Capítulo VIII ✓

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Capítulo 8 | “Quinientas gallinas”✓

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Grecia DeVries


Entro al lobby del edificio alrededor de las siete y media de la tarde, luego de un largo y exhausto día entero en la facultad y un par de diligencias más.

—Buenas tardes —saludo al portero cuando me sostiene la puerta.

—Buenas noches ya señorita —responde él, sonriendo cordialmente.

—Cierto. Buenas noches, Richy.

Siguiendo mi camino agradezco que otra persona acabe de salir del ascensor, así que tiene las puertas abiertas para mí sin esperar tanto.

Apenas éstas se cierran, el aparato en mi mano vibra indicando una notificación, y no me hace falta verlo para saber que es otro mensaje de Ovidio. Ni siquiera quería leerlos.

El día de hoy había amanecido con la cabeza hecha un lío por todo lo que sucedió en la madrugada, y es que no tenía ninguna explicación razonable para haber hecho todo lo que hicimos.

Me arrepentía al mil por ciento, pero eso no quiere decir que mi mente me haya dejado descansar cinco minutos en el día sin mandarme flashbacks en clases y en los ratos entre ellas.

« Ahora le da miedo hablarme o q? Responda pues » decía el mensaje que se fue a hacerle compañía a los demás en la bandeja de leídos.

Desde que salió el sol había recibido ya al menos cinco mensajes de Ovidio, y no había respondido ni el primero. Estaba apenada con él y molesta con ambos, porque, se supone que éramos conocidos con confianza... pero no ésa confianza, sino una de amigos incluso.

Aunque recordando sus palabras tan bien como lo hago, él nunca me ha percibido como una amistad, y lo cierto es que yo a él tampoco... Pero eso no era excusa para enrrollarnos, y de tal manera.

La campanilla avisa que llegué al penthouse, y apenas las puertas se abren e intento dar un paso dentro de la sala de estar, un ramo de rosas rojas interfiere en mi camino.

Y otro, y otro, y otro.

Demasiados ramos decoraban la sala de estar de mi departamento, e inclusive desde la entrada podías notar que había ramos en las escaleras hacia mí habitación.

— ¿Qué sucedió aquí? —pregunto en voz alta, pero nadie responde.

Cómo puedo, intentando no estropear ninguna flor, llego hasta el más grande que se encuentra en el mero centro del depa.

Este es rosa, y es el que tiene una tarjeta.

« Guarda en silencio mis besos, despídete sin voltear, porque al besarte me pierdo, pero a mi corazón que le puedo explicar? »

No me hizo falta leer el remitente para saber que se trataba de él, y una sonrisa adornó mi rostro por primera vez en el día.

Pero la borro de inmediato, y me levanto con dirección a mi habitación.

Esto no estaba bien.

Nada estaba bien y me arrepiento de haber llegado a este punto para dar freno. Prácticamente me acosté con un hombre al que muy apenas le sé el nombre y que conocí hace menos de dos meses, eso jamás me había pasado.

Quince minutos después estaba saliendo nuevamente del ascensor en planta baja ahora con mi ropa y bolsa deportiva. Tenía que aprovechar hasta el último momento para ocuparme y dejar los pensamiento que me han torturado durante todo el día.

Grecia | Ovidio Guzmán L.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora