Capítulo dos: Curiosidad, miedo y sorpresa.

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El móvil me vibró y miré la pantalla corriendo, era Emily que me informaba que estaba en el jardín con su novio y amigos. Sentí alivio al saber que podría encontrarme con ella, iría a saludarle y después pediría un taxi para volver a casa. Esta fiesta estaba siendo muy rara y lo que acababa de ver en el baño me había dejado bastante impactada.

Cuando la encontré estaba apoyada en una silla con los brazos cruzados, todos se me quedaron mirando. Estaba descalza, andaba a duras penas y tenía los pies mojados y sucios porque el césped estaba húmedo. Emily se preocupó, pero logré tranquilizarla cuando le conté lo ocurrido. Hacía frío, había dejado el abrigo en el coche y me dolía bastante el tobillo.

-Ven que te llevo adentro – uno de los amigos de Emily se acercó cuidadosamente y me tendió las manos para que le acompañara –. Aunque la noche está agradable vas a coger un resfriados si sigues mucho tiempo en contacto con el suelo frío – no pude negarme, me rodeó la espalda y las piernas y me cogió en brazos. Me sorprendieron las confianzas que estaba teniendo conmigo, pero no dije nada al respecto –. ¿Te duele el tobillo? – entramos en la casa.

-Un poco – me sentó en un taburete que había en la cocina y buscó hielo en el congelador –. No hace falta, gracias. Mañana iré al médico y...

-Yo también soy médico, pero si prefieres ir con el otro... – negué sonriendo, con un trapo que encontró me puso el hielo sobre el tobillo y sentí una mezcla entre frío y dolor –. Soy Tomas – me ofreció la mano y se la estreché con fuerza –. ¿Y tu nombre es...?

-Mía – fui un poco descarada y recorrí su cuerpo con la mirada –. ¿Qué edad tienes? – no parecía mayor que yo, su rostro apenas tenía vello y estaba segura de que me había mentido diciendo que era médico.

-¿A caso eso importa? – me devolvió el gesto y se fijó en mis piernas, se me había subido ligeramente el vestido –. Tengo veintiún años, bueno casi, en unos días los cumplo.

-Entonces no eres médico – le aparté la mano de mi tobillo y me bajé el vestido –. No deberías mentir con esas cosas... – era muy atractivo, pero demasiado pequeño para mi cometido.

-En unos años lo seré, todavía estoy en el tercer curso – se incorporó y mantuvo las distancias entre ambos.

-Gracias por ayudarme. Me iré a casa y mañana buscaré a un médico de verdad – le miré de reojo y pareció ofenderse con mi comentario.

-Tienes un esguince, no creo que sea muy grave, unos días de reposo y como nueva – señaló hacia la puerta en señal de despedida. Caminé con cuidado hacia la salida y vi a Tomas apoyarse en la encimera de la cocina –. ¿Y tú cuántos años tienes?

-Veinticuatro, recién cumplidos – sonrió con entusiasmo y me creó curiosidad, hizo un gesto de victoria y asintió con la cabeza.

-Solo eres tres años mayor que yo – subió los hombros con pasotismo al mismo tiempo que se alejaba de la encimera y caminaba hacia mí –. Podré sobrellevarlo.

¿Estaba intentando ligar conmigo? Me separé un poco de él y asimilé lo que estaba pasando. El chico era bastante guapo y el traje que llevaba le quedaba muy bien. Tal vez tenía razón, ¿acaso importaba su edad? No es que fuera ilegal besarse con un chico de veinte años, ¿y acostarse?

-¿Por qué estás aquí exactamente? – me preguntó acorralándome contra la puerta, no estaba del todo cómoda, pero tampoco me desagradaba la situación –. Eres solo la amiga de Emily ¿o ahí algo más oscuro dentro de ti?

-¿Qué? – le aparté con la mano –. No sé a lo que te refieres. Estoy aquí porque me ha invitado a la fiesta – mis palabras le desconcertaron –. Vine porque somos compañeras.

El sobre negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora