𝐄𝐩𝐢́𝐥𝐨𝐠𝐨

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Los años pasaron, y con ellos, la vida de Max fue cambiando de manera irreversible, aunque una cosa permaneció inquebrantable: su amor por Checo. Cada año, sin falta, Max visitaba la tumba de su esposo, llevando flores de cempasúchil y otras que sabía que le gustaban. Cada visita era un ritual sagrado, una conversación con el alma de su amado. Max se sentaba junto a la lápida, colocaba las flores con cuidado y se quedaba por horas, contándole a Checo todo lo que había sucedido desde su última visita.

—Hoy Pato ganó una carrera —le susurraba con una sonrisa triste—. Te encantaría verlo correr, lo hace con tanta pasión, igual que tú.


































Luego un día cuando Patricio conoció al amor de su vida, y ya llevaban varios años de relación, llegó el gran día.

El sol brillaba con fuerza en el cielo azul, y el aire estaba impregnado de la fragancia de flores frescas. Era un día especial, uno que Patricio había soñado desde que era pequeño: su boda. Vestido con un elegante traje, el mismo que había elegido junto a Oscar, su esposo, se sentía lleno de felicidad y nerviosismo al mismo tiempo. La ceremonia había sido mágica, con amigos y familiares reunidos para celebrar su amor.

Después de intercambiar sus votos, llenos de promesas y risas, los recién casados decidieron que había un lugar especial que necesitaban visitar: la tumba de Checo. Sabían que su padre siempre había estado presente en sus corazones y que, de alguna manera, él había estado con ellos durante todo el día.

Max, Patricio y Oscar, estos dos últimos tomados de la mano, caminaron hacia el cementerio, donde las flores brillaban como pequeños destellos. Max llevaba en su mano un hermoso ramo de flores que había recogido especialmente para la ocasión. Su corazón latía con una mezcla de tristeza y alegría, deseando que Checo pudiera haber estado allí para ver a su hijo dar este importante paso.

Al llegar, Max se arrodilló frente a la lápida de Checo, colocando suavemente las flores en su lugar. Patricio se quedó de pie a su lado, sintiendo la presencia de su padre en el aire.


—Hola, cariño —comenzó Max, con la voz entrecortada—. Hoy es un día especial. Pato se ha casado. Su boda fue hermosa, y me hubiera encantado que estuvieras aquí para verlo.

Patricio se acercó y se agachó, apoyando su mano sobre la lápida, como si estuviera tocando a su padre.

—¡Papá! —exclamó, su voz llena de emoción
—Fue el día más increíble. Oscar y yo intercambiamos nuestros votos, y todos estaban tan felices. Te hubiera encantado ver cómo bailamos y cómo todos celebraron nuestro amor. —Oscar le sonríe con amor y toma la mano de su esposo con una sonrisa.

Max sonrió, sintiendo una calidez en el corazón. Se dio cuenta de que Checo, aunque físicamente ausente, siempre estaría presente en sus recuerdos y en los momentos importantes de sus vidas.

—Sé que estás aquí con nosotros —continuó Max—. Siempre serás parte de nuestras vidas, Checo. Te llevamos en nuestros corazones, hoy y siempre.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, dejando que las lágrimas cayeran, pero esta vez no eran solo de tristeza, sino de amor. Sabían que Checo los había guiado y apoyado en cada paso del camino. Patricio tomó un respiro profundo y sonrió, sintiendo una conexión especial con su padre.

—Prometo que cuidaré de papá —dijo, mirando a Max—. Y haré todo lo posible para que te sientas orgulloso de nosotros.

Max asintió, sintiendo que su corazón se llenaba de orgullo por su hijo.

—Lo haces todos los días, Pato. Checo estaría tan orgulloso de ti.

Finalmente, se levantaron, sintiéndose más ligeros, como si el peso de la tristeza se hubiera transformado en algo más hermoso: una celebración del amor eterno que habían compartido. Con un último adiós, se dieron la vuelta, listos para comenzar una nueva etapa en sus vidas, llevando consigo el legado de Checo en cada paso que daban.Los días y los años se fueron sucediendo, y aunque el dolor de la pérdida siempre estaba presente, Max encontraba consuelo en esos momentos de conexión con Checo. Sabía, en el fondo de su corazón, que él siempre lo escuchaba, que de alguna forma seguían juntos. Pato creció, y aunque nunca conoció a Checo más allá de las fotos y las historias, sentía el peso de su legado en cada paso que daba. Se convirtió en piloto, tal como sus padres, encontró un amor tan profundo como el que Max y Checo habían compartido y también tiene a dos hermosos hijos: su esposo, Oscar, lo acompañaba en cada paso, brindándole el apoyo y el amor incondicional que Max le había enseñado. También aprendía a ser padre.









































𝐂𝐚𝐫𝐭𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐂𝐡𝐞𝐜𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora