Capítulo tres: Sensaciones por todo mi cuerpo.

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Si Tomas había decidido invitarme a una cita significaba que estaba interesado en mí, de lo contrario no le hubiera dicho nada a Emily. Con una mezcla entre nervios e intriga me lavé los dientes y permanecí mirando mi reflejo en el espejo unos minutos. No estaba segura de si debía ir al encuentro con Tomas o era mejor que le llamara para asegurarme de que quería verme.

Mientras marcaba su número buscaba algo decente para ponerme, la última vez no había ido vestida para la ocasión y no quería que me sucediera lo mismo. Unos pantalones de traje con una blusa serían más que suficiente, aunque fuera una cita, no quería ir demasiado llamativa. Algo sencillo y normal para pasar desapercibida.

Tomas no me respondió a la llamada, cogí el abrigo y salí por la puerta con intención de ir al restaurante. Primero estudiaría la zona y luego decidiría si entrar o no en busca de mi cita. No le conocía de nada, por lo tanto, no sabía que me podía encontrar, apenas habíamos hablado un par de frases la noche de la fiesta.

Un trueno me asustó y enseguida decenas de gotas cayeron del cielo, no había cogido paraguas y estaba empezado a mojarme. Caminé lo más rápido que pude hasta llegar a un tejadillo, enfrente se encontraba el restaurante donde se supone que estaba Tomas. Le busqué entre las mesas y por suerte estaba sentado en la barra con el móvil pegado a su oreja. Crucé la calle y ante de que terminara de calarme entré al restaurante.

Una chica me cogió el abrigo y fue tan amable de acompañarme al baño para que me pudiera secar el pelo. Me ofreció una toalla pequeña y se marchó con una sonrisa de oreja a oreja, un poco siniestra para mi gusto. Tomas no me había visto entrar y pude demorarme lo que quise mientras me arreglaba el desastre de cara. El rímel se me había corrido y los mechones encrespados se me vencían sobre la frente.

Cuando estuve lista, abandoné el baño y me dirigí hacia Tomas. No mostró mucho énfasis al verme llegar, me miró de arriba abajo con la boca abierta y movió mi cuerpo hacia un lado de la barra. ¿Me estaba intentando ocultar detrás de la columna?

-Mía... – se tocó el cuello nervioso con la voz entrecortada –. No esperaba que fueras a venir, pensaba que... Bueno, creía que no aceptarías mi cita – le dio un sorbo a su bebida y alzó la cabeza en dirección a la entrada.

-Si quieres me voy – intenté girarme, pero me detuvo con un movimiento un poco agresivo, de nuevo miró hacia la puerta –. ¿Esperas a alguien más? ¿Te incomoda que haya venido a la cita que tú me habías propuesto?

-No, si me hacía mucha ilusión quedar contigo, pero al ver que no venías llamé a una amiga – es verdad que había llegado media hora tarde, pero entre que me decidía y la lluvia... –. Si no te importa podemos vernos otro día – dijo sin ningún tipo de reparo, le insulté en voz baja y aparté su mano de mi hombro.

-Espera Mía – fue detrás de mí, al llegar a la puerta me detuvo –. No te enfades... Quédate y cenamos los tres juntos – comencé a reírme por lo absurda que era la situación.

-No te preocupes Tomas, me importa una mierda que hayas preferido quedar con tu amiguita antes que conmigo – los señores que estaban sentados en la mesa de al lado se quedaron mirándome asustados –. La próxima vez no propongas citas que no puedas cumplir, ah y una cosa más, no tenía un esguince, solo era una torcedura. Ni eso sabes hacer, menudo médico estás hecho... Imbécil – su amiga llegó justo en ese momento y le plantó un beso en la boca.

Fue lo último que dije antes de salir por la puerta con los puños apretados y los ojos a punto de llorar. Menudo estúpido, pensaba que podía jugar conmigo... Niñato mal criado... No, si la tonta había sido yo por venir a esta mierda de cita, ojalá le diera una indigestión y tuviera que irse corriendo al baño dejando plantada a su supuesta amiguita.

El sobre negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora