12: Te quiero

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El suave murmullo de la música que llenaba el ambiente del auto fue desvaneciéndose a medida que el motor se apagaba. Fernanda giró la llave para apagar el vehículo, recogió su bolso del asiento del copiloto y abrió la puerta. Al salir, el aire fresco de la tarde le acarició el rostro, lo que la llevó a quitarse los lentes de sol y guardarlos en su bolso, mientras caminaba hacia la entrada del restaurante.

Durante mucho tiempo, ese lugar había sido su refugio personal, un espacio al que acudía tanto con sus amigas como cuando necesitaba desconectar y estar a solas. Sus pasos resonaron suavemente mientras avanzaba hacia la entrada, indecisa sobre a qué mesa dirigirse.

Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con una figura conocida, una silueta que jamás pasaba desapercibida para ella. Sentada en una de las mesas, concentrada en el menú, estaba Mayte, su amiga de toda la vida, y también su excompañera. El corazón de Fernanda dio un pequeño brinco, y sin pensarlo dos veces, se acercó con una sonrisa que iluminó su rostro.

—¡May! —saludó con alegría.

Mayte alzó la vista, sorprendida, y al verla, una sonrisa igual de cálida se dibujó en sus labios.

—¡Negra! ¡Qué bueno verte! —exclamó Mayte, poniéndose de pie para recibirla con un beso en la mejilla.

—¿Te importa si me siento? —preguntó Fernanda, todavía con la sonrisa en el rostro.

—¡Claro que no, Fer! —respondió Mayte, asintiendo y acomodándose de nuevo en su silla.

Fernanda tomó asiento frente a ella, colocando su bolso en la silla a su lado. La sonrisa, ligera pero genuina, permanecía en sus labios, aunque algo en su interior se sentía distinto.

—¿Vienes sola? —preguntó Mayte, frunciendo el ceño levemente.

—Sí, vine sola. No me provocaba comer en casa hoy, y sabes que este lugar siempre me ha gustado. Me pareció el mejor sitio para despejarme —respondió Fernanda con una naturalidad que ocultaba la tensión interna que sentía.

Mayte la miró con una mezcla de curiosidad y preocupación, notando algo diferente en su amiga.

—No es común verte sola por aquí, siempre vienes acompañada. Conmigo, con Isa, o incluso con tu esposo. —La expresión de Mayte se volvió más seria—. ¿Está todo bien, Fer?

Fernanda se quedó callada un instante, sintiendo una súbita presión en el pecho. Las palabras que realmente quería decirle a Mayte luchaban por salir, pero, fiel a su naturaleza reservada, decidió no mostrar lo que sentía. En lugar de hablar sobre lo que realmente le preocupaba, sonrió suavemente.

—Todo está bien, May. Solo necesitaba un rato para mí, aunque ahora que te veo, prefiero estar contigo. Si no te molesta, claro.

—¿Cómo me va a molestar, negra? —dijo Mayte con una sonrisa cálida—. Siempre me alegra verte. Además, hace mucho que no nos vemos, nos hace falta ponernos al día. —Le guiñó un ojo, tratando de aliviar la seriedad del momento.

Ambas miraron el menú mientras conversaban, haciendo su pedido. No faltaba, por supuesto, la botella de vino tinto que siempre acompañaba sus comidas. El mesero llegó con las copas y, tras servirles, se retiró, dejando a las dos mujeres frente a frente, cada una con una copa de vino en la mano.

—¿Y cómo te ha ido estos meses fuera del trabajo? —preguntó Mayte tras un sorbo, inclinándose un poco hacia adelante para prestarle más atención.

—Bastante bien. Descubrí que me gusta mucho más la cocina de lo que pensaba. Viajé un par de veces con algunas amigas, pero... no te voy a mentir, me hace falta el escenario, el canto, sentir esa adrenalina. Y claro, regañarte a ti e Isa cuando desafinan las armonías —bromeó Fernanda.

Mil Formas de Quererte - RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora