Capítulo ocho: Los puntos que sentenciaron mi vida.

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No parecía muy enfadado, aunque sí tenía el rostro serio y los hombros tensos. Me trató con indiferencia y no mostró mucho interés en mis heridas, la sangre manchaba mis manos y aun así dejó que me sentara en una silla sin hacerme caso.

Bruno recogió las bolsas del suelo y las puso sobre la encimera. Con orden y precisión, fue colocando la compra en sus respectivas baldas. Abrió y cerró la nevera un par de veces, comprobó que había comprado todo lo indicado en la lista y después de unos largos minutos se sentó enfrente de mí con la espalda doblada hacia delante.

Cogió mis manos con delicadeza y se aseguró de que no me estuviera haciendo daño. Respiró con fuerza y frunció el ceño con enfado, retiré las manos, no me gustaba la forma en la que me estaba mirando.

-Quieta – ordenó con los ojos enfocados en mi mano, se levantó de un gesto y fue directo a un mueble, dentro había un botiquín –. Tienes las heridas abiertas, ¿a ti te importa lo más mínimo tu cuerpo? Porque no lo parece.

-Claro que me importa, si no te hubieras llevado mi móvil... – una sensación de acidez me subió por la garganta, tuve que aguantar las ganas de vomitar –. De no ser porque te quedaste el teléfono... – esta vez no pude evitarlo, me levanté corriendo y no me dio tiempo a llegar a un baño.

Vomité en el fregadero un par de veces, al principio me entró vergüenza y pensé que Bruno me regañaría, pero su reacción fue todo lo contrario. Se acercó con cuidado a mi espalda y me retiró la coleta de la cara, las puntas se estaban empezando a manchar. Encendió el grifo para que el vómito se fuera por el desagüe, abrió la ventana que daba al patio de atrás y acarició mi espalda haciendo pequeños círculos.

No sé si fue porque me daba apuro la situación o por cómo me estaba tratando Bruno, pero se me cortó de inmediato el ardor que salía de mi estómago. Me quedé apoyada en la pila unos segundos para recomponerme, tuve la intención de limpiarme la cara, aunque alguien se me adelantó.

-Tranquila – Bruno metió la mano debajo del grifo y me mojó la zona de los labios con el agua, no tenía fuerzas para rechazarlo –. El tiempo no está de nuestra parte Mía, habrá que esperar a que deje de llover para llevarte al hospital. De nuevo – las últimas palabras las pronunció con enfado.

-Gracias – le alejé de mi lado y apoyé la espalda en la encimera, estaba mareada y no veía con claridad –. No me gusta que me mires así, parece que quieres hacerme daño, me das miedo – las piernas me temblaban.

-¿Daño? – se sintió ofendido y sonrió indignado, buscó un poco de jabón y comenzó a limpiar la pila con fuerza –. Si quisiera hacerte daño no estaría limpiando los restos de tu vómito... Te presentas en mi casa como una moribunda, ¿y tienes la osadía de decirme que te doy miedo? – me señaló con el estropajo –. Si tanto te asusto, ¿por qué no te largas de una vez?

Todo a mí alrededor comenzó a darme vueltas, escuchaba las palabras de Bruno sin prestar atención a lo que decía. Miré por la ventana, esperando a que el frescor de la lluvia me espabilara, no enfocaba la mirada y me estallaba la cabeza.

-Deja de mirarme así y vete de una vez – él seguía apuntándome con el dedo mojado y manchado de jabón –. ¿Me estás escuchando?

-No me encuentro bien Bruno... – tragué saliva y me empezó a temblar la mandíbula –. Quiero irme a mi casa... – me entraron muchas ganas de llorar, pero no quería mostrar mis lágrimas, por eso me aguanté, aunque no duré mucho tiempo –. Podrías..., si no quieres llevarme... – bastante estaba aguantando, se me cerraron los ojos y me desmayé en mitad de la cocina.

-Mía, Mía despierta – Bruno estaba de rodillas a mi lado, como vio que no le respondía, quiso cogerme en brazos –. Serás... ¿Cómo se te ocurre venir hasta aquí con las manos en ese estado? Eres una irresponsable. ¿Me oyes? – me giró la cara para comprobar que seguía respirando –. Voy a subirte a mi habitación, ¿vale? – esperaba que le fuera a responder, pero yo no podía ni abrir los ojos –. Tienes que darme permiso para subirte, vamos Mía, respóndeme. Joder...

El sobre negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora