Capítulo IV ✓

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Capítulo 4 | “Ciega” ✓

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。・:*˚:✧。

Grecia DeVries


10:03 AM.

A esa hora fue que al maldito coche le dió la gana de dejar de funcionar en plena carretera hacia mí destino.

El día de hoy tenía una sesión programada con anticipación para una próxima campaña, pero en lugar de ser en Culiacán como normalmente se planifica, está vez tenía que moverme hacia Cosalá, donde el fotógrafo encargado de la campaña tiene su estudio.

Pero no sé qué le ha sucedido al carro, que en el momento donde está el camino más desolado, ha dejado de funcionar sin más ni menos.

No está descargado ya que paré a que cargara en la última estación que se me cruzó, puede que tampoco sea algún sensor de los tantos que mencionó el señor que lo atendió en el mecánico el día de ayer por su revisión mensual, entonces no tengo ni idea y tampoco es que sepa mucho de mecánica.

Bufando, apoyo nuevamente la cadera al capó, recostandome allí para seguir esperando a la persona de la grúa que dijeron llegar hacía diez minutos y aún nada. El calor, el sol y los zapatos que traía eran una combinación nada bonita, y menos para alguien con tan poca paciencia como yo.

Decir que no estaba comenzando el día con los mejores ánimos se quedaba corto.

Una hora transcurre, y cuando ya le he dado casi seis vueltas al rededor al carro, me he sentado a un lado de la carretera, y rezado a cualquier santo que se me venga a la mente, veo en la lejanía una figura oscura que claramente es un carro.

Y mientras más se acerca, más lo voy notando.

Es una camioneta.

No, son dos... tres, cuatro.

Ay no. No, no, no.

—Esto no me puede estar pasando a mí —murmuro, mandando a abrir los seguros con el control entre mis dedos —, no de nuevo Señor.

Con rapidez subo al asiento del piloto, y aunque claramente me hayan visto subo los vidrios que al momento recuerdo que le sacaron el polarizado el día anterior en el mecánico.

Joder.

—Respira, respira —susurro, viendo pasar las dos primeras camionetas de la caravana a mi lado.

Han reducido la velocidad, pero yo no aparto la vista del volante, por lo que veo claramente cuando una lujosa Urus Lamborghini en color azul rey se detiene justo adelante de mi carro.

Maldición.

La llave entre mis dedos comienza a temblar, al igual que el marcado rápido de mi teléfono está a solo la presión de mi dedo.

No tuve que haber venido sola.

Estoy a mitad del Padre Nuestro cuando un par de toques en mi ventana me sobresaltan, y al voltear hay un hombre ahí pegado que no tengo ni idea de dónde salió.

—Buen día señorita, ¿Cómo anda? —la voz le suena ahogada por lo grueso del vidrio, ya que ni loca llego a bajarlo aunque él esté haciendo la seña.

—Todo muy bien, gracias —miento.

— ¿Está varada aquí? ¿Necesita que la ayudemos en algo?

—No gracias, ya vienen por mí.

Grecia | Ovidio Guzmán L.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora