C A P Í T U L O - 0 7 :

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Aitana.

Sábado, 06 de Julio. 20:45 P.M

Termino de atarme los cordones de las converse bajo la mirada de mi mejor amiga, quien ha venido a mi casa con la intención de llevarme a cenar. Entiendo que quiere acompañarme todo el tiempo posible para que no la eche de menos, pero es algo totalmente inevitable, aunque duele un poquito menos si la recuerdo feliz. Me recoloco los vaqueros rosas y me aliso el top blanco a juego con las zapatillas. No diré que no me gusta el rosa, porque si me gusta, pero mis colores favoritos son el blanco y el rojo.

-¡Divina! Tía, esos pantalones te hacen un culo de infarto. –Me sonríe, después me guiña un ojo y me lanza un beso.

-Los has elegido tú. –Recuerdo.

-Román me ha escrito hace un rato, me ha dicho de ir al cine el finde que viene. –Levanto una ceja, sorprendida porque al final le ha escrito, pero al mismo tiempo siento curiosidad.

-¿Qué le has contestado? –Me animo a preguntar, mientras cojo mi bolso y la sigo fuera de mi habitación.

Salimos directamente ya que Ramón no está en casa, tiene turno de noche en el trabajo; es técnico de mantenimiento en un hotel. Me aseguro de cerrar bien todo y después echamos a suertes la cena; cara o cruz. Gana Lorena, asique vamos a Popeyes y cuando nos ponemos en la cola con los tickets en la mano vuelvo a repetirle la pregunta.

-Creo que no le voy a contestar. –Junto las cejas, desconcertada, porque a mí me había dado la impresión de que le gustaba.

-Creía que te interesaba, os he visto cruzar miradas en varias ocasiones. –Trata de disimular pero se le escapa una sonrisa.

-Román me gusta, me gusta mucho. Pero es tu primo y no creo que esté bien. –Me cruzo de brazos y me apoyo en el poste que tengo detrás.

-Es mi primo, no mi novio. Entonces no veo por qué no puedas ir al cine con él, tú misma acabas de reconocer que te gusta. ¡Lánzate! Con cuidado, pero sin miedo. –Le guiño un ojo y me abraza mientras suelta una de sus risas contagiosas.

Una suave tos se cuela entre nosotras y ambas nos quedamos blancas como la nieve cuando vemos a Rocío, detrás nuestra junto al orangután y los tres mosqueteros. No hemos hablado desde el entierro, le dije que necesitaba unos días para ordenar mi mente. De la noche a la mañana nos hemos convertido en familia, cuando hace menos de un mes apenas cruzábamos tres palabras. Saludamos por educación, ellos hacen lo mismo aunque lógicamente no se ven tan incómodos como nosotras. Cuando la pantalla pita con nuestro número en grande salimos casi corriendo hacia el mostrador, la vergüenza es mayor que nosotras en estos momentos.

Nos sentamos en la zona de los sillones, yo de espaldas a la cristalera y ella frente a mí. Hago uso de todas mis fuerzas para no mirarle, ni siquiera de reojo. Si lo hago volveré a caer. La puerta del local se abre y el aire se cuela agitándome el pelo, que me cae por la cara, me lo coloco detrás de la oreja y al levantar la vista descubro al castaño de ojos claros mirándome fijamente. Los nervios se adueñan de mi cuerpo y derramo parte de mi refresco sobre la mesa. Maldigo en voz baja mil veces y con la cara roja y caliente, por la vergüenza, voy en busca de servilletas para limpiar el desastre que acabo de ocasionar.

Regreso a la mesa y puedo jurar que casi se me salen los ojos de la cara, ¿qué narices hacen en nuestra mesa? ¿Y por qué Román tiene un brazo por encima de los hombros de Lorena? Cojo aire y me detengo frente al idiota por el que mi corazón bombea. Lleva una camisa blanca remangada hasta los codos, a juego con las zapatillas, y unos vaqueros. Vaya, es noche de "cacería" como ellos lo llaman. Van todos vestidos igual; camisa y vaqueros.

-¿Te importa? Es que ahí estaba yo. –Sonríe, con coquetería y el brazo estirado a lo largo del respaldar del sillón.

-Tranquila, corderito, que no muerdo. –Se echa a reír, junto a sus amigos y ruedo los ojos.

El despertar de Aitana I Yovana PérezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora