa más serena.

En pocos minutos, le entregó su bebida, y Fernanda pagó antes de dirigirse a una mesa cerca de una gran ventana. Desde ahí, podía observar la entrada con suficiente claridad, esperando que Mayte la viera fácilmente cuando llegara.

Mientras se acomodaba en su asiento, tomó un sorbo de café, dejando que el sabor amargo y reconfortante se mezclara con sus pensamientos, que volvían inevitablemente a esos momentos compartidos con Mayte.

Aunque no habían sido demasiados, cada uno de ellos estaba impregnado de algo que los hacía inolvidables, como si hubieran sido diseñados para permanecer en su memoria para siempre.

Los minutos pasaban con lentitud, pero Fernanda no se impacientaba. Estaba nerviosa, sí, pero una parte de ella se sentía extrañamente en paz. Sabía que esta reunión significaba algo más que un simple reencuentro. Se trataba de la posibilidad de que todo volviera a empezar.

El sonido de una puerta abriéndose la sacó de su ensimismamiento. Alzó la mirada y ahí estaba Mayte, de pie frente a ella. Llevaba una sonrisa tímida, pero había algo en su expresión que reflejaba la misma mezcla de nostalgia y emoción que Fernanda sentía.

Mayte no había cambiado mucho, más allá de una madurez evidente en sus gestos, seguía siendo la misma mujer que la había conquistado tantos años atrás.

—Hola —dijo Mayte con suavidad, acercándose a la mesa con una taza de café en la mano.

Fernanda no pudo evitar devolverle una sonrisa, una que reflejaba tanto alivio como felicidad.

Mil Formas de Quererte - RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora