¿Nunca te has preguntado, a dónde van las cosas cuando son olvidadas? ¿Qué hacen las personas cuando nadie en el mundo las voltea a ver? ¿Qué fue lo que hizo ese viejo amigo luego de salir de tu vida?
Hay un lugar a donde llegan todos los olvidados...
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Antes, jugar videojuegos era algo que acostumbraban hacer a solas la mayor parte del tiempo. Principalmente, porque lo usaban como forma de distraerse. Ya saben, era ese algo que los recargaba, algo que era tan estúpidamente pacífico, que ni siquiera entendían por qué casi nadie accedía a jugar con ellos. Sencillamente era insensato.
Al menos, claro, hasta que Markkut llegó a vivir a la casa de Kuro.
Ambos se habían percatado de lo solitarios que eran en comparación al resto de miembros de la casa, pues casi siempre que uno deseaba usar la sala de videojuegos, se encontraba con el otro ya ocupándola. Sin embargo, siempre recibieron una cálida invitación para unirse a la partida. Así fue como se volvieron compañeros de juego. Incluso en esas raras ocasiones donde Haiden y Anker se sumaban a un pequeño torneo, Aizen y Markkut rápidamente se aliaban y ganaban. Sabían aconsejarse, se conocían perfectamente después de tantas partidas compartidas.
Luego de irse a vivir a su propia casa, seguían jugando juntos. No era raro que ambos destinaran ciertas horas de su día para ese hobbie. Se sentía bien tener con quien compartirlo. Empezaron a comprar juegos exclusivos para usarse juntos y controles de espléndida calidad. La televisión y los sillones fueron pensados para brindarles una maravillosa experiencia. Pero, definitivamente, hacerlo juntos era lo que volvía verdaderamente increíble jugar.