2: Cosas que nunca te dije - I

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Fernanda estaba frente al espejo, aplicando con cuidado los últimos toques de maquillaje. Aunque nunca había sido una mujer que se tardara tanto en arreglarse, ese día era diferente. Cada pequeño ajuste a su rostro la hacía sentir que algo más estaba sucediendo. Sabía perfectamente el motivo: vería a Mayte después de unos años. Un torrente de emociones cruzaba por su mente, desde la ansiedad hasta la emoción, mezcladas en una confusión que no sabía cómo explicar.

Desde la habitación, Héctor, su esposo, la apuraba con suavidad. Ella escuchaba su voz mientras terminaba de delinear sus labios, pero no le prestaba demasiada atención. Su mente seguía en otro lugar. Ver a Isabel también la alegraba, pero no era lo mismo. Con Isabel había mantenido el contacto durante los últimos años, y aunque apreciaba su compañía, no llenaba ese vacío que había dejado la ausencia de Mayte.

La distancia entre ellas había crecido de manera inexplicable. A veces preguntaba por Mayte a Isabel, buscando alguna señal, alguna pista sobre su vida. Pero las respuestas de Isabel siempre eran vagas, casi evasivas: "Está bien, está estudiando". Ese era todo el informe que recibía, sin más detalles, como si la vida de Mayte se hubiese convertido en un misterio del que ella estaba excluida.

Ese día, sin embargo, sería diferente. Por fin la vería, después de tanto tiempo. Fernanda salió del baño, tomó el bolso que había dejado sobre la cama y miró a Héctor, quien la observaba desde la puerta.

—Estoy lista, ya podemos irnos —dijo con una sonrisa leve. 

Héctor, al verla, sonrió también y se acercó a ella, rodeándola con sus brazos por la cintura. Sin embargo, cuando intentó besarla en los labios, Fernanda, casi de forma instintiva, giró la cabeza ligeramente, haciendo que el beso terminara en su mejilla. Se apartó de él con suavidad, dejando que sus dedos rozaran los de su esposo mientras salía de la habitación.

Bajó las escaleras y vio a sus hijas esperándola en la sala, entretenidas con sus juegos y risas. Salieron juntos de la casa y se dirigieron al auto, mientras Héctor encendía el motor y ponía en marcha el vehículo.

Durante el trayecto, Fernanda no pudo evitar perderse en sus pensamientos. Su mente volvió a divagar sobre Mayte y los últimos años. Recordaba con nitidez los sentimientos que Mayte había expresado cuando decidieron retirarse de la música. Isabel y Fernanda querían dejar de cantar para dedicarse a sus familias, mientras que Mayte veía la música como su único refugio, su único escape. Para ella, cantar era más que un trabajo, era una parte vital de su ser, la única constante en una vida que, de otra forma, sentía vacía.

Fernanda esperaba que esa reunión fuera una oportunidad para sanar las viejas heridas, para que Mayte y ella pudieran dejar atrás los sentimientos no resueltos y reconectar. Después de todo, tres años era demasiado tiempo sin verse, desde que grabaron aquel disco acústico.

Cuando llegaron a la casa de Isabel, la escena era la habitual: familias reunidas, risas resonando en el aire y una calidez familiar que siempre había hecho de esas reuniones algo especial. Al cruzar el jardín, la familia de Fernanda fue recibida con abrazos y besos cálidos. Los niños corrían por el césped mientras los adultos se saludaban entre risas y charlas.

Fernanda, sin embargo, no podía evitar mirar a su alrededor, buscando con la mirada a Mayte. Sus ojos recorrían cada rincón del jardín, esperando ver esa figura familiar, pero con el pasar de los minutos, se dio cuenta de que Mayte no estaba allí. Decidió concentrarse en la reunión, asumiendo que aún no había llegado, y se dirigió hacia su hermana, quien la recibió con una gran sonrisa.

Fernanda conversaba con su hermana, mientras tomaba de la copa que se había servido, pero su atención estaba dividida. Su mirada vagaba de vez en cuando hacia la entrada, buscando a Mayte. Pero los minutos seguían pasando y Mayte no aparecía. Fernanda no pudo contener su preocupación. Sabía que Mayte no era una mujer de grandes multitudes, pero siempre había sido alguien que no se perdía una reunión familiar. La inquietud crecía en su pecho, una sensación extraña y desconocida.

Mil Formas de Quererte - RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora